Cuentos Clásicos
El Reino de los Cuentos Perdidos

Pequeña Gricel y el Castillo de Nunca Olvidarás

Para mi amiga Gricel · Por Ethan J. Connery

La pequeña Gricel caminaba por el bosque de los enanos. Había salido temprano de la escuela y por eso estaba feliz, ya que era su cumpleaños y podría aprovechar el tiempo libre para hacer esas cosas que tanto le gustaba hacer...

—No se si bailar o leer mis cuentos favoritos, pero lo que sea, ¡será entretenido! —pensaba alegremente camino a casa.

Estaba en eso cuando de repente se le cruzó en el camino un enano vestido con una túnica verde y un sombrerito de trapo. Gricel se asustó al principio ya que los enanos tenían la fama de ser traviesos y jugarle bromas a los viajeros de los bosques. El enano la miró y de inmediato se agazapó en el suelo, llorando de pena.

—¿Qué le pasa señor enano? —le preguntó inocente, Gricel, al ver las lágrimas que derramaba el enano.

El enano no contesto, sinó que la miró otra vez y volvió a llorar... esta vez más fuerte. Pero a pesar de su inocencia, Gricel era muy inteligente y notó que el enano tramaba algo, seguramente una broma pesada.

—Señor enano, ¿hay algo que pueda hacer por usted? —le preguntó amablemente Gricel.
—Lo que pasa, niñita, es que se me quedó atrapado mi globo favorito en ese árbol —respondió el enano, señalando con la mano hacia un abeto cercano, dónde un globo rojo amarrado a un hilo estaba enredado entre las ramas del árbol.

—¡No se preocupe, yo lo alcanzaré por usted! —le dijo generosamente Gricel.
—¡Cualquier ayuda es buena! —le respondió el enano.

Era evidente que el enano era un tramposo, ya que cada vez que la niña lo miraba, éste se ponía a llorar, pero Gricel no hacía más que mirar hacia otro lado y el enano se callaba. Gricel nunca pensó que un globo le traería tantos problemas, así que se agarró de una rama del árbol con una mano mientras con la otra intentaba alcanzar el hilo del globo.

—Casi, casi lo tengo... ya... ¡lo alcancé! —exclamó Gricel, satisfecha, cogiendo el hilo con sus dedos.

Saltó al suelo con el globo en la mano y estaba a punto de dárselo al enano, cuando éste la miró sonriente y le dijo.

—¡¡ Buen viaje, niñita, ha-ha-ha !!

El enano saltó en el aire y el globo rojo comenzó a crecer. Creció y creció hasta convertirse en un globo gigante. Gricel se dió cuenta que algo extraño pasaba y quizo deshacerse del globo, pero no pudo porque el hilo se le había enredado en la mano. El globo siguió creciendo y creciendo, hasta que de pronto llegó un fuerte viento y el globo se la llevó, dando vueltas por el aire como una alegre danzante. Gricel sólo atinó a sujetarse fírmemente del globo mientras éste tomaba altura.

—¡Enano travieso! —exclamó la pequeña Gricel mientras se alejaba del suelo.

El enano la miraba sonriente desde abajo mientras se despedía con un saludo burlón, para luego desaparecer en la espesura del bosque.

Así Gricel se fue volando, volando ...sobre las copas de los árboles y más allá... hasta que llegó a las nubes. Estaba en eso cuando pasó volando un patito silvestre junto a ella.

—¡Cuac-cuac! ¿A dónde te diriges, pequeña niña? —Le preguntó el pato.
—Señor pato, quiero ir a mi casa pero estoy volando demasiado alto y extravié el camino.
—¡Vaya, cómo te dejan volar sola, niña! A ver.... si quieres te llevo al norte, ya que yo voy al norte porque se viene el invierno.
—¡Gracias señor pato, cualquier ayuda es buena! —le agradeció Gricel, aunque no estaba segura si su casa aun estaba en esa dirección ya que estaba volando muy alto.

El pato tomó el hilo con sus patitas de pato y siguió volando al norte por un buen rato mientras le contaba a la pequeña las aventuras y desventuras de la vida de pato.

