— ¡Oh, rey del tiempo y substancia y cifra del siglo! En Babilonia me quisiste perder en un laberinto de bronce con muchas escaleras, puertas y muros; ahora los poderosos han tenido a bien que te muestre el mío, donde no hay escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que te veden el paso.
Los 2 Reyes y los 2 Laberintos
Ricitos de Oro y los Tres Osos
— ¿Quién se comió mi avena? —preguntó Bebé Oso.— Seguramente la comiste antes de salir y ahora quieres más. ¡Tienes hambre de oso! —dijo Mamá Osa.— Pero Mamá... —iba a protestar Bebé Oso.— ¡Jovencito! —dijo Papá Oso— ¡Si ya comiste tu avena y estás engañando a Mamá te irás a la cama!
— ¿Quién se sentó en mi sillita y la rompió? —lloró Bebé Oso.— ¡Hay niño, que voy a hacer contigo, tienes manitos de oso! —dijo Mamá Osa.— Pero Mamá... —iba a protestar Bebé Oso.— ¡Jovencito! —dijo nuevamente Papá Oso— ¡Si has roto tu silla nueva te irás a la cama!
— ¿Quién está durmiendo en mi cama? —gritó Bebé Oso.
Los Tres Gatitos
— “¡Oh, mamá, querida mamá, mira lo que hemos encontrado junto a nuestras camas!”.Los tres gatitos abrieron los regalos, encontraron tres pares de guantes y se los pusieron...
— “¡Cómo! ¿Ya encontraron sus regalos? ¡Feliz cumpleaños mis tiernos gatitos! Purr, purr, purr.”
— “¡Oh, mamá, querida mamá, míranos, míranos, ahora tenemos nuestros propios guantes!”.Los tres gatitos salieron a jugar con sus juguetes y se sacaron los guantes para jugar mejor...
— “¡Cómo! ¿Ya se los pusieron? ¡Mis buenos gatitos ya no rasguñarán más sus juguetes! Minino, minino, minino.”
— “¡Oh, mamá, querida mamá, nos sacamos los guantes para jugar y rasguñamos nuestros juguetes!”.Los tres gatitos arreglaron sus juguetes y entonces fueron donde la mamá...
— “¡Cómo! ¿Rasguñaron sus juguetes? ¡Si no los arreglan volverán a jugar con lana! ¡Miau, miau, miau!”
— “¡Oh, mamá, querida y buena mamá, míralos, míralos, ya hemos arreglado nuestros juguetes!”.
— “¡Cómo! ¿Arreglaron sus juguetes? ¡Mis pequeños linces, por ser tan buenos les prepararé un pastel de cumpleaños! ¡Miaoo, miaoo, miaoo!
— "¡Oh, mamá, querida mamá, estamos muy tristes porque hemos perdido nuestros guantes!".Los tres gatitos encontraron sus guantes y entonces comenzaron a gritar...
— "¡Cómo! ¿Perdieron sus guantes? ¡Gatitos traviesos y descuidados! ¡Si no los encuentran no tendrán pastel! ¡Miau, miau, miau!"
— "Oh! mamá, querida mamá, míralos, míralos, ya encontramos nuestros guantes!".Los tres gatitos, con sus guantes puestos, comenzaron a comer pastel...
— "¡Cómo! ¿Encontraron sus guantes? ¡Qué lindos mis tres gatitos, ahora sí les daré pastel! Purr, purr, purr."
— "¡Oh, mamá, querida mamá, ya comimos el pastel, pero al comerlo ensuciamos nuestros guantes!".Los tres gatitos lavaron sus guantes y luego los colgaron para secarlos...
— "¡Cómo! ¿Ensuciaron sus guantes? ¡Gatitos descuidados!" Los tres gatitos comenzaron a llorar, "¡Miau, miau, miau!"
— "¡Oh, mamá, querida mamá, mira, ya hemos lavado nuestros guantes!".
