Cuentos Clásicos
El Reino de los Cuentos Perdidos

El hombrecito galleta

Basado en el cuento escandinavo de la tarta corredora
(Otros nombres: la tortilla corredora, el hombre de jengibre)
Versión extensa de Ethan J. Connery
Érase una vez, una pareja de ancianos granjeros que vivían en una casita, en lo alto de una loma, y a las afueras de un pequeño pueblo, cuyo nombre ya nadie recuerda. Era nochebuena, y el abuelo había llegado a casa con un saco de harina recién traída del molino.

- Ya pronto será Navidad, ¡deberías prepararte unos pastelillos, Martha! -dijo el anciano a su mujer, que ya había abierto el saco con la intención de hacer unas ricas galletitas con harina y miel.
- ¡Que fresca se ve la harina de esta tarde! -exclamó la abuela, notando que estaba más blanca y limpia que de costumbre.
- Es verdad, los trigos maduraron felices este año. Les dije a la gente del pueblo que se debe a que los enanos han frecuentado los campos. "¡Habladurías nada más!", me dijeron, incluso alguno me trató de charlatán. ¿Te lo imaginas?
- No debes tomar en cuenta ese comentario, Jonathan. Recuerda que la gente de pueblo no conoce la magia y los misterios que hay en los campos.
- Bien, bien, querida. ¿y qué sorpresa prepararás para esta noche buena? -dijo el abuelo, imaginándose una magnífica torta.
- Haré unas tartas con crema y unas ricas galletas, y prepararé una galleta grande, especialmente para tí.

Así la abuela hizo la masa con huevo, la empolvó de azúcar y le hechó otro tanto de miel. Amasó largo rato, metió las masitas al horno y pasaron los minutos. Al abuelo le encantaban las galletas y estaba impaciente por probar una, así pues, abrió la puerta del horno para ver como iba su galleta y una gran sorpresa se llevó cuando descubrió que la galleta que le había preparado la abuela tenía forma de enano. ¡Era un auténtico hombrecito de masa!

Pero de pronto...

¡Zas! ...la abuela le dió una palmada a la mano del abuelo. -¡Aún no están listas! -le regañó cariñosamente. Pasaron los minutos y el abuelo seguía imaginando la deliciosa galleta de navidad con forma de enano.

- ¡Tu hombrecito galleta se ve apetitoso, Martha! ¡Ya debe estar listo! -le repetía a cada instante. La abuela finalmente se acercó a la chimenea para ver las galletas, y justo cuando abrió la puerta del horno....

¡¡ Cha cha cha chaaan !!

El abuelo metió la mano y robó una galleta.

- ¡Espera un minuto más! -le aconsejó la abuela. El hombrecito galleta parecía estar casi en su punto. Así pasó otro par de minutos cuando la abuela sacó las galletas del horno y comenzó a hecharles chocolate.

- ¡Miel y chocolates! ¡Esto quedará delicioso! -repetía el abuelo, que lo único que ansiaba era comerse su galletón con forma de enano.

Esta la abuela poniendo motas de chocolate a cada una de sus galletas, cuando llegó finalmente adornar de dulce al hombrecito galleta. Estaba a punto de ponerle una mota de chocolate, cuando de pronto...

¡¡ Ñam ñam ñam !!

Descubrió que el abuelo se estaba comiendo uno de los pasteles que aún no había terminado de adornar.

- ¡No seas goloso, Jonathan! -espera a que termine, sinó, no quedará nada para esta noche de navidad.

El abuelo se disculpó después de saborear el pastel y ayudó a la abuela a vestir de chocolate al hombrecito galleta. Así fue como terminaron de adornar con todos los detalles al hombrecito, poniéndole pelo de chocolate, abrigo de chocolate y botas de chocolate, además de un par de ojos de crema con chocolate. Estaba tan bien hechito que parecía de verdad.

- Vamos a llevarlo a la mesa. -dijo la abuela, tomando la bandeja llena de pasteles y galletas. El abuelo se sentó en la mesa, pero justo cuando la aubela iba a sentarse...

¡Ton! ¡Ton! ¡Ton!