—¡Cuac-cuac! Estamos cerca del "Castillo de Nunca Olvidarás". ¿Te sirve por aquí niña?
—Puede que si...
—Bueno, entonces me despido. ¡Buena suerte, cuac!
—Que tenga buen viaje, señor pato.
—¡Cuac-cuac!

El pato soltó el globo y siguió su rumbo al norte, seguro de haber hecho una buena acción. Pero Gricel aun no estaba segura si ya estaba cerca de su casa y si fuera así, tampoco sabía cómo descender ya que lo único que veía era un horizonte de nubes blancas y azules. Estaba en eso cuando vió que entre unas nubes se asomaba el techo de un viejo y gigantesco castillo... sin duda era el Castillo de Nunca Olvidarás, que había mencionado el pato.

Llegó hasta el techo del castillo y el globo se enredó en la torre más alta, así que Gricel aprovechó de saltar hacia una de las ventanas de la torre.

—¡Oh, por fin, ahora podré bajar a algún lado y regresar a casa! —se dijo feliz, Gricel, quién aun tenía ganas de leer su cuento favorito y de bailar.

Gricel bajó las escaleras del castillo y llegó hasta una enorme sala de piedra. Ahí, junto a una encendida chimenea y sentado en un rústico sillón de troncos se encontraba un gigante que dormía plácidamente mientras recitaba en sueños, una extraña poesía...

" Una ovejita, una nube con patitas
un borreguito, un nimbo con pintitas
un corderito, un cúmulo de estrellitas
¿que es un carnero? "

...y así el gigante repetía lo mismo una y otra vez. Gricel, que era muy valiente a pesar de su edad, no tuvo miedo del gigante y se acercó para mirarlo mejor, ya que era una niña muy curiosa. Le dió pena que el gigante no pudiera terminar su poesía así que se acercó a su oído y le susurró:

—¡Un carnero es la lluvia livianita!

El gigante despertó abriendo los ojos, emocionado.

—¡SIIIII! —retumbó su voz por todo el castillo ¡Un carnero es la lluvia livianita! ¿quién, quién ha sido el de la idea?
—¡Ejem, ejem... muy buenos días, señor gigante!

El gigante miró a la pequeñita Gricel, pero como era tan pequeña tuvo que mirarla con una lupa gigante que guardaba en su bolsillo.

—¿Eres poeta? —preguntó el gigante— ¡Eres muy buena!
—No, soy Gricel y estoy perdida... quiero volver a casa, ¿puede ayudarme, señor gigante?
—Lo siento pequeña, pero yo también estoy perdido... dentro de mi propio castillo.
—¿Cómo es eso? —preguntó la niña.
—Lo que ocurre es que este castillo es como un laberinto y a mi siempre se me olvida cuál es el pasillo que me lleva al exterior, por eso estoy atrapado aquí y me entretengo inventando mi poesía.
—¿Y cuanto tiempo lleva aquí atrapado?
—Cien años, más o menos... pequeña.
—¿Y en cien años sólo ha inventado una poesía?
—No, siempre se me ocurren diferentes rimas, pero tarde o temprano las olvido.
—¡Pensé que este era el Castillo de Nunca Olvidarás! —exclamó Gricel.
—¡Claro, porque si te olvidas de algo... te pierdes! —le explicó el gigante.

Gricel que era muy sentimental, sintió compasión del pobre gigante.

—¿Y porqué no escapamos por la torre? Ahí tengo un globo, pero cómo soy tan pequeña no tengo el peso suficiente como para descender. A lo mejor si ambos nos asimos del globo podremos salir del castillo.
—¿Y por dónde se sube a la torre?
—Por allí... no... por acá... no... ¡cuek! ...lo olvidé!! —respondió confundida, Gricel.
—¿Ya ves, porqué es el Castillo de Nunca Olvidarás? Estaremos aquí otros cien años. —le dijo triste el gigante.

Pero Gricel era muy astuta y se le ocurrió la solución ideal :

—¿Y porqué no escapamos por la chimenea?
—Ohhhh... ¡Que idea, no lo había pensado! —exclamó el gigante, sorprendido de la astucia de la pequeña.
—Aunque usted es muy gordo como para subir por ahí. —observó Gricel.
—¡Pin, pan, pón! —el gigante pronunció una palabras mágicas— ¡Chiquitito quiero ser!