— "¡Cómo! ¿Lavaron sus guantes? ¡Queridos gatitos! ...¡Pero, huelo a un ratón muy cerca de aquí! ¡Atrápenlo! ... ¡Miau, miau, miau!
Alicia en el País de las Maravillas
Alicia se cansó de estar sentada bajo el árbol sin hacer nada. Una o dos veces miró el libro que leía su hermana; pero no tenía dibujos ni diálogos.
— Y ¿para que sirve un libro sin ilustraciones ni conversaciones? —pensó Alicia.
De pronto, pasó junto a ella el Conejo Blanco sacando un reloj del bolsillo del chaleco. Lo miró y se dio prisa. Alicia no había visto nunca a un conejo que tuviera un reloj para sacarlo del bolsillo. Extrañada, lo siguió y lo vio meterse en una madriguera.
En el fondo de la madriguera había un pasaje serpenteante. Alicia alcanzó a escuchar al conejo que decía:
— ¡Por mis orejas y mis bigotes! ¡Qué tarde se está haciendo! ¿Qué va a decir la reina?
Ella lo siguió hasta que se encontró en un pequeño salón rodeado de puertecitas cerradas. Vio una llave dorada sobre una mesa con la que probó abrir una puerta. Lo logró. Se arrodilló y miró por ella. Ahí vio el jardín más lindo que jamás se haya visto. Quiso salir; pero ni siquiera pudo meter la cabeza por la pequeña puerta.
Alicia se acercó nuevamente a la mesa. Esta vez vio un frasco con una etiqueta con la palabra Bébeme. Alicia probó el contenido y, sin darse cuenta, se lo bebió todo.
— ¡Qué extraña sensación! —se dijo— ¡Es como si me hubiera empequeñecido!
Y así era; ahora medía solamente 30 centímetros. Se alegró al pensar que podría salir al jardín maravilloso; pero cuando llegó a la puertecita, se encontró con que había olvidado la llave dorada.
Intentó subirse por una de las patas de la mesa para recogerla. Era muy resbalosa y se cansó de tratarlo. La pobre Alicia se sentó a llorar. Lloró y lloró hasta que se encontró sumergida en una piscina de lágrimas. Entonces, escuchó un chapoteo: era un ratón que se había resbalado al agua salada. Poco a poco, la piscina se fue llenando de aves y animales que caían adentro.
Alicia nadó hacia la orilla y todos la siguieron. Ahora, había que secarse.
— Lo mejor —dijo un ave— es una carrera de Caucus.
— ¿Qué es una carrera de Caucus? —preguntó Alicia.
— Para explicarlo, hay que hacerlo —dijo el ave, marcando una pista de carrera.
Todos se pusieron a correr hasta secarse. Luego, uno por uno, se fueron yendo. Alicia se quedó nuevamente sola.
Alicia exploró hasta llegar a una casita con un letrero en la puerta que decía: Conejo B. Entró y subió por la escalera. En una mesa encontró los guantes, un abanico y una botella del conejo. Probó su contenido y empezó a crecer. Sin pensarlo, se ventiló con el abanico y descubrió que se empequeñecía otra vez. Cuando estuvo lo bastante chica, corrió fuera de la casa.
Cerca de ahí había una oruga sentada en un hongo.
— ¿Quién eres tú? —preguntó la oruga.
— Apenas lo sé, señor. Con tantas estaturas uno se confunde —respondió Alicia.
— De qué tamaño quieres ser? —preguntó la oruga.
— Un poquito más grande —dijo Alicia.
— Un lado te hará más lata y el otro más baja.
— ¿Un lado de qué? —consultó Alicia tímidamente.
— Del hongo, por supuesto —refunfuñó la oruga.
— Y, ahora ¿cual es cuál? —se preguntó Alicia mordisqueando una migaja del lado derecho del hongo.
Acto seguido, se golpearon sus pies con la barbilla. Tragó un pedacito del lado izquierdo. Ahora se le alargó el cuello y una paloma voló hacia ella gritanto:
— ¡Una serpiente!