Sonaron las 12 en el reloj. Se les había pasado la nochebuena y ya era Navidad. Los abuelos se abrazaron y se desearon una muy feliz Navidad. Se intercambiaron unos regalos que tenían de antemano y allí mismo, en la mesa, los abrieron. La abuela le regaló al abuelo un gorro de chiporro para la nieve y unos guantes de lana, entanto el abuelo le regaló a la abuela un libro de cuentos de Herlitzland, y otro libro de recetas para cocinar ...pasteles, para variar. Estaban en lo mejor, los dos ancianos apreciando sus regalos.

Cuando de repente...

- ¡Jonathan! -exclamó la abuela- ¡Así que te has comido la mitad de las galletas mientras veía mi regalo!

El abuelo estaba asombrado, ya que no había sacado una sóla galleta de la mesa. La abuela notó que el abuelo estaba extrañado y con los guantes puestos. ¡Así no podía haberse comido las galletas! Los dos viejos miraron la mesa y efectívamente faltaban la mitad de las galletas. Pero... era extraño. El hombrecito galleta parecía más gordo que cuando lo sacaron del horno.

- ¡No puede ser! ¿la galleta con forma de enano se las habrá comido? ¡A lo mejor es una galleta mágica ya que está hecha con la harina del campo que frecuentan los enanos! -exclamó el abuelo.
- ¡Es imposible! -dijo la abuela- a lo mejor la galleta se infló con el polvo real que le eché. Seguramente un ratón debió subir a la mesa y debió haberse comido las galletas mientras estábamos ocupados.
- No hay ratones en este pueblo y menos en el campo, recuerda que un flautista se los llevó a todos hace tiempo -le recordó el abuelo.
- Es verdad -dijo la abuela- pero puede que algun ratón haya regresado. Los gatos no han hecho un buen trabajo últimamente: figúrate que le enseñé a tejer a nuestra gata y ha estado toda la semana tejiendo guantes para sus gatitos. De hecho los guantes que tienes puestos son regalo de mi gatita.
- ¡Qué historias estás contando, Martha! ¡es claro que el hombrecito galleta está vivo por la Maga de los enanos! Ya sabes que esa hechicera que vive en el bosque es la que ha colmado de magia a los enanos del campo.
- A lo mejor regresaron los duendes, Jonathan. ¿recuerdas? Los que te ayudaban a hacer zapatos cuando eras zapatero en el pueblo. ¡Seguro ellos se comieron las galletas!
- Han pasado muchos años desde eso, Martha. Insisto en que el hombrecito galleta debe estar vivo.
- Bueno, sea como sea... ¡Ya es hora de comerlo! -dijo la abuela, y acercó la mano para tomar al hombrecito galleta.

Pero de pronto...

- ¡Un momento! -exclamó el abuelo- Dijiste que el hombrecito galleta sería mío, así que yo lo repartiré. Quiero comer sus botas de chocolate, después de todo, una vez fui zapatero.
- ¡Esta bien! -dijo la abuela- Yo me comeré su abrigo de chocolate, después de todo, aun tengo el abrigo rojo que el viejo Nicolás me mandó a hacer.
- ¿El abrigo rojo?
- Si, el viejo no lo ha venido a retirar, dicen que se fue al Polo Sur en su trineo. Recuerdo que ese noche me dejó el encargo y ha pasado un año exacto desde entonces -contó la abuela.
- ¿Un año? ¿No fue acaso el mismo día en que ese pájaro azul apareció en nuestra jaula?
- ¡AAAAAAAAAAAAAA! ¡Acaben de una vez, por Dios! ¡¿Cuándo terminarán con este cuento?! -gritó el hombrecito galleta, que había saltado arriba del azucarero, para el asombro de los dos viejos.

- ¡Por si no se han dado cuenta, me estoy enfriando y la gracia es comer la galleta cuando ha salido recién del horno! -exclamó el hombrecito galleta irritado y con las manos en la cabeza.

- ¡Lo sabía! -gritó el abuelo- ¡Está vivo!
- ¡Pero si es de galleta! ¡Además ya se ha comido la otra mitad de nuestras galletas! ¡Es cosa de mirar su panza de galleta! ¡Y mira nuestra mesa, Jonathan, ya no hay galletas! -gritó la abuela.
- He..., ¡jeje! -el hombrecitó galleta titubeó, y luego indicando hacia la ventana con su mano de chocolate, gritó- ¡Miren! ¡Acaba de pasar volando frente a la Luna un trineo tirado por renos!