De pronto el gigante que había sido verdaderamente gigante hasta entonces, se hizo chiquitito, pero tan chiquitito y pequeño que la propia Gricel no tuvo problemas en tomarlo con la palma de su mano.

—¡Usted es mago, señor gigante!
—¡¿Ya no choy gigante, que no lo vesh, niñita?!
—¿y qué es ahora, entonces?
—¡Choy un "gigante pequeñito"... y ahora shubamos por la chimenea y shalgamosh de aquí!
—Bueno, bueno... pero no se enoje.

" Una ovejita, una nube con patitas
un borreguito, un nimbo con pintitas
un corderito, un cúmulo de estrellitas
¡Un carnero es la lluvia livianita! "

Recitó el gigante pequeñito y acto seguido entró una nube por la chimenea y comenzó a llover sobre el fuego, hasta que éste se apagó.

—¡Ahora shi, shubamos! —dijo el gigante.
—¡Ya voy, ya voy! —respondió feliz Gricel, por fín volvería a casa.

La pequeña comenzó a subir por la chimenea hasta que salió al techo del castillo. Con el gigante pequeñito guardado en un bolsillo, caminó hasta llegar al techo de la torre dónde le aguardaba el globo rojo. Se amarró fírmemente el globo, llegó un viento y se la llevó por los aires lejos del Castillo de Nunca Olvidarás. El gigante pequeñito parecía feliz, por fín se sentía libre.

—Bueno, ahora debemos descender. —dijo la pequeña.
—¡Comenzaré a crecer de a poquito! —replicó el gigante— ¡Pon, pan, pín... Gigante de a poquito quiero ser!

Aferrado al hilo del globo, el gigante pequeñito comenzó a crecer de a poquito y el globo empezó a perder altura debido al peso. Atravesó el campo de nubes y llegaron a la copa de los árboles, cuando el globo tocó una rama y éste se pinchó.

—¡¡¡ PLAF !!! —el globo reventó.
—¡¡ Waaaaaa !! —gritaron Gricel y el pequeño gigante mientras caían en el bosque.
—¡Gigantón de una quiero ser! —dijo el pequeño gigante antes de tocar el suelo, y al instante se convirtió de nuevo en el gigante más gigante de todos los gigantes gigantónamente agigantados.

....atrapó a Gricel con su enorme mano.

—¡Nos salvamos! —suspiró aliviada Gricel.
—Bueno... fue muy entretenido jugar contigo, ojalá podamos jugar de nuevo en otra ocasión —dijo el gigante, y de pronto se convirtió en el pato que la había llevado volando al norte.
—¡¡No puede ser, pero si eres el señor pato!!... ¡¿Cómo?! —exclamó confundida Gricel.
—¡¡Cuac-cuac, BOING!! —respondió el pato, y de pronto se transformó en el enano, de sombrero y vestido de verde, que le había salido al paso en medio del bosque.
—¡Enano travieso, me jugaste una broma! —exclamó enfadada Gricel.
—¡Cualquier ayuda es buena! —respondió el enano, quién comenzó a correr y correr hasta que desapareció por un camino del bosque. Gricel lo persiguió hasta que se dió cuenta que el camino la conducía directo a su casa, ahí estaba su mamá quién la esperaba, preocupada... con su torta de cumpleaños.

—¡Mamá Babel nunca me va a creer cuando se lo cuente!

Pensó Gricel, abrazando a mamá Babel.

