La gallina de los huevos de oro

(versión anónimamente adaptada de la fábula de Esopo)


Érase un una vez, un viejo y muy pobre labrador, que ni siquiera poseía una vaca. Era el hombre más pobre de toda su aldea, y sucedió que un día, trabajando en el campo y mientras se lamentaba de su suerte, apareció un duende que le recitó en melódica rima:

- A tu nombre, oh, buen hombre, como canciones he oído tus lamentaciones, días y días de tanto llorar, que tu pena y mis oídos no pueden más. Por tanto, he decidido en tu lastimera neptuna, cambiar oh, buen hombre, tu mala fortuna. Ten, te regalo mi gallina a la que tanto afecto tengo y que crié desde que era un duende chiquito. Es mi mascota más querida; ésta es tan extraordinaria y diferente a todas las gallinas, que cada día pone un huevo de oro, ¡no son pamplinas!.

El duende desapareció en el aire sin decir más, y el labrador, asombrado ante el encuentro, llevó la gallina a su corral. Al día siguiente se levanto temprano, como de costumbre y se dirigió al corral.

- ¡Oh, válgame Dios: es un verdadero huevo de oro puro!

el hombre lo guardó en una cesta y se fue con ella a la ciudad, donde vendió como si de una gran pepa de oro se tratase. Ganó un dineral y regresó feliz a su casa.

Pasó un día, y esa mañana, loco de alegría, encontró un nuevo huevo de oro purísimo.

- ¡Que fortuna haberme encontrado con ese viejo duende! -exclamó satisfecho. El hombre tenía, todas as mañanas, un nuevo huevo de oro.

Así pasó que poco a poco, con el producto de la venta de huevos de oro, se convirtió en el hombre más rico de la comarca. Sin embargo, como casi todo hombre poderoso, la avaricia tocó su puerta, y más exactamente su corazón de honesto trabajador.

- ¿Por qué esperar un día completo cada vez que la gallina ponga su huevo? ¡Mejor me como a la gallina y de paso descubro la mina de oro que lleva en sus entrañas!

Y ocurrió que así lo hizo, pero en el interior de la gallina no encontró ninguna mina... es más, ni siquiera se había formado un nuevo huevo. Además, como se había vuelto tan avaro, la gallina estaba flaca porque no le daba de comer, así que tampoco pudo prepararse siquiera una cazuela.

Y como supondrán, a causa de su avaricia latente y desmedida, el perdió la fortuna que tan fácilmente había conseguido.

"Es conveniente estar contentos con lo que se tiene,
y huir de la insaciable codicia."


Cuentan las malas lenguas, que el hombre, antes de arrepentirse de su acto cruel y sin sentido, vendió las plumas que le sobraron a unos indios nativo-americanos, quienes las usaron para hacer sus tocados sagrados. ¡Que suerte para los indios que cuando hicieron la danza de la lluvia no llovió oro, sino agua! Ya que a los indios de verdad, el oro ni les interesaba, ni les servía, pero esa es ya otra historia...