Cuentos Clásicos
El Reino de los Cuentos Perdidos

El tigre que perdió la candela

Mitología Guna

Ilustración de ArtTower & Martina Bulkova

En el departamento del Chocó, cerca de la frontera de Colombia y Panamá, habita el pueblo Guna; cuyo territorio selvático y húmedo termina en las vecindades de la desembocadura del gran río Atrato en el golfo de Urabá.

Cuentan los Gunas que una insignificante pero astuta lagartija robó al tigre el fuego que poseía.

El tigre vivía a la orilla de un río y era el único que podía comer la carne cocida, porque era el dueño de la candela. Además el tigre tenía la satisfacción de reposar en su hamaca en tiempo de invierno, con un fuego debajo para calentarse y con las llamitas podía hacer lámparas y, en fin, era el único habitante de la selva que podía darse harto gusto. De manera que las otras personas y los demás animales empezaron a visitarlo y con mucha cortesía le rogaban:
— Préstanos tu fuego, compañero tigre.
Pero él se negaba y les metía un buen susto con sus potentes rugidos.

Entonces, convinieron en que la única manera de vencer el egoísmo del tigre era con un engaño. Había que robarle el fuego y, como no existía persona con fuerza suficiente para vencerlo, acordaron que la lagartija hiciera el trabajo pues tenía mucha astucia.

Además, la favorecía su manera de correr velozmente y su gran facilidad para esconderse.

Le dijeron lo que tenía que hacer y una noche la lagartija atravesó el río y llegó a la casa del tigre que dormía afuera en su hamaca y tenía muchos fuegos encendidos.
— ¿A qué has venido, animalejo? —protestó el tigre malhumorado.
La lagartija conservó su tranquilidad y respondió:
— Estaba extraviada y he venido a calentarme un poco, si tú lo permites... Además, puedo ayudarte a cuidar tus fuegos mientras duermes.
El tigre aceptó a regañadientes y mientras tanto cayó una fuerte lluvia que apagó todos los fuegos, menos la pequeña hoguera que ardía debajo de la hamaca. El tigre se durmió arrullado por el rumor de la lluvia y al poco rato roncaba estrepitosamente. La lagartija se movió con cautela y pensó que todo el fuego de la hamaca era muy grande para llevarlo, de modo que decidió soplar para apagarlo un poco. Pero el tigre se despertó sacudido por la indignación.
— ¿Qué es lo que haces? ¿Porqué apagas mi fuego?
— No —repuso la temblorosa lagartija— Lo ha apagado la lluvia, pero yo cuido de que no desaparezca del todo la candela.
Volvió a dormirse el tigre y la lagartija redujo el fuego a una pequeña llama que colocó en su cabeza y así pudo huir silenciosamente atravesando de nuevo el río.

Todos recibieron muy contentos a la lagartija. Y durante varios días celebraron su triunfo. La satisfacción era muy viva porque ahora todos podían cocinar la carne antes de comerla.

Y el tigre recibió su merecido, pues siempre lo vemos que come carne cruda.

Fin