Cuentos Clásicos
El Reino de los Cuentos Perdidos

La Hormiga y la Golondrina

Una fábula de Esopo · Versión de Svanhildr MacLeod


Cierto día de verano una hormiga caminaba solitaria por el campo. Se había pasado la tarde explorando el lecho seco de un antiguo río en compañía de otras hormigas, pero habiendo hallado hojas de acacia, muchas de ellas se quedaron trabajando en el camino.

Nuestra hormiguita aun era joven y le faltaba experiencia a la hora de recortar hojas, extraer su néctar o transportarlas al hormiguero para proveer de sustento a la colonia. Eso sí, tenía una pasión por la aventura, de modo que se dedicaba a lo que mejor sabía hacer: explorar.

Pero sucedió que en un momento se distanció demasiado de su grupo, y casi sin darse cuenta se encontró sola y perdida mientras bajaba una pendiente. El Sol todavía calentaba a lo lejos, pero ya estaba cansada y tenía mucha sed.
— ¡Ojalá encontrara un poco de agua! —Suspiró.
En eso escuchó el murmullo de un riachuelo, así que bajo otro poco guiada por su rumor. Tras algunos pastitos verdes divisó una piedra redonda y algo humedecida por cuya base corría un caudal. La imprudente hormiga se aventuró... pero con tan mala suerte que sus patitas pisaron un musgo resbaloso, cayendo directo al agua.

Afortunadamente no fue una caída muy alta, pero como no había aprendido a nadar, todavía, el agua se la llevó y quedó atrapada en un remolino.
— ¡Auxilio, auxilio! —gritó la hormiguita desesperada— ¡Alguien que me ayude, por favor!
Buscó con la mirada a alguno de sus compañeros. Quizá algún amigo que, con suerte, la hubiera seguido. Pero no: ella no había dado el aviso y por más que gritaba no había nadie que respondiera.
— "¡Si tan sólo no me hubiera alejado tanto!" —se reprendió mentalmente ella misma mientras intentaba sostenerse en la superficie del agua— ¡Esto no estaría pasando!
La hormiguita sentía miedo y quería llorar, pero había oído que el miedo es mal compañero en el agua y pensó que lo mejor era respirar con calma para no gastar su energía. Estaba en lo cierto, pero como los minutos pasaban y no lograba escapar del remolino volvió a gritar:

— ¡Ayuda, por favor!
Sea voluntad de la madre naturaleza, obra del destino, los dioses o la buena fortuna, una golondrina que descansaba en el hueco de un árbol —cerca de ahí— oyó el grito de la hormiga y se apresuró a socorrer al desconocido que angustioso clamaba otra oportunidad. Con algo de dificultad localizó a la pequeña hormiga, entendiendo su difícil situación. Sin embargo, ella misma sintió miedo de quedar atrapada en el remolino si intentaba meterse al agua para sacarla.

No lo pensó demasiado y voló velozmente sobre la superficie del riachuelo hasta alcanzar una hoja de encino que flotaba perdida en la corriente. En pleno vuelo agarró la hoja con su pico y la fue a depositar justo sobre el remolino, esperando que la hormiga lo usara como bote. Pero el remolino se tragó la hoja, y la hormiguita seguía dando vueltas, cada vez más cerca de ser succionada por el torrente.
— ¡Ayúdame, buena golondrina, por favor! —suplicó de nuevo la hormiga.
— "Si atrapo a la hormiga con mi pico, como hice con la hoja, corro el riesgo de tragármela. Y si intento sacarla con mis garras podría hacerle daño... es demasiado pequeña" —pensó rápidamente la golondrina— ¡Tengo que encontrar otra forma de ayudarla!
Armada de coraje, la golondrina dio un vuelo veloz alrededor del área hasta dar con una rama seca que descansaba sobre unas piedras. Era lo único que había cerca, pero era casi tan pesada como el ave. El valor y la urgencia le dieron fuerzas de la nada a la golondrina... así que, agarrando la rama con sus patitas, montó vuelo nuevamente... arrastrando la rama por sobre la corriente de agua. Con suma dificultad se acercó al remolino, procurando que éste no se tragara la rama:
— ¡Nada, nada amiga! —chillaba con fuerza la golondrina— ¡Nada hacia la rama!
— ¡Más cerca, por favor, ya estoy muy cansada! —gemía la hormiguita.
En eso, el remolino agarró la rama, y en un último acto de valentía antes de que la corriente quisiera tragarse también a la golondrina, ésta soltó la rama y hundió el pico en el agua... justo donde segundos antes se había hundido la hormiga. Succionó un buen sorbo mientras batía con fuerza las alas, hasta que sus cachetes se inflaron de agua. Usando sus últimas fuerzas se fue volando a la orilla, con la esperanza de haber alcanzado a la pobre hormiga.

Ya agotada, escupió el agua de sus cachetes sobre un montículo de arena seca. Buscó con atención en la mancha... pero la hormiguita no estaba.
— ¡Oh! —exclamó acongojada— ¿Me la habré tragado? ¿Acaso ya era su tiempo? ¡Pobre hormiguita!
La valerosa golondrina, que había dado su máximo esfuerzo en un intento por salvar la vida de quién consideraba ahora una "amiga perdida", se puso a llorar amargamente.
— Se notaba que era buena persona... ¡no merecía un final así! —Se afligió— Pero a veces la vida tiene planes y voluntades que una no entiende; sólo sé que es más sabia y hay que aceptar sus designios.
Gruesos lagrimones de golondrina cayeron sobre sus alas cansadas, entregadas ahora a la arena y al Sol.
— ¡Cof-cof! —tosió de pronto una vocecita cansada— Qué saladas son tus lágrimas, querida golondrina...
Sorprendida, el ave se miró sus patas... luego sus alas... y he allí, en una de ellas estaba la hormiga exploradora, firmemente agarrada a una de sus plumas.
— ¡Amiga hormiga, estás a salvo! ¿Pero cómo? —la perplejidad tocó el rostro de la golondrina— ¿Cómo llegaste ahí?
— Cuando metiste la cabeza en el agua yo ya estaba detrás de ti, pero me agarré a las plumitas de tu cola —explico— Trepé rápidamente hasta tu cabeza, pero terminé perdida en un bosque de plumas. Luego, caminando y caminando... llegué a una de tus alas. Me encontré con algunos pulgones en el camino, pero ya ves: estoy bien. Ya no llores por mí. ¡Me has salvado y siempre te estaré agradecida!
Ahí mismo se abrazaron como amigos de toda la vida: tanto la hormiga como la golondrina son trotamundos y comparten gustos en común. Largo rato conversaron alegres y se desearon buena suerte en sus caminos. Ya entrado el Sol, se despidieron. La golondrina volvió a su hueco en el árbol, y hormiga recordó el camino a su hormiguero... reforzada, claro, por un aventón del pájaro.

Esta historia que cuentan los animalitos silvestres bien hubiera terminado aquí. Pero sucedió que, tiempo después, un ser humano cazador de pájaros frecuentó esos rincones del campo. Un día el cazador divisó a la golondrina, y como quisiera hacerse de ella para venderla en el mercado extendió su red a la salida del hueco del árbol.

Estaba en el acto cuando un escuadrón de hormigas mirmidonas, lideradas por una valiente exploradora y previsora, llegaron a moderlo con fuerza en sus talones. Sorprendido ante el ataque inesperado el hombre abandonó su intención, dejando tranquila a la buena golondrina que se había ganado la admiración y el respeto de las diligentes y leales hormigas.

Moraleja: Toda buena acción merece agradecimiento, y de ser posible; recompensa.

Fin