— ¡No soy una serpiente! ¡Soy una niñita!
Después, Alicia averiguó como controlar su estatura mordisqueando el hongo; primero por un lado y, luego por el otro. Ahora visitaré ese bello jardín —pensó.
Luego, Alicia vio a un Gato sobre un árbol. Cuando el minino le sonrió, supo que era un Gato de Cheshire.
— ¿Me podría decir, por favor, hacia qué lado ir?
— Por aquí vive un Sombrerero y un Conejo —dijo el Gato. Puedes ver al que quieras: los dos están chiflados.
El Sombrerero y el Conejo estaban tomando té al aire libre con un Dormilón que roncaba profundamente.
— ¿Por qué un cuervo es como un escritorio? —apuntó súbitamente el Sombrerero.
— Yo puedo adivinar eso —dijo Alicia.
— ¿Qué quieres decir? —preguntó el Conejo.
— Quiero decir lo que digo —respondió Alicia. Es lo mismo.
— También podrías decir que 'respiro cuando duermo' es lo mismo que 'duermo cuando respiro' —agregó el Dormilón.
— Eso es lo mismo para ti —dijo el Sombrerero.
Cuando Alicia abandonó la reunión, descubrió una puerta en un árbol. Entró y se encontró en el salón de las puertecitas. Esta vez pudo tomar la llave dorada y empequeñecerse con migajas del hongo. Entró al bello jardín donde vio al Conejo Blanco con unos seres cuadrados que ella reconoció como la Reina de Corazones y su corte de naipes. Estaban gritando y apuntando hacia arriba. En el aire flotaba una sonrisa. El Gato de Cheshire hacia su truco favorito: desaparecer en el aire.
— ¡Córtenle la cabeza! —bramó la Reina.
— Ustedes sólo son naipes —dijo Alicia.
Al instante, la baraja cayó sobre Alicia que trató de barrérsela con la mano; pero cuando volvió a abrir los ojos, ahí estaba ella, tratando de despejarse el rostro de las hojas del árbol que la habían despertado.
— Oh, tuve un sueño tan curioso! —dijo Alicia. Y vaya sueño maravilloso el que había tenido.
El Pájaro Azul
Tyltyl y su hermanita Mytyl vivían con sus padres en la casita de un bosque. Eran pobres, pero felices. Lucie, la vecina, hija de Madame Berlingot, no podía caminar.
— ¡Pobre Lucie! Me gustaría ayudarla —suspiró Mytyl una tarde de Noche Buena.
— Sólo el Pájaro Azul la sanará —recordó Tyltyl y sorpresivamente, apareció una señora en el aire.
— Yo soy el Hada Beryluna —les dijo— Mi hija Luz y sus amigos el Perro, Gato, Pan, Azúcar y Fuego los guiarán en la búsqueda del Pájaro Azul. Harán un viaje largo y difícil" —agregó el Hada— Irán a la Tierra del Recuerdo a través del Salón de la Noche y al Palacio de la Felicidad. Visitarán el Reino del Tiempo y la Mansión del Futuro. En muchos lugares tendrán que abandonar a sus compañeros, porque no podrán acompañarlos. No sé si encontrarán al Pájaro Azul; pero estarán a salvo mientras Tyltyl conserve este diamante mágico en su sombrero. Cada vez que quieran volver a viajar y cada vez que necesiten a Luz, Tyltyl debe girar su diamante. Recuérdenlo bien. Y, ahora, deben ponerse en el camino que los espera.
La primera tapa del viaje de los niños los llevó al torbellino de las nebulosas del tiempo hacia la Tierra del Recuerdo. Ahí los esperaba una sorpresa.
— ¡Abuelitos! —gritaron Tyltyl y Mytyl— Pensamos que alejados por la muerte, no los veríamos nunca más.
— Siempre vivimos en el recuerdo —le aclaró la abuelita— Cada vez que piensan en nosotros, volvemos a acompañarlos.
— Venimos a buscar al Pájaro Azul —explicó Mytyl.
