Cuentos Clásicos
El Reino de los Cuentos Perdidos

La Bella Durmiente

Versión de los Hermanos Grimm


Ilustraciones de Rose Art Studios

Hace muchos años había un Rey y una Reina que deseaban tener un hijo. Al fin la Reina dio a luz una pequeña niña. El Rey preparó una gran fiesta a la cual invitó a todos sus amigos y a las hadas madrinas del reino. Al final de la fiesta, las hadas dieron a la princesa sus regalos mágicos. Una le dio la belleza, otra la virtud, la tercera, la riqueza, y, juntas, le dieron todas las cualidades para hacer de ella una maravillosa muchacha.

En ese momento apareció una hada maligna que, llena de rencor por no haber sido invitada a la fiesta, gritó:
— ¡Cuando la princesa cumpla la edad de quince años se pinchará un dedo con el huso de una rueca y morirá!
En ese momento, una de las hadas madrinas, que aún no había pronunciado su deseo, se adelantó y dijo:
— No puedo evitar tu maleficio, pero la princesa no morirá, sólo caerá en un profundo sueño por cien años".
El Rey ordenó que todas las ruecas del reino fueran quemadas para evitar que se cumpliera la profecía del hada maligna. Sin embargo, la princesa, el día que cumplía los quince años, paseando por el palacio llegó a una vieja torre.


La princesa subió las escaleras y, en lo más alto de la torre, encontró una puerta. La abrió y entró a un pequeño cuarto. Allí vio a una extraña mujer que hilaba con una rueca.
— ¿Qué está haciendo? —le preguntó.
— Estoy hilando seda" —le respondió la mujer— ¿No quieres aprender?
En seguida, la princesa tomó el huso, se pinchó el dedo y de inmediato cayó en un profundo sueño.

Aunque parezca extraño, todos en el castillo, seres humanos y animales, fueron paralizados por el maléfico hechizo. En la cocina, toda actividad se suspendió de repente. Cocineros, meseros, doncellas, y animales también, se quedaron dormidos en la misma posición en que se encontraban cuando cayó el hechizo sobre el palacio.


Pasaron los años y, en el castillo, todos siguieron dormidos. El bosque creció y creció hasta cubrir el palacio. Muchos años pasaron. Un día, un príncipe llegó a esta tierra, y un anciano le relató la historia de ese fabuloso castillo. Que una bella princesa dormía allí, en espera de un valiente príncipe que la rescatara del hechizo.

El príncipe desenvainó su espada para abrirse paso entre la maleza; pero no fue necesario, pues ésta se convirtió en rosales que dejaban abierta una senda hasta el castillo. A su paso, vio pájaros y caballos dormidos y, cuando entró al castillo, vio al Rey y a la Reina durmiendo en el patio, rodeados de todos sus cortesanos. Lleno de asombro, siguió caminando en busca de la bella durmiente.


El príncipe pronto llegó a la torre. Subió y abrió la puerta del pequeño cuarto donde dormía la bella princesa. Era tan hermosa, que el príncipe se enamoró de ella y la besó. En ese preciso momento se cumplieron los cien años. La princesa abrió los ojos y miró al príncipe.
— ¿Eres tú mi príncipe? Te esperé mucho tiempo —dijo la bella durmiente.
Al despertarse la princesa, se despertó todo el palacio. La brisa empezó a soplar y el perfume de las rosas se esparció por todos los rincones del palacio. Los pajaritos, en los árboles, siguieron cantando el resto de su canción. El cocinero empezó a perseguir al mesero, una doncella trataba de atrapar el pollo para cocinarlo... el Rey y la Reina despertaron, y ni cuenta se dieron del tiempo que había pasado, excepto claro, por los exuberantes árboles que ahora dominaban el patio donde se encontraban.

Fue en aquel palacio, lleno de rosales donde el príncipe y la princesa se casaron y vivieron muy felices por siempre.

