Cuentos Clásicos
El Reino de los Cuentos Perdidos

Un Cuento de Navidad

Basado en la novela de Charles Dickens
Adaptación de Ethan J. Connery

Ebenezer Scrooge era un viejo con dinero y el único socio que había tenido en la vida, Marley, había muerto hacia un tiempo. Scrooge era una persona avara. Vivía en su mundo y nada ni nadie le agradaba. Cuando llegaba la época de Navidad, Scrooge se encerraba en su negocio a trabajar, porque odiaba la Navidad. Siempre se le escuchaba, a través de su ventana, regañar consigo mismo:

-¿Navidad? ¡Báh ...son puras paparruchas! -Solía decir.

El viejo cascarrabias tenia una rutina que repetía todos los días: caminaba por la misma calle sin detenerse a saludar a nadie y lo mismo, la poca gente que le parecía conocida, no lo saludaba, porque solía contestar con un regaño.

Sucedió que una noche, en víspera de Navidad -cuando todo el mundo se encontraba en las calles, comprando regalos y víveres para celebrar una buena cena de Navidad- que el viejo Ebenezer se encontraba en el despacho de su negocio, contando su dinero... su dinero, que tanto él como su socio Marley, habían alcanzado a acumular durante toda la vida, explotando a la gente.

La puerta de su despacho estaba medio abierta, y a través de ella vigilaba cautelósamente a su ayudante: un joven pobre que trabajaba para él por una módica suma que apenas le servía para mantener a su familia. El ayudante se encontraba escribiendo unas cartas en limpio, cuando de repente llegó al negocio el nieto de Ebenezer Scrooge, un pequeño y alegre muchacho de nombre Fred, que entró al despacho de su abuelo.

-¡Feliz Navidad, abuelo Ebenezer!
-¡Báh... pamplinas!

Scrooge, molesto por la interrupción del pequeño, no recibió su saludo de buen gusto, pero el niño, acostumbrado al desaire de su abuelo, no le afectó demasiado la respuesta.

-Abuelo Ebenezer, por favor, ven a pasar la Navidad con la familia.
-¡Olvídalo muchacho! No estoy para esas tonterías. Díle a tus padres que mejor se preocupen de ahorrar su dinero en lugar de malgastarlo tan bobamente... ¡Que no piensen después pedirme dinero prestado si les llega a faltar!
-Pero abuelo Ebenizer, estará toda la familia, y mi madre se ha esmerado en cocinar una rica cena.
-¡Ya vete Fred, mozalbete, déjame trabajar en paz!

El niño, espantado ante la ira de su abuelo, corrió presto a su casa. Mientras tanto, el ayudante de Scrooge, el joven Bob Cratchit, siguió trabajando hasta bien entrada la noche... ¡Y eso que era Navidad! Ebenezer lo había amenazado, diciéndole que si se tomaba ese día libre él lo despediría, sin derecho a paga.

El viejo Scrooge vivía en una casa enorme y solitaria, tan fría como su corazón. Esa noche dejó a su ayudante trabajando y se fue a su casa a dormir. Sería ya bastante de noche cuando, encontrándose Scrooge en su cuarto, se le apareció un fantasma. Scrooge lo miró aterrorizado:

-¡No puede ser! ¿Eres tú, Marley?

Su socio de ultratumba, había venido del más allá, a visitar al cascarrabias de Ebenezer.

-¡Ebenezer! -le dijo el fantasma- He venido para hacerte recapacitar. Yo fuí igual que tu en vida, y como fuíste mi único amigo, me daría pena que tuvieras el mismo destino que me ha tocado. Esta noche, recibirás la visita de 3 espíritus: los espíritus de la Navidad Pasada, Presente y Futura. Te pido que veas lo que tienen que mostrarte.

El fantasma de Marley desapareció tras la pared, ante el asombro de Scrooge, quién se dió unas palmadas en la cara para averiguar si acaso no estaría soñando. Al rato pensó que podía estar alucinando, le entró el sueño y se disponía a dormir, cuando llegó el primer espíritu:

-Soy el espíritu de la Navidad Pasada. Ven, recordaremos lo que fue de tu vida, Ebenezer.

