Cuentos Clásicos
El Reino de los Cuentos Perdidos

Pequeña Gricel y el Castillo de Nunca Olvidarás

Para mi amiga Gricel · Por Ethan J. Connery

La pequeña Gricel caminaba por el bosque de los enanos. Había salido temprano de la escuela y por eso estaba feliz, ya que era su cumpleaños y podría aprovechar el tiempo libre para hacer esas cosas que tanto le gustaba hacer...

—No se si bailar o leer mis cuentos favoritos, pero lo que sea, ¡será entretenido! —pensaba alegremente camino a casa.

Estaba en eso cuando de repente se le cruzó en el camino un enano vestido con una túnica verde y un sombrerito de trapo. Gricel se asustó al principio ya que los enanos tenían la fama de ser traviesos y jugarle bromas a los viajeros de los bosques. El enano la miró y de inmediato se agazapó en el suelo, llorando de pena.

—¿Qué le pasa señor enano? —le preguntó inocente, Gricel, al ver las lágrimas que derramaba el enano.

El enano no contesto, sinó que la miró otra vez y volvió a llorar... esta vez más fuerte. Pero a pesar de su inocencia, Gricel era muy inteligente y notó que el enano tramaba algo, seguramente una broma pesada.

—Señor enano, ¿hay algo que pueda hacer por usted? —le preguntó amablemente Gricel.
—Lo que pasa, niñita, es que se me quedó atrapado mi globo favorito en ese árbol —respondió el enano, señalando con la mano hacia un abeto cercano, dónde un globo rojo amarrado a un hilo estaba enredado entre las ramas del árbol.

—¡No se preocupe, yo lo alcanzaré por usted! —le dijo generosamente Gricel.
—¡Cualquier ayuda es buena! —le respondió el enano.

Era evidente que el enano era un tramposo, ya que cada vez que la niña lo miraba, éste se ponía a llorar, pero Gricel no hacía más que mirar hacia otro lado y el enano se callaba. Gricel nunca pensó que un globo le traería tantos problemas, así que se agarró de una rama del árbol con una mano mientras con la otra intentaba alcanzar el hilo del globo.

—Casi, casi lo tengo... ya... ¡lo alcancé! —exclamó Gricel, satisfecha, cogiendo el hilo con sus dedos.

Saltó al suelo con el globo en la mano y estaba a punto de dárselo al enano, cuando éste la miró sonriente y le dijo.

—¡¡ Buen viaje, niñita, ha-ha-ha !!

El enano saltó en el aire y el globo rojo comenzó a crecer. Creció y creció hasta convertirse en un globo gigante. Gricel se dió cuenta que algo extraño pasaba y quizo deshacerse del globo, pero no pudo porque el hilo se le había enredado en la mano. El globo siguió creciendo y creciendo, hasta que de pronto llegó un fuerte viento y el globo se la llevó, dando vueltas por el aire como una alegre danzante. Gricel sólo atinó a sujetarse fírmemente del globo mientras éste tomaba altura.

—¡Enano travieso! —exclamó la pequeña Gricel mientras se alejaba del suelo.

El enano la miraba sonriente desde abajo mientras se despedía con un saludo burlón, para luego desaparecer en la espesura del bosque.

Así Gricel se fue volando, volando ...sobre las copas de los árboles y más allá... hasta que llegó a las nubes. Estaba en eso cuando pasó volando un patito silvestre junto a ella.

—¡Cuac-cuac! ¿A dónde te diriges, pequeña niña? —Le preguntó el pato.
—Señor pato, quiero ir a mi casa pero estoy volando demasiado alto y extravié el camino.
—¡Vaya, cómo te dejan volar sola, niña! A ver.... si quieres te llevo al norte, ya que yo voy al norte porque se viene el invierno.
—¡Gracias señor pato, cualquier ayuda es buena! —le agradeció Gricel, aunque no estaba segura si su casa aun estaba en esa dirección ya que estaba volando muy alto.