Tía Babel

Para la tía Mabel · Por Ethan J. Connery

Era la tarde del Sábado, pero de todas maneras habría clases. Eso porque era una clase especial, por 2 razones: la primera y más importante es que la clase la haría la "Tía Babel", que es muy querida por todos los niños de la escuela. La segunda es que sería una clase de "astronomía", por lo que el pequeño Yab-yab podría vanagloriarse de opinar sobre el tema a la misma altura que la tía.
— Las clases de la tía Babel son entretenidas e interesantes. La tía es muy creativa y siempre se le ocurre cada idea loca... —se dijo el pequeño Yab-yab nada más llegar al colegio.
Entró a la sala de clases y ahí estaban todos los niños haciendo de las suyas. Caperucita comía una manzana sobre la mesa de la profe, Pulgarcito se había sacado los zapatos y caminaba entre los bancos, Hansel y Gretel habían capturado un gorrioncillo y lo enseñaban a los otros niños, y Rapunzel ...estaba haciéndose trenzas, para variar. Todo esto a vista y expectación del niño nuevo, recién llegado, que se hallaba sentado en un rincón.

En fin, la clase era un desorden y eso porque Tía Babel aun no llegaba.
— ¡Niños! ¡Todos al Patio! —Apareció Tía Babel en la puerta de la sala.
— ¡Eeeeh, Tía Babel! —exclamaban los niños, felices.
Nada más llegar Tía Babel y todos los niños eran un 6,8.

