Cuentos Clásicos
El Reino de los Cuentos Perdidos

Letargo interno

Relato de Alba R. Maldonado Guemárez

Ilustración de Divino'07 · DeviantArt

“Dentro de su alma un nudo intenso. Dentro de su corazón, la amargura y el desvelo. Toda historia tiene un comienzo que desprende los sentimientos internos del individuo que la vive...

Amanecía en la ventana del castillo. Un manada de sueños transformados en mariposas revoloteaban alrededor de la alcoba real. La golondrina que allí habitaba era el ave de compañía de una princesa encantada llamada Emma, quién había entregado sus profundos sentimientos y emociones a su fiel mascota. Así, toda sensación de propiedad de la princesa sólo era percibida por la golondrina, mientras que Emma vivía un vacío donde nada experimentaba.

Días antes del encantamiento la princesa se había cuestionado su alma, buscando aquello que fuera más sano para su corazón... ¿Sentirlo todo o no sentir nada? Entonces, pensó en su interior:

— Si siento todo, viviría una vida cargada de emociones que no me permitirían manejar mi ritmo de vida como princesa. Viviría la agonía del amor, y más aún si el mismo no es correspondido... la pérdida del ser amado y el dolor de la agonía ante una muerte segura. Por otro lado, si privo a mi persona de sentir alguna emoción ante las situaciones de la vida, podré manejar mi rutina diaria sin complicaciones, y el día en que mi cuerpo cansado dejare de existir, no sentirá agonía ante mi propia partida terrenal.

Luego de analizar la elección más favorable para su vida, consulto a una hechicera que vivía en el Reino encantado de Calanilla, no muy lejos del reino donde ella habitaba. La hechicera Luna le dio dos posibles hechizos que le pudieran ayudar en su extraña situación:

  1. El primero consistía en remover de cada parte de su ser, toda emoción humana que pudiera existir en su vida.
  2. Y la segunda —la cual es casi igual que la primera—; sus emociones serían transferidas a su fiel mascota... así ella podría visualizar como sería su vida llena de emociones.

Tras un profundo silencio, la princesa escogió el segundo hechizo como remedio para su aparente mal: el fin del mismo no era otro que "no sufrir cargando una vida llena de penas y amargas desdichas". La hechicera Luna, con la mirada distanciada en el resplandor del Sol, cerró sus ojos y suavemente pronunció las palabras mágicas que despertarían el encanto. La princesa Emma, satisfecha con la magia de la hechicera, se dispuso a partir del Reino encantado de Calanilla, pero se detuvo a escuchar su nombre pronunciado por los labios de la hechicera Luna, quien le decía a la distancia:

— Princesa Emma: recuerde que todo encanto tiene su lado negativo en el desarrollo de su vida. Sólo espero que algún día recapacites y desistas de la idea de vivir sin sentir nada en tu corazón, pues a veces la conformidad de sentirse seguro hace más daño que experimentar cada emoción que pueda existir sobre la faz de la Tierra.

Por su parte, Emma, a la distancia, le regalo una sonrisa mientras decía:

— Quizá este sea mi último reflejo de emoción y he decidido obsequiártelo a ti.

Largos fueron los días de invierno en el castillo del Reino de Falier. La princesa, desde su alcoba, veía pasar los días y sus emociones reflejadas en el vivir de su fiel golondrina, quién en los últimos días de primavera había enfermado de amor.

Emma ha amado en silencio durante tres años al plebeyo Alzahar, quien se encargaba de ir a diario al castillo a cortar rosas para decorar la mesa del salón principal. Su amor era uno silencioso que apenas era expresado en miradas distantes. Realmente, por no sufrir de amor es que había optado por realizar ese hechizo a su corazón. El problema no era el que Alzahar no la amara, sino más bien que él era hombre de familia, y aunque entendiera que por primera vez en su vida había encontrado el tesoro del amor, prefería quedarse a la distancia y no hacer daño a terceros. Sólo se conformaba con vivir un gran amor entre sueños que era alimentado por las miradas cargadas de emociones... emociones que ya no habitaban en la princesa Emma.

Una tarde de invierno, el plebeyo Alzahar fue citado al castillo para que organizara el salón principal. Ahí realizarían una fiesta en honor al cumpleaños de la princesa Emma. Luego de tanto tiempo de espera, Emma lo volvería a ver, pero sabía que dentro de ella no habitada emoción alguna... emoción que, aunque le hiciera daño, la llenaba de vida y le brindaba esperanza de un día despertar al lado de su gran amor. Por su parte, la golondrina mostraba el entusiasmo que Emma debería sentir en su ser: revoloteaba alegre por los rincones de la alcoba y silbaba con el corazón la más bella melodía. Pero Emma no sentía nada y ese vacío intenso le carcomía el alma.

Fue entonces cuando entendió el mensaje de la hechicera, comprendiendo que el simple hecho de sentir un vacío por no sentir nada ya era en sí una emoción humana. El arrepentimiento al sentir la agonía de, tal vez jamás volver a expresarle su gran amor a Alzahar, quebranto el hechizo que habitaba dentro de su corazón.

Levemente en sus labios se posó una sonrisa, y con la golondrina posada sobre sus hombros bajo rápidamente las escaleras hasta el salón principal. Al ver a su amado sus ojos expresaron el amor que había guardado en su corazón durante tanto tiempo, diciéndose para sí:

— Aunque sea un sólo instante, sentirme amada. Aunque sea un solo instante, entregaré mi corazón. Y cuando parta en el ocaso de mi vida tendré la satisfacción de haber amado con el alma y haber sido amada con todo el corazón.

 ❦

Fin