Los ancianos miraron hacia la ventana y no vieron nada. Pero cuando se dieron vuelta para seguir hablando con el hombrecito galleta, éste había desaparecido.

- ¡Nos engañó! ¡Allá vá! -gritó el abuelo- ¡Se escapa por la chimenea!
- ¡Atrapémoslo! ¡Después de todo es una galleta, y además glotona! -dijo la abuela.

Los ancianos corrieron hacia la chimenea, pero cuando llegaron, el hombrecito galleta se devolvía.

- ¡No es por preocuparlos, abuelos, pero hay un viejo de barba blanca atrapado en la chimenea! -exclamó el hombrecito galleta.
- ¡No nos engañarás de nuevo! -le dijo el abuelo- ¡Antes te comeremos! ¡Eres nuestra galleta!

El hombrecito galleta corrió hacia la entrada de la casa, y como era plano como una galleta, se tiró por debajo de la puerta, pero como estaba panzón por haberse comido las galletas de los viejos, le costó pasar. Al final lo logró.

- ¡Intenta escaparse! -gritó la abuela.

El abuelo abrió la puerta y corrió detrás del hombrecito galleta. Pero como era de noche, la abuela llevó consigo su lámpara de aceite para alumbrarse en el camino.

- Corran, corran, abuelos... ¡Jamás me comerán! No seré atrapado porque soy... ¡cha cha cha chaaaan! ¡¡EL HOMBRECITO GALLETA!!

Así cantaba el hombrecito galleta mientras se reía de los dos viejos que no podían darle alcance. El hombrecito galleta corría y corría, colina abajo, en dirección al pueblo. Iban los tres corriendo por el camino, cuando un hombre se asomó por la puerta de una casa. Era el pintor del pueblo.

- ¡He! ¿Qué es ese escándalo en plena Navidad? ¡No puede ser! ¡Un hombrecito de galleta va escapando por el camino! ¡Oye, espera, hombrecito de galleta. Ven para acá, me gustaría comerte!
- Corran abuelos, corre pintor... ¡Jamás me comerán! No seré atrapado porque soy... ¡¡EL HOMBRECITO GALLETA!!

El pintor, que el día anterior había pintado su casa y tenía ganas de comer algo rico, tomó su lámpara de aceite y en la oscuridad del camino, corrió tras el hombrecito galleta. Así estaban los cuatro corriendo cuando unos niños se asomaron por una ventana.

- ¿Quién está jugando afuera a estas horas y además en plena Navidad? -dijero al unísono, los niños- ¡Oh! ¡Pero si es un monito de galleta que va escapando por el camino! ¡Vamos a comerlo!
- Corran abuelos, corre pintor, corran niños... ¡Jamás me comerán! No seré atrapado porque soy... ¡¡EL HOMBRECITO GALLETA!!

Los niños, que en Navidad se ponen muy golosos, salieron por la ventana tras el rastro del hombrecito galleta. Como era de noche, cada uno llevó una lámpara de aceite para alumbrarse el camino. Así, ya eran como diez personas que corrían detrás del hombrecito galleta y todos lo querían comer. Con el escándalo que se armó, el pueblo completo salió de sus casas corriendo detrás del hombrecito galleta.

- Corran abuelos, corre pintor, corran niños, corra todo el pueblo... ¡Jamás me comerán! No seré atrapado porque soy... ¡¡EL HOMBRECITO GALLETA!!

El hombrecito galleta se reía de todos, porque era muy rápido y nadie podía alcanzarlo. Y así, corriendo, corriendo, llegó hasta un riachuelo y se detuvo. No sabía qué hacer ya que si se metía al agua se desarmaría, porque después de todo... era una galleta. El hombrecito galleta miró hacia atrás y vió a los abuelos, el pintor, los niños y a todo el pueblo, corriendo con sus lámparas de aceite iluminando el camino. Ya estaban cerca y estaba a punto de atraparlo.

Cuando de repente...

Un zorro que caminaba casualmente por ahí, lo vió y se acercó a él.