Pequeño Yab-yab se preguntaba cuando empezaría la tan esperada clase de Astronomía. En el patio se encontraba Tía Babel quien, al parecer, había instalado un pequeño telescopio para que los niños pudieran ver la Luna y las estrellas. Lástima que aun no anochecía.
— El Sol es una estrella, parecida a las que vemos en la noche, sólo que está tan cerca de la Tierra que hace que tengamos día —comenzó Tía Babel.
Los niños ya se habían reunido entorno de la tía más querida de la galaxia y escuchaban atentamente sus palabras.
— Alrededor del Sol giran varios planetas que son redondos y más chiquititos; como la Tierra, por ejemplo. El planeta dónde vivimos está en tercer lugar...
— Tía Babel, ¿Y qué planeta está en primer lugar? —preguntó Hansel.
— En primer lugar está Mercurio.
— ¡Mercurio le ganó a la Tierra! —gritó Hansel.
— ¡Ooooh! -exclamaron los niños.
— Bueno, podríamos decir que sí... —dijo Tía Babel. 
— Tía Babel, Tía Babel... ¿Y qué planeta está en segundo lugar? -preguntó Gretel.
— Bueno, Venus es el segundo planeta, pero...
— ¡Venus le ganó a la Tierra! —gritó Gretel.
— ¡Ooooh! —exclamaron los niños— Tiene razón Gretel, Tía Babel. Venus también le ganó a la Tierra.
Parecían maravillados los niños ante estas revelaciones, menos el niño nuevo y el pequeño Yab-yab, que se habían llevado una mano a la cara.
— A ver... preguntémosle al pequeño Yab-yab qué opina, parece que tiene algo que decir.
Todos los niños miraron con ojos preguntones a Yab-yab. Si Tía Babel decía que Yab-yab tenía algo que decir, era porque sin duda el pequeño tenía algo que decir.
— Yo creo —dijo Yab-yab— que Venus le ganó a la Tierra, pero perdió ante Mercurio.
— ¡Ooooh! —exclamaron los niños— ¡Tiene razón Yab-yab, Tía Babel, Yab-yab tiene razón!
— Pero la Tierra no perdió la carrera, ¿verdad Tía Babel? —preguntó el pequeño Yab-yab.
Los niños miraron a Tía Babel, esperando expectantes su muy sabia respuesta.
— Si Yab-yab, tienes razón: la Tierra le ganó a... Marte.
— ¡¡Eeeeh!! —gritaron entre aplausos y vítores los niños— ¡Le ganamos a Marte, le ganamos a Marte!
El niño nuevo se achunchó, pero los demás rebozaban de alegría.
— ¡Un momento! —intervino Pulgarcito— ¿Pero, y la Luna en qué lugar quedó?
— ¡Ooooh, la Luna... la Luna...! -comenzaron los niños.
Ya era casi de noche y la Luna se hallaba brillante sobre sus cabezas. La Tía Babel miró atentamente la Luna, como esperando una respuesta... ¿en qué Lugar de la carrera había llegado la Luna?
— Lo que pasa es que la Luna hizo trampa: se aprovechó de que la Tierra se iba adelantando y se quedó dando vueltas alrededor de ella mientras avanzaba.
— ¡Oh, entonces la Luna es una tramposa! —exclamó asombrada Caperucita.
Los niños miraron con ojos acusadores a la Luna, que parecía esconderse detrás de una nube para ocultar su vergüenza.
— Pero fíjense niños, que por hacer trampa, la Luna quedó atrapada alrededor de la Tierra, y si eso no hubiera pasado, ahora no tendríamos esta Luna tan bonita que nos cuida esta noche.
Los niños admiraron la Luna con nostalgia porque en sus corazones la habían perdonado. La Luna no se dejó esperar y salió detrás de la nube para alegrar con su brillo la fascinante clase de la Tía Babel.
— Tía Babel, ¿y vive gente en la Luna? —preguntó curiosa Rapunzel.
— No "trencitas", nadie vive en la Luna... pero si alguno de ustedes cuando grande llegara a ser astronauta, entonces si, existe la posibilidad que visiten la Luna. ¿A quién de ustedes les gustaría ser astronauta? —preguntó la adorable profesora.
— ¡Yo, yo, yo! —levantaban la mano, los niños. Pero el niño nuevo no dijo nada, sólo sonreía. Entanto Yab-yab aun seguía fascinado mirando la Luna. 
— ¡Tum-tum, tum tum! —el corazón del pequeño Yab-yab latía con fuerza cada vez que la Luna brillaba redondita en el firmamento.
— Me gustaría conocer un marciano —dijo Hansel, muy resuelto.
— ¡Ji-ji-ji! -se reían los niños, ya que nadie más creía en los marcianos.
— ¡Noooo: los marcianos no existen! —explicó Gretel— ¿Verdad que no existen los marcianos, Tía Babel?
— Bueno, ¡Nunca nadie ha visto uno, todavía! —explicó la Tía— pero de seguro que pueden haber otros niñitos como ustedes, allá en la estrellas... ¡Hay tanto que no conocemos!
La pregunta había cortado la inspiración del pequeño Yab-yab, quien nuevamente se había llevado la mano a la cara.
— Bueno Tïa, ¿Y cuando vamos a ver por el telescopio? —preguntó Yab-yab, finalmente.
— ¿Telescopio? ¿Cual telescopio? —preguntó Tía Babel, sorprendida.
— Aquel que instaló en el patio esta tarde, naturalmente —explicó agrandado, Yab-yab, señalando el objeto que se encontraba al otro lado del patio de recreo.
Los niños miraron hacia dónde Yab-yab señalaba, incluida la Tía Babel quién no recordaba haber instalado un telescopio. El pequeño Yab-yab levantó una ceja cuando vio la expresión de sorpresa en la cara de sus compañeros. Lo que había al otro lado del patio no era un telescopio, sino un pequeño platillo volador. ¡Tía Babel estaba desconcertada!
— ¡Me descubrieron, me descubrieron! —gritó el niño nuevo, quién hasta el momento había pasado casi desapercibido para sus compañeros, pero no para Tía Babel que había notado su extraño atuendo.
El niño nuevo corrió hacia el platillo volador y entonces todos lo notaron: tenía 2 grandes ojos oscuros, un par de antenas nacían de su cabeza, y además... era de color verde.
— ¡Pero si no es un niño! —exclamó Caperucita.
— ¡Es un marciano! —gritó Hansel.
— ¡Es un niño-marciano! —aclaró Gretel.
— ¡¡Guaaaa!! —gritaron los niños y comenzaron a correr alrededor de la Tía. Si hay una tía que podía salvarlos de un marciano, aquella sólo podía ser "Tía Babel". 
— ¿No será otra broma tuya, pequeño Yab-yab? —preguntó la Tía.
Yab-yab tenía sus ojos abiertos como platos ante el encuentro cercano, y sólo atinó a contestar que no, con un movimiento de cabeza.