— Aquí hay muchos Pájaros Azules —apuntó el abuelito— Pero estas son Aves del Recuerdo y se volverán invisibles en el mundo real.
— Entonces, viajemos a las Puertas de la Noche —dijo Luz— Detrás yace la comarca de la Señora de la Noche, reina del Sueño, el Temor, el Misterio y la Oscuridad. Ahí está el Jardín de los Sueños, donde viven muchos Pájaros Azules.
— Pero ¿quién nos guiará? —preguntó Tyltyl.
— El Gato —contestó Luz— El puede ver en la oscuridad.
Ahora el Gato guiaba a los niños; pero, en los Salones de la Sombra, su naturaleza salvaje y la hechicería, lo vencieron. En vez de orientar, evitó que encontraran el Jardín de los Sueños. Pero Tyltyl y Mytyl insistían en llegar al vergel donde las aves del sueño comían fríos rayos de luna.
— Son porfiados —le susurró el Gato a la Dama de la Noche— Déjalos entrar; pero, antes, adviértele al verdadero Pájaro Azul para que no lo atrapen.
La Señora de la Noche permitió que los niños pasaran a su reino, donde los Pájaros Azules descendían y se elevaban a la luz de la luna. Capturaron a cuantos pudieron; pero cuando regresaron, todos desaparecieron. Eran Aves Imaginarias. El verdadero Pájaro Azul los había eludido. De regreso pasaron por el Bosque de las Tinieblas. El Gato corrió adelante y previno a los árboles y animales. De pronto, Tyltyl y Mytyl vieron un destello azul y a un pájaro posándose sobre un roble gigante.
— ¡El Pájaro Azul es nuestro! —gritaron los niños.
— ¡No te dejaremos cazarlo! —tronó el roble.
Tyltyl, asustado, giró rápidamente su diamante mágico.
— Hemos visto muchos Pájaros Azules —dijo Tyltyl— Pero, o desaparecen, o no los podemos cazar.
— Vamos al Palacio de la Felicidad —les dijo Luz— Hay felicidades falsas y verdaderas: el Pájaro Azul puede estar en una de ellas.
Primero ingresaron a la Cámara de la Frivolidad donde una multitud, finamente vestida, comía manjares.
— ¿Han visto a un Pájaro Azul? —les preguntaron los niños.
— Las únicas aves que tenemos son gallinas cocidas y pavos asados -les respondieron con tristeza.
— Vámonos de aquí —dijo Luz— Busquémoslo en el lugar de la verdadera felicidad: el Salón del Regocijo.
Allá encontraron a una señora encantadora esperándolos.
— ¡Mamá! —exclamó Mytyl extrañada— Te pareces a mamá; pero ¿cómo podría estar aquí?
— Yo te conozco bien, Tyltyl, y a ti, Mytyl —explicó ella— Yo soy el amor de mamá. Desgraciadamente, no puedo darles el Pájaro Azul; pero, recuerden esto: el Pájaro Azul está siempre cerca del Amor y la Felicidad.
— Sólo nos falta la Mansión del Futuro en el Reino del Tiempo —dijo Luz.
En la Morada del Porvenir vivía un anciano cuidando a los niños que esperaban nacer.
— Hola, Tyltyl y Mytyl —saludó un bebito— Yo seré su hermanito el próximo año.
Mientras Tyltyl y Mytyl esperaban en la Puerta hacia el Presente, llegó Luz.
— Encontré un Pájaro Azul que no ha nacido; pero me temo que no podrá abandonar este lugar —les dijo.
Y así era. Cuando regresaron, la pajarera estaba vacía.
— Fallamos, pero no debemos perder las esperanzas —dijo Luz— El Pájaro Azul está donde menos se supone, incluso puede encontrarse en el mundo real. Conserva el cristal de tu sombrero, Tyltyl; porque te recordará el poder de la Claridad.