- ¡Ayúdame zorrito! ¿El pueblo me quiere atrapar?
- ¿Porqué?
- Porque soy de galleta y las personas comen galletas, especialmente ahora que es Navidad.
- No te preocupes, súbete a mi lomo y yo te llevaré al otro lado del riachuelo y ya no podrán darte alcance.
- Gracias zorrito, eres muy buen amigo.

El hombrecito galleta se subió al lomo del zorro y el zorro se lanzó al agua, nadando en dirección a la orilla contraria. Pero el lomo comenzó a humedecerse.

- Súbete a mi cabeza para que no te mojes -le aconsejó el zorro.
- De acuerdo, ¡gracias zorrito! -le dijo el hombrecito galleta.

La gente ya había llegado a la orilla del arrollo y alumbraban el agua con sus lámparas de aceite. Todos vieron que el hombrecito galleta iba montado a la cabeza del zorro que nadaba. Pero las orejas del zorro comenzaron a mojarse.

- Súbete a mi nariz para que no te mojes -le aconsejó el zorro.
- De acuerdo, ¡gracias zorrito! -le dijo el hombrecito galleta, mientras sacaba su lengua de chocolate a las gentes del pueblo, que miraban desde la orilla- ¡¡Corran abuelos, corre pintor, corran niños, corra todo el pueblo, corran sobre el agua si pueden!! ¡¡Jajajajá!!... ¡Jamás me comerán! No seré atrapado porque soy... ¡¡EL HOMBRECITO GALLETA!!

Pero de pronto...

Un niño gritó, indicando hacia lo alto.
- ¡Miren, mirén allá! ¡en el cielo! ¡Es un trineo que va volando!
- ¡Si! ¡Y está tirado por renos! -dijo el pintor.
- ¡Y lo conduce alguien que lleva una abrigo rojo! -dijo otra persona.
- ¡El abrigo del viejo Nicolás! -exclamó la abuela.

...y todo el mundo, asombrado ante el espectáculo, que por primera vez se daba en la historia de la Navidad, se fue corriendo detrás del trineo de Santa Claus, que volaba iluminando el cielo de la noche. El hombrecito galleta y el zorro quedaron solos en el agua.

- ¡Vaya! Parece que todos se han ido -dijo el zorro- Sea lo que sea eso que pasó volando parecía más interesante que el sabor del hombrecito galleta.
- ¡Que suerte la mía! ¡Ya puedes llevarme a la orilla de nuevo! -dijo el hombrecito galleta.
- De ninguna manera. Yo tengo mi papel en esta historia -aseguró el zorro.
- ¿Y cual es tu papel? -preguntó curioso el hombrecito galleta.
- Pues, como ves, debo comerte... ya que te has reido de todo el pueblo y además si te perseguían era por algo.
- Si, es verdad. Me comí las galletas de los abuelos. Pero por favor, no me comas. ¡Te prometo que no volveré a reirme nunca más de nadie!
- Está bién, te perdono por ahora. Si cumples tu palabra eres una buena galleta.

Y así sucedió que el zorro perdonó al hombrecito galleta y no se lo comió. Pero pasó que al año siguiente el hombrecito galleta volvió a comerse las galletas de los abuelos y fue perseguido por el pueblo y se encontró con el mismo zorro, y esta vez, cuando iban cruzando el río, el zorro se lo comió. Esa es la historia que todos conocen. Lo que de seguro no conocen es que, esa noche de Navidad, alguien del pueblo olvidó su lámpara de aceite en la orilla del río. Y cuando llegaron las lluvias, el río se la llevó y la lámpara fue a parar al mar. Y así, la lámpara flotó por el mar durante largos años, hasta que terminó en la playa de una isla desierta. Dos meses después, un joven llamado Aladino naufragó en la isla y encontró la lámpara..., pero esa ya es otra historia...

El Ave de los Huevos de Oro

Adaptación de la fábula de Esopo

Ilustración L.L.M. de Gerhild Adelheid H.

En las afueras de una aldea vivía un viejo labrador y su hija. Era el hombre más pobre entre los suyos, y ella, una joven de espíritu práctico y corazón humilde como las tierras que trabajaban. Sin embargo, tan pobres eran que ni siquiera poseían una vaca que alegrara con leche sus madrugadas.

