Cuentos Clásicos
El Reino de los Cuentos Perdidos

Cenicienta

Basada en la versión de Charles Perrault


Ilustración de Rose Art Studios

Cuando Cenicienta tenía sólo tres años de edad, su madre murió. Tiempo después, su padre volvió a casarse, con una viuda de mal carácter que tenía dos hijas orgullosas y feas.

Cenicienta era muy linda y buena, y, tanto su bondad como su belleza, despertaron la envidia de las dos antipáticas hermanastras. Todos los trabajos duros y difíciles de la casa le eran encomendados a Cenicienta, y ella, pacientemente, no protestaba.

Un día, el rey anunció que daría un baile para que su hijo, el apuesto príncipe, escogiera entre las asistentes a su futura esposa. Las mejores familias de la ciudad fueron invitadas al baile, y una de las muchas invitaciones fue enviada a la casa de Cenicienta. Las feas hermanastras elegían, contentas, las joyas que llevaría, y pensaban que una de ellas, sin lugar a dudas, sería escogida por el príncipe. Cenicienta no podía asistir al baile, pues su madrastra no se lo había permitido.

Después de que su madrastra y sus hermanastras salieron rumbo al castillo, Cenicienta se puso a llorar en un rincón de la cocina. En ese momento ocurrió algo asombroso: apareció el Hada Madrina de Cenicienta.
— Yo te ayudaré a ir al baile, querida Cenicienta. Tráeme una calabaza del jardín— dijo el Hada Madrina.
Y, en seguida pronunció, agitando su varita, las palabras mágicas:
— Abra Cadabra, ¡Presto!
De inmediato apareció delante de Cenicienta una maravillosa carroza dorada.
— Una, dos, tres y cuatro —dijo el Hada Madrina, al mismo tiempo que señalaba a cuatro ratoncitos que corrían por el jardín.
En el acto quedaron convertidos en blanco caballos, cochero y paje. En seguida aparecieron un cofre, y dentro de él Cenicienta encontró el más hermoso vestido que podamos imaginar y un par de relucientes y diminutas zapatillas de transparente cristal. El Hada Madrina le dijo que debía regresar del baile antes de las doce de la noche, pues a esa hora el encanto se rompería.

Cuando Cenicienta llegó al baile, todos se volvieron para mirarla, en especial el apuesto príncipe. Tan pronto vio a la linda Cenicienta, se enamoró de ella. Todos los invitados contemplaban a la feliz pareja, que danzaba en el centro del salón. Por supuesto, sus hermanastras no la habían reconocido.

El príncipe anunció a los reyes que había elegido a Cenicienta como futura esposa; y todos se sintieron muy felices.

Cenicienta había olvidado por completo la advertencia del Hada Madrina, de que debía salir del baile antes de las doce. Al oír la campanadas, echó a correr con todas sus fuerzas y, en su prisa, perdió una de las zapatillas. El príncipe corrió tras ella, pero sólo encontró, sobre las escaleras, la diminuta zapatilla de cristal.

El príncipe anunció entonces que se casaría con la joven a quien le quedara con exactitud la zapatilla. Y mandó que todas las jóvenes del reino se la midieran.

En la casa de Cenicienta, sus hermanastras se la midieron sin fortuna, pues era demasiado pequeña la zapatilla. Cuando Cenicienta pidió una oportunidad, sus hermanastras rieron fuertemente, pero de pronto quedaron asombradas al ver que su pequeñísimo pie entraba con exactitud.
— ¡Ella es la elegida de mi corazón! —exclamó el príncipe— Nos casaremos lo más pronto posible.
Buscó rápidamente a Cenicienta y, tomándola de la mano, la llevó al castillo de sus padres.
— Aquí está mi futura esposa. —les dijo, lleno de felicidad.
Los reyes se alegraron mucho, porque Cenicienta era tan linda y buena, que no podían dejar de quererla.

Cenicienta se casó con el príncipe. Perdonó a su madrastra y a sus hermanastras, porque un corazón noble no guarda rencor, y todos fueron muy felices en el castillo del reino.

Fin