Los pequeños viajeros llegaron otra vez a casa. El azúcar brincó al azucarero, el Pan se acostó sobre la mesa. El Fuego se desparramó en la leña. El Gato y el Perro se echaron a dormir. Tyltyl y Mytyl se fueron a la cama y, cuando despertaron, era Navidad. Todo parecía estar igual, excepto el pajarito gris de Mytyl.
— ¡Mira! —gritó Tyltyl— ¡Está azul!
En ese momento, golpearon la puerta.
— ¡Feliz Navidad! —dijo Madame Berlingot alegremente— ¡Mi hija Lucie puede caminar de nuevo!
Tyltyl y Mytyl se miraron y sonrieron. La búsqueda del Pájaro Azul había terminado felizmente.
Fin
Juanito y los Frijoles Mágicos
— ¡Mamá, mira! Son semillas mágicas —exclamó Juanito.
— Muy bien, Juanito. ¿Y qué has hecho con nuestra hermosa vaca? —preguntó su mamá.
— La cambié por estas maravillosas semillas.
— ¡Qué tonto eres! Cambiar nuestra linda vaca por unas semillas sin valor. Hoy no tendremos nada para cenar —dijo muy triste y disgustada la mamá de Juanito.
— Señora, mi nombre es Juanito, vengo desde lejos y tengo hambre. ¿Puede darme algo de comer?
— ¿Comer? —exclamó ella— ¡Vete si quieres seguir con vida! Este es el castillo de un malvado gigante que si te encuentra te comerá... —añadió la enorme mujer.
— Grrr-Grrr... —gruñó el ogro— Huele a carne humana. ¿Quién anda por aquí? —añadió con enojo.
— Es el cerdito que cociné para ti —respondió la señora, mientras escondía a Juanito debajo de la mesa.
— ¡Gallina, pon un huevo de oro puro! —ordenó el gigante.
— ¡Ahora Juanito! —exclamó silenciosamente la anciana señora. Y añadió— Ven rápidamente. Toma los tesoros, porque ellos pertenecieron a tu padre, a quien el ogro mató. Yo intenté detenerlo pero no pude hacer nada, es un ogro muy malo y terrible. Lleva los tesoros con tu madre y que sean felices.
— ¡Mamá, mamá... rápido: tráeme el hacha!
Gretel y Hansel
Gretel y Hansel eran dos niños muy buenos, hijos de un pobre leñador. Una noche, estando acostados, oyeron a su madrastra decir:
— Tenemos que deshacernos de los niños, ya no hay alimentos. Mañana los llevaremos a lo profundo del bosque y los dejaremos.
— Es demasiado cruel —respondió el leñador.
Pero su mujer insistió:
— ¿No es mejor a que muramos de hambre? Por su cuenta llegarían a alguna parte donde alguien que les dé de comer, y si le trabajan tal vez sobrevivan.
Hansel oyó la conversación, salió de la casa y llenó sus bolsillos de piedrecitas que brillaban a la luz de la Luna.
Al día siguiente en la mañana, muy temprano, los llevaron al bosque con la excusa de cortar madera. Hansel disimuladamente iba botando piedrecita por piedrecita mientras caminaban. Cuando llegaron a un lugar para descansar, y en un momento en que los niños se distrajeron, los dejaron.
Gretel, al percatarse que era de noche y estaban solos en el bosque, comenzó a llorar, pero Hansel la consoló con un cuento:
— No te preocupes hermanita, seguiremos las estrellas que los enanos plantan en los caminos.
— ¿Dices que los enanos plantan estrellas en los caminos?
— Créeme, Gretel... ¡ya lo verás!
Hansel esperó a que saliera la Luna y ante el asombro de Gretel, un sendero marcado por decenas de "estrellitas" apareció ante ellos: era el brillo de las piedrecitas. Mientras caminaban, Hansel contaba a Gretel divertidos cuentos para animarla. Así, sin mucho miedo a la oscuridad reinante, volvieron sanos y salvos a casa.