El platillo volador se elevó a toda velocidad hacia el firmamento, llevando a su único ocupante...
— ¡¡FIIIUUUUMMMMM!!
La nave espacial se detuvo a la altura de las nubes y regresó a toda velocidad, deteniéndose en el centro del grupo de niños.
— Por cierto, Tía Babel... ¡Los marcianos le ganamos la carrera a los jupiterianos! ¡Marte le ganó la carrera al planeta más grande del Sistema Solar! ¡Ha-ha-ha-ha! -reía alegre el marciano mientras emprendía nuevamente vuelo hacia las estrellas.
El viento levantado por la potencia de la nave había hecho volar la capa de Caperucita, el gorrión de Hansel y Gretel había huído en la confusión, pulgarcito se hallaba aferrado a la rama de un árbol y Rapunzel tenía las trenzas enredadas. En cuanto a Tía Babel, se hallaba tan sorprendida que no alcanzó a ver cómo el pequeño Yab-yab se escapaba de la clase para contarles este cuento a todo el Mundo.
— ¡Olvidaste tu lonchera, pequeño marciano! —exclamó finalmente hacia las nubes, Tía Babel.

Fin

Derrotero de un sueño sin sentido

Saga de Protomundo · Cuento II
Ethan J. Connery

Aun está obscuro. Avanzo por la nieve a paso más seguro mientras el camino se pierde al horizonte. Miro atrás y una caverna se ha cerrado; algunos animales han quedado atrapados en el hielo, como congelados en el tiempo. Sin embargo... uno parece moverse.

-¡Intenta escapar! La pared es muy gruesa, ¿podrá lograrlo?

Un temblor remece el interior de la caverna helada mientras sus ondas se disipan en la vacuidad. La fuerza es suficiente y la pared que había cerrado el paso, estalla en mil fragmentos de frío cristal, los que se dispersan en el aire impecable de la noche, sin llegar a tocar tierra, pues tarde o temprano terminan por formar parte del impresionante campo estelar que por sobre mi cabeza se extiende, de norte a norte.

El animal que acaba de escapar a las fauces del inframundo es sin duda un rinoceronte... o quizá una jirafa, más probablemente un caribú, pues parece adoptar nuevas formas con cada paso que se adelanta. No puedo percibir la intención en su instinto, y el caribú arremete contra mí, como una piedra perdida en la vasta planicie de un montaraz paisaje.

Ante la sorpresa, salto hacia un árbol ubicado a mi derecha, aferrándome a una rama que se balancea sin viento. El enorme roble no estaba hace un momento. Sus raíces se entierran en el suelo como si de un gran gigante intentando levantarse, se tratara. La raiz se eleva agitando la copa, y el roble se inclina hacia un profundo abismo.

-¡Ohhh! -argumenta el roble- ¡mil perdones, extraño amigo! ¿Qué haces que me despiertas de mi sueño invernal?
-Señor, soy yo quién sueña esta noche.

El roble parece meditar.

-Mmm..., ya veo. Entonces, si no te molesta, pequeño humano, volveré a dormir... zzzzz.

El árbol se ha dormido nuevamente en su última posición, no sin antes enredar con sus ramas los cuernos del caribú, que había estado golpeando incansable su tronco. El espíritu del caribú escapa de su atado cuerpo y éste me embiste buscando mi destierro.

-Caribú, ¿Porqué me atacas? ¿soy acaso un extraño en mi propio sueño?
-El espíritu del animal no responde, pero da media vuelta y se lanza hacia el vacío, hacia el negro abismo de cascadas cuyo canto se pierde en el infinito de un Universo que sólo existe dónde no hay nada.

Por un segundo creo sentir algo de paz, al oír al viento hablar mientras una docena de voces extemporáneas se cuelan en las ramas del roble.

-¿De dónde eres?
-¿Qué es lo que quieres?
-¿Buscas algo en particular?
-¿Dónde están tus amigos?
-¿Bla bla bla...?

Las vocecillas imprudentes no paran de preguntar una y otra cosa.

-¡Qué impertinentes! -pensé- ¡¿Pueden dejarme descansar tan sólo un momento?!
-Esta bien, ¡No te enfades!
-¡Vaya con este extraño!
-¡Ni siquiera es de aquí!
-¡Que impertinentes, que impertinentes...!

Las vocecitas discutían entre sí y no paraban de repetir, ¡Que impertinentes!

-¿Quién se figuraría que el viento es un hablador? Supongo que no tiene nada mejor que hacer.