Esta vez, Ebenezer se dio cuenta que no era un sueño, y siendo un espíritu quién le hablaba, se dejó guiar por sus órdenes. El espíritu lo llevó al lugar donde Ebenezer había nacido. Scrooge se vió a sí mismo, cuando niño y junto a sus padres que lo criaban, despertando en él el recuerdo de su infancia. Así siguió el Espíritu de la Navidad Pasada, durante algunas horas, enseñándole a Scrooge los recuerdos de sus primeras Navidades. El viejo se vió a si mismo cuando era un chiquillo y trabajaba de aprendiz en una tienda, recordando buenos y malos tiempos. Después se vió junto a su señora a quién había querido mucho, pero que lamentablemente la muerte se la había llevado a causa de una larga enfermedad. También presenció el alejamiento de su único hijo, quién se fue con una tía tutora tras la muerte de la madre, porque Evenizer no tenía tiempo para criarlo debido a sus negocios. Finalmente se vió en un cuarto completamente sólo y triste... el mismo cuarto dónde él se encontraba ahora, pues había vuelto a aparecer en su cama. El primer espíritu se había desvanecido.

-¡Quizá fue sólo un mal sueño! -se dijo Ebenezer, nuevamente- Estas cosas no pasan de verdad. Mejor será que me vuelva a dormir.

Estaba a punto de dormirse el viejo, no sin antes pensar muchas cosas, cuando de repente llegó el segundo espíritu. Pero esta aparición fue diferente: una luz deslumbrante y azulada venía del cuarto contiguo. Scrooge pensó que podía ser un ladrón y se levantó para sorprenderlo. Entró al cuarto, pero extráñamente el cuarto ya no era el mismo, había cambiado... las paredes eran diferentes y había cientos de platillos de comida de lo más exisito. La mejor cocina del mundo estaba ahí, y junto a los platillos, un gigante glotón vestido de túnica blanca y con una antorcha en la mano.

-Soy el espíritu de la Navidad Presente. Sujétate a mi túnica, Ebenezer.

Ebenezer se sostuvo de la túnica y fue transportado a la plaza del pueblo. El centro se encontraba abierto, a pesar de la hora, y se apreciaba gran movimiento de gente. Los restaurantes y pequeños negocios recibían a sus visitantes con hermosas luces de colores. Abetos de Navidad prolijamente decorados se alzaban en cada ezquina. La gente reía y se abrazaba deseándose una feliz Navidad. Evidentemente, nadie saludaba a Ebenezer, pero en esta ocasión era porque nadie les veía, pues debido al poder del Espíritu de la Navidad Presente, tanto el espíritu como Ebenezer, eran invisibles.

Mientras veía estas escenas, el viejo Scrooge se preguntaba cual era la causa de tanta alegría, aun así le pareció agradable y hasta sintió el no poder estar realmente ahí. Después de esta visita el Espíritu le llevó a conocer la casa de su ayudante, Bob Cratchit, a quién había dejado trabajando en su negocio esa noche.

-¡No es posible! ¡Pero si dejé a Bob trabajando en esas cartas! Le advertí que si no terminaba el trabajo lo despediría y seguro que con todo el trabajo que le dejé no pudo haberlo terminado. ¡Ah, ya se las verá conmigo en la mañana cuando llegue a trabajar!

Había acabado de decir eso, cuando advirtió lo feliz que se veía Bob Cratchit celebrando en compañía de su familia; su mujer y su pequeño hijo. Eso a pesar de ser pobres, ya que sabía que lo que le pagaba no era suficiente para mantenerlos a todos. Ebenezer se sintió incómodo ante la escena y le pidió al espíritu que se marcharan de ahí.

Desaparecieron de la casa de Bob y aparecieron a la entrada de la puerta de la casa de su nieto Fred. Desde la ventana y a través del vidrio rodeado de hielo por la nieve pudo apreciar con toda claridad cómo disfrutaba su familia, ¡Su propia familia, a la que nunca veía! ...durante esa noche especial; estaban su hijo junto a su mujer y su nieto a quienes nunca quizo reconocer como parientes sólo porque su hijo no siguió el mismo negocio del viejo.

Ebenezer Scrooge sintió algo muy extraño, algo que no había sentido desde hace mucho, pero no dijo nada. Sólo le pidió al espíritu que lo sacara de ahí. Pasó sólo un momento y Scrooge volvió a su cuarto, al tiempo que el segundo espíritu se desvanecía. Ebenezer se vió sentado a los píes de su cama, mirando el suelo. Una profunda sensación de soledad como no la había sentido nunca le invadió. Quizo tenderse en la cama un instante, pero tan pronto como se dejó caer sobre la almohada, un viento frío entró por su ventana.

-He soñado mucho esta noche. No recuerdo haber dejado abierta mi ventana. -y se levantó a cerrarla- Quizá sea sonámbulo y no lo sepa. -pensó.