El primero en encontrarlos fue su padre, quién feliz al verlos abrazó a los niños, pero la madrastra dijo:
— ¡Mañana los llevaremos mucho más lejos en el bosque!
Cerró la puerta con llave para que Hansel no recogiera más piedrecitas, y a la mañana siguiente les dio una rebanada de pan y los condujo al bosque. En el trayecto, Hansel dejó caer migas de pan para marcar nuevamente el camino.
Ya lejos en el bosque la madrastra se escondió y luego echó a correr, perdiendo de vista a los niños que creían oír el rumor de su padre al cortar madera. El sonido, sin embargo, provenía de algunas ramas que movidas por el viento rozaban entre ellas.
Cuando Hansel descubrió que los pájaros se habían comido las migas de pan y no hallaba el camino, comenzó a llorar. Gretel, recordando el cuento de la noche anterior le preguntó tranquilamente:
— ¿Por qué lloras, hermanito?
A lo que Hansel contestó:
— Los enanos cosecharon sus estrellas: será difícil encontrar el camino esta vez.
Gretel preguntó, inocente:
— ¿Y si buscamos a los enanos? ¡Quizá nos ayuden!
Hansel no se atrevió a decirle a Gretel la verdad porque no quería que perdiese las esperanzas. Pensó, además, que si caminaban lo suficiente tal vez encontrarían el sendero de las piedrecillas, así que se tomaron de la mano y comenzaron a caminar lentamente, tanteando en la oscuridad. Sin embargo la noche estaba tan oscura que apenas podían distinguirse el uno del otro.
En un momento llegaron a un claro en el bosque, y en lo alto brillaban titilantes las estrellas.
— ¡Oh! —se maravillaron los niños.
Hansel y Gretel siempre habían admirando el cielo, y la belleza del panorama les llenó de ánimos. Pero al rato una nube oscura tapó el cielo y el bosque oscureció de nuevo. Comenzó a correr viento. Los niños se acurrucaron entre las grandes raíces de un árbol, y ahí, abrazados, con miedo y con frío, pasaron la noche.
A la mañana siguiente el bosque amaneció con una espesa neblina y la nube negra seguía tapando el cielo sin dejar pasar los rayos del Sol. Parecía que el día estaba casi tan oscuro como la noche. En algún momento oyeron una vocecita:
— ¡Por aquí, por aquí!
Era un lorito blanco al que decidieron seguir.
— ¡Por aquí, por aquí! —repetía su vocecita medio burlona.
Confiado, los niños siguieron al ave y pronto llegaron a una extraña y maravillosa casa hecha de dulces, galletas y jengibre. Tenían tanta hambre que no se resistieron a comer algunos trozos cuando una viejita salió de la casa y les dijo:
— Hola niños, vengan adentro y tendrán más golosinas y una cama suave para dormir.
Pero la dama amable era en realidad una bruja malvada que transformaba a los niñitos en galleta para luego comérselos. Una vez que entraron a la casa la bruja obligó a Gretel a trabajar sin descanso, y encerró a Hansel en una jaula para que engordara con la intención de comérselo. Cada día la bruja examinaba los dedos de Hansel para saber si estaban lo suficientemente gordos, y Hansel, sabiendo que la bruja tenía mala vista, le mostraba un hueso de pollo en vez de su dedo. Y así pasó el tiempo sin que los niños pudieran escapar de la trampa.
Pero un día, la bruja no quiso esperar más.
— Pon más leña al horno —dijo a Gretel— hoy comeremos a tu hermano con sopa de pollo.
Gretel se enojó y gritó tan fuerte, que la bruja decidió comérsela a ella también.
— Ya niña, si dejas de gritar no me comeré a tu hermano —le mintió— Mejor ve a ver si el horno ya está caliente... comeremos sólo la sopa de pollo.
Pero Gretel adivinó que trataba de engañarla y le contestó:
— ¿Cómo lo hago?
— ¡Niña tonta! —respondió la bruja, y abrió la puerta del horno para mostrarle cómo.