Aburrido de no encontrar nada nuevo, el viento se aleja, dejándome en paz. Pero inesperadamente percibo un nuevo peligro, acechando desde la obscuridad de alguna neblina pasajera. Instintívamente con mi mano busco mi espada atada al cinto.

-¡Vaya!, creí que era un arco.

Encuentro la funda en su lugar, pero no había rastros de su contenido.

-¿Dónde está la espada? ¡El peligro es inminente!

La neblina se avalanza sobre lo que queda del caribú y éste desaparece. La nube envuelve el árbol, como si fuese una tempestad, pero no logra engullirlo. No obstante se detiene a los segundos y avista mi presencia. Me observa amenazante, tal si yo fuera un apetitoso alimento. Es una nube voraz. No lo pienso dos veces, y salto hacia el abismo.

-Esto es un sueño, puedo hallar algo mejor en otro sit...

No alcanzo a terminar la frase y caigo en medio de un bosque. Para variar: sobre las ramas de un enorme árbol. Comienzo a descender rama por rama... desciendo, desciendo, desciendo. No hay caso, ¡Los árboles de aquel bosque no tienen raíces! sólo se elevan desde el insondable abismo, no hay suelo, no hay dónde bajar. Podría descender mil años y todo sería igual.

Salto a otra rama cercana y descubro que, de rama en rama, es más sencillo avanzar. Avanzo incansable a través del verde follaje. Con hábiles saltos y agarres me adapto en ese mundo natural. No se si soy un hombre o una criatura de los bosques. Podría ser que ese no fuera mi sueño después de todo..., quizá sólo soy una criatura de la imaginación que soñó dentro del sueño de un hombre, que era el hombre que soñaba con ser una criatura de la imaginación.

-Entonces soy el hombre -me dije, analizando mis cabilaciones- debo escapar de este quimera sin sentido y regresar a la perfecta utopía del Mundo Humano.

El bosque termina de pronto y nuevamente caigo, pero hacia adelante.

-La gravedad es tan disparatada en la fantasía humana, que Newton se comería su manzana sin preocupaciones -dije, en voz alta.
-¿Me llamabas?

En plena caída libre miro a mis espaldas y he aquí al propio Isaac Newton, cayendo en picada.

-¡No puede ser! ¿De verdad es Ud., Sir Isaac Newton? -pregunté, algo atontado.
-Prefiero que me llamen Kansas. -Me respondió el respetable científico.
-¿Kansas? ¿como al Estado de "Kansas", en los Estados Unidos de Norteamérica?
-En efecto. Así me llaman todos mis amigos por aquí.
-¿Porqué escogería un nombre así? Ud. es inglés.
-Porque me agrada Columbus, la sede del Condado Cherokee.
-¿Y? -le pregunté, estupefacto.
-Y eso queda nada más y nada menos que...
-No me diga: en Kansas.
-Correcto.
-¡¡Este sueño es absurdo!! ¿cuando despertaremos? -pregunté, cansado de inconsistencias.
-Definitívamente... cuando toquemos suelo -me respondió "Kansas", mientras mordía una manzana.

Miré hacia abajo, esperando ver pronto el suelo, aunque por la velocidad de caída no lo esperaba tan dispuesto. Lentamente un nuevo plano comenzó a aparecer en la profundidad de la noche: el suelo se acercaba.

-Creo que falta poco, Sir Kansas -le dije a Newton, pero no recibí respuesta.

Me giré hacia atrás y vi que Newton se hacía con otra manzana.

-Mr. Newton. Estamos a punto de estrellarnos... ¿qué sugiere?
-¡Toma una! -me dijo, arrojándome la manzana.
-Gracias, esperaba algo menos metafísico.
-Entonces nos veremos más adelante, hasta luegoooooo... -se despidió mientras se alejaba de mi trayectoria como engullido por una onda de gravedad diferente.

Faltaban 5 segundos para el impacto, 4... 3... 2... 1... Como un proyectil atraviezo los límites de aquel Mundo sin sentido y despierto.

-¡Por fin!

Me hallaba durmiendo junto a una fogata apagada, en lo alto de una montaña.