Sucedió que un día, trabajando en el campo y mientras el hombre se lamentaba de su suerte, apareció un duende recitándole una melódica rima:
—A tu nombre, oh, buen hombre, como canciones he oído tus lamentaciones, días y días de tanto llorar, que tu pena y mis oídos no pueden más. Por tanto, he decidido en tu lastimera neptuna, cambiar oh, buen hombre, tu mala fortuna. Ten, te regalo mi gallina a la que tanto afecto tengo y que crié desde que era un duende chiquito. Es mi mascota más querida; ésta es tan extraordinaria y diferente a todas las gallinas, que cada día pone un huevo de oro. ¡No son pamplinas!
Sin decir más, el duende desapareció en el aire, y el labrador, asombrado ante el fantástico encuentro, llevó la gallina a su corral.

Apenas cruzó el umbral de su casa, su hija corrió a preguntarle por la inusual y brillante ave.
—Padre, ¿de dónde viene esta gallina tan hermosa? ¡Sus plumas blancas brillan con extraño fulgor!
—¡Me creerás un loco cuando te enteres, pero mañana saldremos de la duda, y si es verdad lo que se dice de ella, nuestra suerte podría cambiar! —dijo el padre, y le contó el encuentro.
Al día siguiente, el labrador y su hija se levantaron temprano y se dirigieron al corral.
—¡Oh, válgame Dios! —exclamó asombrado el viejo, mientras ella no daba crédito a lo que veían sus ojos.
En efecto, su nueva gallina había puesto un auténtico, enorme, brillante y muy sólido huevo de oro puro. El hombre lo guardó en una cesta y se fue con ella a la ciudad, donde vendió el huevo como si de una gran pepa de oro se tratase. Ganó un dineral y regresó feliz a su casa. Su hija recibió la noticia con prudencia.
—¡Qué bendición, padre! Pero recuerda: el duende fue generoso al darnos tal sustento. Debemos ser igual de generosos ahora que no nos faltará, y cuidar a la gallina como a un tesoro, porque además es un hermoso animal. 
Pasó otro día, y esa mañana, loco de alegría, el labrador encontró un nuevo huevo de oro purísimo.
—¡Qué fortuna haberme encontrado con ese duende! —exclamó satisfecho.
El hombre y su hija tenían, todas las mañanas, un nuevo huevo de oro. Así pasó que, poco a poco, con el producto de sus ventas, se convirtió en el hombre más rico de la comarca. Su hija, por su parte, usó el dinero para mejorar el hogar, comprar mejores herramientas y asegurarse de que siempre tuvieran suficiente para mañana.

Sin embargo, como caen muchos hombres poderosos, la avaricia tocó la puerta del labrador, y más exactamente su corazón de honesto trabajador. Un atardecer, mientras cenaban, su padre masculló con una mirada perdida:
—¿Por qué esperar un día completo cada vez que la gallina ponga su huevo? ¡Es una agonía!
—Pero padre... ella nos da lo suficiente para vivir con dignidad y más. ¿No es eso suficiente?
El hombre sintió por un instante la punzada de la razón en su conciencia. La mesura y humildad de su hija eran reflejo directo de lo que él mismo fue una vez. No obstante, pasó el tiempo, y el susurro de la avaricia terminó siendo más fuerte que la voz de su propia sangre.
—¡Mejor me como a la gallina y de paso descubro la mina de oro que lleva en sus entrañas! —gritó un día impaciente el padre, ignorando las súplicas de su hija.
Y empujando lejos la voz de la sensatez, se dirigió al corral y mató a la pobre gallina que tanta riqueza les había dado. Pero en su interior no encontró ninguna mina... es más, ni siquiera se había formado un nuevo huevo. Además, como se había vuelto tan avaro, la gallina estaba flaca, porque había impedido que su hija le diera de comer bajo la excusa de que “no debían malgastar el dinero en cuidar animales". De modo que tampoco pudo prepararse siquiera una cazuela.

Y como supondrán, a causa de su avaricia latente y desmedida, muchos mercaderes evitaron hacer nuevos tratos con el hombre; así, el labrador perdió rápidamente su fortuna que tan fácilmente había conseguido. Su hija solo pudo ver, con tristeza, cómo la codicia había devorado a su padre y su prosperidad.

La codicia, mala consejera, vuelve tu fortuna pasajera."



Fin

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