El pato tomó el hilo con sus patitas de pato y siguió volando al norte por un buen rato mientras le contaba a la pequeña las aventuras y desventuras de la vida de pato.

—¡Cuac-cuac! Estamos cerca del "Castillo de Nunca Olvidarás". ¿Te sirve por aquí niña?
—Puede que si...
—Bueno, entonces me despido. ¡Buena suerte, cuac!
—Que tenga buen viaje, señor pato.
—¡Cuac-cuac!

El pato soltó el globo y siguió su rumbo al norte, seguro de haber hecho una buena acción. Pero Gricel aun no estaba segura si ya estaba cerca de su casa y si fuera así, tampoco sabía cómo descender ya que lo único que veía era un horizonte de nubes blancas y azules. Estaba en eso cuando vió que entre unas nubes se asomaba el techo de un viejo y gigantesco castillo... sin duda era el Castillo de Nunca Olvidarás, que había mencionado el pato.

Llegó hasta el techo del castillo y el globo se enredó en la torre más alta, así que Gricel aprovechó de saltar hacia una de las ventanas de la torre.

—¡Oh, por fin, ahora podré bajar a algún lado y regresar a casa! —se dijo feliz, Gricel, quién aun tenía ganas de leer su cuento favorito y de bailar.

Gricel bajó las escaleras del castillo y llegó hasta una enorme sala de piedra. Ahí, junto a una encendida chimenea y sentado en un rústico sillón de troncos se encontraba un gigante que dormía plácidamente mientras recitaba en sueños, una extraña poesía...

" Una ovejita, una nube con patitas
un borreguito, un nimbo con pintitas
un corderito, un cúmulo de estrellitas
¿que es un carnero? "

...y así el gigante repetía lo mismo una y otra vez. Gricel, que era muy valiente a pesar de su edad, no tuvo miedo del gigante y se acercó para mirarlo mejor, ya que era una niña muy curiosa. Le dió pena que el gigante no pudiera terminar su poesía así que se acercó a su oído y le susurró:

—¡Un carnero es la lluvia livianita!

El gigante despertó abriendo los ojos, emocionado.

—¡SIIIII! —retumbó su voz por todo el castillo ¡Un carnero es la lluvia livianita! ¿quién, quién ha sido el de la idea?
—¡Ejem, ejem... muy buenos días, señor gigante!

El gigante miró a la pequeñita Gricel, pero como era tan pequeña tuvo que mirarla con una lupa gigante que guardaba en su bolsillo.

—¿Eres poeta? —preguntó el gigante— ¡Eres muy buena!
—No, soy Gricel y estoy perdida... quiero volver a casa, ¿puede ayudarme, señor gigante?
—Lo siento pequeña, pero yo también estoy perdido... dentro de mi propio castillo.
—¿Cómo es eso? —preguntó la niña.
—Lo que ocurre es que este castillo es como un laberinto y a mi siempre se me olvida cuál es el pasillo que me lleva al exterior, por eso estoy atrapado aquí y me entretengo inventando mi poesía.
—¿Y cuanto tiempo lleva aquí atrapado?
—Cien años, más o menos... pequeña.
—¿Y en cien años sólo ha inventado una poesía?
—No, siempre se me ocurren diferentes rimas, pero tarde o temprano las olvido.
—¡Pensé que este era el Castillo de Nunca Olvidarás! —exclamó Gricel.
—¡Claro, porque si te olvidas de algo... te pierdes! —le explicó el gigante.

Gricel que era muy sentimental, sintió compasión del pobre gigante.

—¿Y porqué no escapamos por la torre? Ahí tengo un globo, pero cómo soy tan pequeña no tengo el peso suficiente como para descender. A lo mejor si ambos nos asimos del globo podremos salir del castillo.
—¿Y por dónde se sube a la torre?
—Por allí... no... por acá... no... ¡cuek! ...lo olvidé!! —respondió confundida, Gricel.
—¿Ya ves, porqué es el Castillo de Nunca Olvidarás? Estaremos aquí otros cien años. —le dijo triste el gigante.