En ese momento Gretel la empujó dentro del horno y cerró la entrada con el pestillo. La malévola bruja gritó horrorizada, pero no podía escapar. La niña se apresuró a liberar a su hermanito y juntos corrieron fuera de la casa de dulces.
En el instante que saltaron la cerca el hechizo que cubría el lugar se rompió. Las golosinas, caramelos y bombones se convirtieron en hermosas aves del bosque. Lo mismo ocurrió con los bizcochos, tortas y rosquillas, que se convirtieron en animalitos felices de verse liberados. Las galletas y obleas, que formaban la cerca de la casa, se transformaron en otros niñitos que habían sido atrapados por el encanto de la bruja.
Los niños abrazaron a Hansel y a Gretel como a grandes héroes por haberlos liberados de su encierro. Cuando la casa de dulces finalmente desapareció —con bruja y todo— quedaron unos cuántos cofres sobre el verde prado del bosque, descubriendo en ellos innumerables joyas y monedas de oro.
Con el fin de la maldición también se fue la eterna neblina del bosque y el Sol brilló en lo alto de un hermoso cielo azulado. El bosque se despejó lo suficiente como para enseñar a los niños el camino de vuelta a sus casas, y así fue como aquel día muchos padres del pueblo se emocionaron al reencontrarse con sus hijos, difundiéndose el misterio acerca de los tesoros que habían llevado con ellos.
Hansel y Gretel volvieron finalmente a su casa. ¡El leñador lloraba de emoción al abrazar de nuevo a sus hijos! Los había estado buscando y temía que hubieran muerto en el bosque. Les explicó que la madrastra, agobiada por la culpa, se había ido de la casa para nunca más volver. Por fin, reunidos y contentos, su padre les dijo:
— Ahora comeremos una rica sopa de pollo...
— ¡Nooo! —gritaron al mismo tiempo los niños.
— Bueno, bueno... les prepararé un bizcocho.
— ¡Tampoco! —gritaron de nuevo los niños.
— Bueno, pero... ¿qué les gustaría comer? —preguntó extrañado el leñador.
— Una ensalada está bien, papá. —propusieron finalmente.
La familia nunca más pasó hambre ni frío puesto que uno de los cofres que se habían llevado de la casa de la bruja era mágico, y todo lo que se guardaba adentro se multiplicaba por dos, de modo que el cofre nunca estaba vacío, pero Gretel y Hansel no lo sabían.
Caperucita Roja
Ilustración de Shiba Productions, 1969
Había una vez una hermosa casita cerca de un bosque. En ella vivía una buena y dulce niña, a quien llamaban Caperucita Roja, pues acostumbraba usar una bella capita roja.
Cuando Caperucita iba camino del bosque, de pronto apareció delante de ella un lobo.
— ¿Hacia dónde te diriges, Caperucita Roja? —preguntó el lobo.El lobo miró con mucha astucia a Caperucita y le dijo:
— ¡Hola Señor Lobo! Voy a casa de mi abuelita que vive en el bosque, para sorprenderla con un regalo. —contestó Caperucita.
— ¿Por qué no cortas unas bellas flores de colores para ella?Y mientras Caperucita Roja estaba cortando flores, el lobo se dirigió muy velozmente a la casa de la abuelita, que estaba en el interior del bosque. Al llegar, tocó la puerta, y, fingiendo la voz, dijo así:
— Gracias, señor lobo, es muy buena idea. —contestó Caperucita.
— Soy yo, abuelita, Caperucita Roja, que te traigo ricos panecillos, frutas y pasteles.
— ¡Abuelita, qué orejas tan grandes tienes!
— Son para oírte mejor, pequeña. —contestó el lobo.
— ¡Y qué ojos tan grandes tienes, abuelita!
— Son para verte mejor, pequeña. —respondió el lobo.
— ¡Y qué dientes tan grandes tienes, abuelita!
— Son para... ¡comerte mejor, pequeña!
— ¡Suéltala, lobo malvado, que yo te daré tu merecido!