Fin

Cenicienta

Basada en la versión de Charles Perrault


Ilustración de Rose Art Studios

Cuando Cenicienta tenía sólo tres años de edad, su madre murió. Tiempo después, su padre volvió a casarse, con una viuda de mal carácter que tenía dos hijas orgullosas y feas.

Cenicienta era muy linda y buena, y, tanto su bondad como su belleza, despertaron la envidia de las dos antipáticas hermanastras. Todos los trabajos duros y difíciles de la casa le eran encomendados a Cenicienta, y ella, pacientemente, no protestaba.

Un día, el rey anunció que daría un baile para que su hijo, el apuesto príncipe, escogiera entre las asistentes a su futura esposa. Las mejores familias de la ciudad fueron invitadas al baile, y una de las muchas invitaciones fue enviada a la casa de Cenicienta. Las feas hermanastras elegían, contentas, las joyas que llevaría, y pensaban que una de ellas, sin lugar a dudas, sería escogida por el príncipe. Cenicienta no podía asistir al baile, pues su madrastra no se lo había permitido.

Después de que su madrastra y sus hermanastras salieron rumbo al castillo, Cenicienta se puso a llorar en un rincón de la cocina. En ese momento ocurrió algo asombroso: apareció el Hada Madrina de Cenicienta.
— Yo te ayudaré a ir al baile, querida Cenicienta. Tráeme una calabaza del jardín— dijo el Hada Madrina.
Y, en seguida pronunció, agitando su varita, las palabras mágicas:
— Abra Cadabra, ¡Presto!
De inmediato apareció delante de Cenicienta una maravillosa carroza dorada.
— Una, dos, tres y cuatro —dijo el Hada Madrina, al mismo tiempo que señalaba a cuatro ratoncitos que corrían por el jardín.
En el acto quedaron convertidos en blanco caballos, cochero y paje. En seguida aparecieron un cofre, y dentro de él Cenicienta encontró el más hermoso vestido que podamos imaginar y un par de relucientes y diminutas zapatillas de transparente cristal. El Hada Madrina le dijo que debía regresar del baile antes de las doce de la noche, pues a esa hora el encanto se rompería.

Cuando Cenicienta llegó al baile, todos se volvieron para mirarla, en especial el apuesto príncipe. Tan pronto vio a la linda Cenicienta, se enamoró de ella. Todos los invitados contemplaban a la feliz pareja, que danzaba en el centro del salón. Por supuesto, sus hermanastras no la habían reconocido.

El príncipe anunció a los reyes que había elegido a Cenicienta como futura esposa; y todos se sintieron muy felices.

Cenicienta había olvidado por completo la advertencia del Hada Madrina, de que debía salir del baile antes de las doce. Al oír la campanadas, echó a correr con todas sus fuerzas y, en su prisa, perdió una de las zapatillas. El príncipe corrió tras ella, pero sólo encontró, sobre las escaleras, la diminuta zapatilla de cristal.

El príncipe anunció entonces que se casaría con la joven a quien le quedara con exactitud la zapatilla. Y mandó que todas las jóvenes del reino se la midieran.

En la casa de Cenicienta, sus hermanastras se la midieron sin fortuna, pues era demasiado pequeña la zapatilla. Cuando Cenicienta pidió una oportunidad, sus hermanastras rieron fuertemente, pero de pronto quedaron asombradas al ver que su pequeñísimo pie entraba con exactitud.
— ¡Ella es la elegida de mi corazón! —exclamó el príncipe— Nos casaremos lo más pronto posible.
Buscó rápidamente a Cenicienta y, tomándola de la mano, la llevó al castillo de sus padres.
— Aquí está mi futura esposa. —les dijo, lleno de felicidad.
Los reyes se alegraron mucho, porque Cenicienta era tan linda y buena, que no podían dejar de quererla.

Cenicienta se casó con el príncipe. Perdonó a su madrastra y a sus hermanastras, porque un corazón noble no guarda rencor, y todos fueron muy felices en el castillo del reino.

Fin