Cuentos Clásicos
El Reino de los Cuentos Perdidos

Los Árboles de Piedra

Fernando Alonso · España
Los monitos de plastilina que aparecen
arriba son de Cristina Gómez Taboada

Había una vez un curioso mundo, un mundo curioso y extraño. Sus campos eran de piedra. De piedra, sus flores. De piedra, sus ríos. Con cañas de piedra, hombres de piedra pescaban peces de piedra. Aquellos hombres tenían brazos de piedra, cuerpo de piedra, cabeza de piedra y corazón de piedra. "Corazón de piedra" no tenía, allí, ningún significado especial; porque sus corazones estaban llenos de hermosos sentimientos. Con ellos amaban a todos los seres de piedra, que vivían en aquel extraño mundo de piedra.

. Era éste, sin duda, el mundo más curioso y más extraño que se haya conocido. La vida discurría tranquila y feliz. Hasta que, cierto día... empezaron los problemas. Por todas las calles, por todas las plazas, sólo se oía una voz:
— Los niños están tristes.
Después de muchos comentarios, después de muchas discusiones, preguntaron a los niños. Y los niños dijeron:
— Queremos árboles. En nuestro parque.
Entonces, en medio de la reunión, se levantaron tres voces:
— Yo los traeré.
— Y yo.
— Y yo también.
Y los tres jóvenes más aventureros se pusieron en camino. Iban en busca de aquellos árboles que tanto necesitaban los niños para ser felices.

Al cabo de un mes volvió el primero. Traía sobre sus hombros un pino. Caminaba doblado por el peso. Y, con grandes ceremonias, lo pusieron en el parque. Pero, al poco tiempo, el pino, plantado sobre piedras, murió.

Dos meses más tarde volvió el segundo. Traía sobre los hombros un cactus. Y plantaron el cactus con el mismo ceremonial, con la misma alegría. Pero el cactus tampoco pudo vivir en aquel suelo de piedra.

Tres meses después, regresó el tercero. Caminaba de prisa, porque no traía ningún peso sobre sus hombros. Y, cuando todos estuvieron a su alrededor, les dijo:
— He encontrado árboles de piedra. Pero no pude cortarlos. ¡Se necesita la ayuda de todos!
Y allá se fueron con el tercer joven aventurero. Se necesitaba la ayuda de todos; por eso iban todos: la piedra de los caminos, hecha a tragar polvo; la piedra que trabajaba en el molino; la piedra que había nacido para estatua y la que estaba hecha para lucir en un precioso anillo.

Y cruzaron ríos, campos de flores y mariposas; montañas verdes cubiertas de árboles que no podían vivir en su mundo de piedra. Y siguieron adelante y llegaron al mar. Y, cuando estuvieron sobre las rocas que formaban la orilla, todas las piedras se unieron:

La piedra del camino, el canto rodado de los ríos, la piedra del molino, la que había nacido para estatua y la que estaba hecha para brillar en una sortija. Todas, unidas de manos, se engarzaron. Y entonces, cuando ya estaban cerca del mar, comenzaron a descender. Al cabo de unos minutos, llegaron a los bosques de coral. Y, con ayuda de los peces martillo y los peces sierra, cortaron árboles de coral, aquellos hechos a medida de su mundo de piedra.

Y en medio de una gran fiesta y en medio de bailes y canciones, los llevaron al parque. Todos sonreían porque, juntos, habían hecho un buen trabajo, y eso les daba mayor fuerza y seguridad. Y las risas de los niños, contentos porque a su parque ya no le faltaba de nada, les unieron mucho más de lo que ya estaban.

Fin