Pero Gricel era muy astuta y se le ocurrió la solución ideal :

—¿Y porqué no escapamos por la chimenea?
—Ohhhh... ¡Que idea, no lo había pensado! —exclamó el gigante, sorprendido de la astucia de la pequeña.
—Aunque usted es muy gordo como para subir por ahí. —observó Gricel.
—¡Pin, pan, pón! —el gigante pronunció una palabras mágicas— ¡Chiquitito quiero ser!

De pronto el gigante que había sido verdaderamente gigante hasta entonces, se hizo chiquitito, pero tan chiquitito y pequeño que la propia Gricel no tuvo problemas en tomarlo con la palma de su mano.

—¡Usted es mago, señor gigante!
—¡¿Ya no choy gigante, que no lo vesh, niñita?!
—¿y qué es ahora, entonces?
—¡Choy un "gigante pequeñito"... y ahora shubamos por la chimenea y shalgamosh de aquí!
—Bueno, bueno... pero no se enoje.

" Una ovejita, una nube con patitas
un borreguito, un nimbo con pintitas
un corderito, un cúmulo de estrellitas
¡Un carnero es la lluvia livianita! "

Recitó el gigante pequeñito y acto seguido entró una nube por la chimenea y comenzó a llover sobre el fuego, hasta que éste se apagó.

—¡Ahora shi, shubamos! —dijo el gigante.
—¡Ya voy, ya voy! —respondió feliz Gricel, por fín volvería a casa.

La pequeña comenzó a subir por la chimenea hasta que salió al techo del castillo. Con el gigante pequeñito guardado en un bolsillo, caminó hasta llegar al techo de la torre dónde le aguardaba el globo rojo. Se amarró fírmemente el globo, llegó un viento y se la llevó por los aires lejos del Castillo de Nunca Olvidarás. El gigante pequeñito parecía feliz, por fín se sentía libre.

—Bueno, ahora debemos descender. —dijo la pequeña.
—¡Comenzaré a crecer de a poquito! —replicó el gigante— ¡Pon, pan, pín... Gigante de a poquito quiero ser!

Aferrado al hilo del globo, el gigante pequeñito comenzó a crecer de a poquito y el globo empezó a perder altura debido al peso. Atravesó el campo de nubes y llegaron a la copa de los árboles, cuando el globo tocó una rama y éste se pinchó.

—¡¡¡ PLAF !!! —el globo reventó.
—¡¡ Waaaaaa !! —gritaron Gricel y el pequeño gigante mientras caían en el bosque.
—¡Gigantón de una quiero ser! —dijo el pequeño gigante antes de tocar el suelo, y al instante se convirtió de nuevo en el gigante más gigante de todos los gigantes gigantónamente agigantados.

....atrapó a Gricel con su enorme mano.

—¡Nos salvamos! —suspiró aliviada Gricel.
—Bueno... fue muy entretenido jugar contigo, ojalá podamos jugar de nuevo en otra ocasión —dijo el gigante, y de pronto se convirtió en el pato que la había llevado volando al norte.
—¡¡No puede ser, pero si eres el señor pato!!... ¡¿Cómo?! —exclamó confundida Gricel.
—¡¡Cuac-cuac, BOING!! —respondió el pato, y de pronto se transformó en el enano, de sombrero y vestido de verde, que le había salido al paso en medio del bosque.
—¡Enano travieso, me jugaste una broma! —exclamó enfadada Gricel.
—¡Cualquier ayuda es buena! —respondió el enano, quién comenzó a correr y correr hasta que desapareció por un camino del bosque. Gricel lo persiguió hasta que se dió cuenta que el camino la conducía directo a su casa, ahí estaba su mamá quién la esperaba, preocupada... con su torta de cumpleaños.

—¡Mamá Babel nunca me va a creer cuando se lo cuente!

Pensó Gricel, abrazando a mamá Babel.