Cerró la ventana y no hizo más que darse la vuelta cuando, paralizado de miedo, vió ante el una enorme figura como un espanto: era como un fantasma vestido con una gran manta negra que le crubría todo, incluso el rostro. Sólo se podían ver sus manos, que sujetaban fuertemente un bastón.

-¡¿Quién... quién eres tú?! -Preguntó asombrado, Ebenezer. La figura no contestó.
-¿Eres acaso el tercer espíritu? ¿El espíritu de la Navidad Futura?

La figura asintió con la cabeza. Pero antes que Ebenezer se acercara, el espíritu de avalanzó sobre él. El viejo se encongió asustado, manoteando al aire, pero cuando quizo ver dónde estaba descubrió con asombro que se encontraba en medio de un cementerio, quizás el cementerio del pueblo.

Un hombre lloraba con una mujer junto a una pequeña tumba con flores. La escena era trágica; eran su ayudante, Bob y su mujer, la tumba pertenecía al pequeño hijo quién había muerto de una enfermedad.

-¡Si tan sólo hubiese podido pagar un médico! -sollozaba el pobre Bob- ¡Mi hijo, nuestro pequeño!

A Ebenezer Scrooge se le hizo un nudo en la garganta. Pensar que el hijo de Bob Cratchit moriría por su causa... cayó de rodillas al suelo. Cuando alzó la vista vió que Bob se acercaba a una segunda tumba y sobre ella depositaba otro manojo de flores.

-¿Porqué le dejas flores a ese viejo, si fue el quién te despidió? -preguntaba a sollozos la mujer de Bob.
-Nadie más lo visita, querida -dijo Bob- es cierto que era un viejo cascarrabias... pero yo debí trabajar esa noche tal como me lo pidió. Fue por mi culpa que murió el niño, no lo culpes a él. El viejo no tenía a nadie y además, siempre pensé que en el fondo, "Ebenezer Scrooge podía ser un buen hombre".

Ebenezer escuchó atónito la conversación. Lo que estaba viendo era la noche de la Navidad futura. Su espíritu sumergido en el remordimiento lo hizo llorar tan desconsoladamente como nunca lo había hecho. Su dependiente, su ayudante, más bién "su amigo"... Bob, Bob Cratchit, le había dado la lección de su vida.

-Eso es todo. No necesito más lecciones..., regresemos, Espíritu de la Navidad Futura. Regresemos a mi cuarto. Hay algo que debo hacer.

El espíritu que lo había observado todo con cuidado, se avalanzó una vez más sobre Ebenezer, y un momento más tarde, el viejo Scrooge aparecía nuevamente a los píes de su cama. El reloj tocó las 11 de la noche.

- o -


Era casi medianoche cuando alguien llamó a la puerta de la casa de Bob Cratchit. Bob y su mujer se levantaron de su cama -pues no habían tenido nada para cenar aquella noche especial- y fueron a averiguar quién era la persona que llamaba a su casa con tanta insistencia. Descubrieron con asombro que sobre la nieve y junto a la puerta había un pequeño cofre lleno de monedas oro. Unas huellas en la nieve delataban al "San Nicolás" que los había visitado: eran las huellas de los caros zapatos de Ebenezer Scrooge.

-¡No puede haberlas dejado él! -pensó Bob, ...en voz alta.
-¿Quién? ¿Quién ha dejado esto? -preguntó su mujer.
-¡Feliz Navidad, Bob! ¡Ho ho ho! -se oyó en la distancia el inconfundible bozarrón del viejo Scrooge, quién a paso veloz desaparecía tras la luz de un iluminado farol de la esquina, ante la atónita mirada de los moradores de la casa.

Unos breves minutos después, Scrooge entraba en casa de su hijo, a quién no había visitado en años....

-¡Bribón! ¿Dónde está el pequeño mozalbete? -preguntó el viejo.
-Pero Padre, ¡¡¿que hace Ud. aquí?!!
-¿De qué hablas? ...si tu hijo, el pequeño Fred, me ha invitado en nombre tuyo y de nuestra familia a la cena de Navidad. Eh, por cierto que les he traído unos obsequios, además de un pavo recién cocinado en el negocio de doña Heidi. Sólo por si... llegara a hacer falta, querido hijo.

Padre e hijo se abrazaron, mientras en el aire se escuchaban las campanas que anunciaban la medianoche. Era la mejor Navidad que Ebenezer Scrooge había pasado en mucho tiempo, pues se había prometido cambiar para siempre al hombre que una vez... una vez, hacía mucho años, había sido.