Ostara & Osterhase

Adaptación de Sigfriðr Eiríksdóttir 
En tiempos remotos, en los bosques frondosos de la antigua Germania, reinaba una Ásynjur muy querida: una dulce moza de la santa hermandad de Frigga, quién se había ganado el derecho a gobernar como diosa del amanecer, la fertilidad y la primavera. Perspicaz y sagaz como ninguna, nada escapaba a su mirada, y era tan hermosa como la aurora en su esplendor floreciente. Se la llamó por nombres incontables, como Vör, Eostváre, Ēostre, Austra, o simplemente: Ostara.

Ostara llegaba tras el derretimiento de los hielos, cuando los campos florecían bajo un manto de verdor, para dicha de las criaturas del bosque regocijadas en su presencia. Venerada por los germanos y apreciada por su conveniente puntualidad, veían en su arribo el renacer de la vida y la esperanza tras el frío y oscuro paso del invierno. Así, pues, en concilio con la diosa, sus protegidos celebraban cada año un festival en su honor y al calor de una hoguera en cuyos lindes danzaban alegres doncellas.

Fue siempre así... hasta que un año, más cansada que de costumbre, se quedó dormida esperando el cambio de estación, y a su retraso los animalitos y las personas sufrieron las inclemencias del frío invernal que no amainaba.

Ostara despertó un día, y al percatarse de su demora, corrió presurosa al encuentro de sus criaturas protegidas. Estaba en ello... recorriendo los bosques helados y retornándolos de color con su cálido toque primaveral, cuando halló, en la rama nevada de un seto, a un pajarillo de múltiples colores al que otros animalitos del bosque llamaban Ostervogel. La avecilla, acompañada de sus amigos, estaba moribunda, con sus alas congeladas y sollozando sus últimos alientos.

Compadecida la diosa y sintiéndose responsable, lo cogió con ternura entre sus manos para salvarle la vida. Así, con el poder y calidez de su amor, le convirtió en una hermosa liebre de las praderas; dotada ahora de veloces extremidades para saltar alegre y correr lejos de las fieras.
— Perdona Ostervogel —se disculpó la diosa— No podrás conservar tu antigua forma, por lo que de hoy en adelante te llamarán Osterhase.
Osterhase —ahora hecho liebre— se alivió completamente con el encantamiento, y en memoria de su vida como pájaro, Ostara le permitió conservar la facultad de poner huevos: al menos una vez cada año, coincidiendo con la época de su llegada.

Pasó un año completo, y al regresar Ostara con renovada puntualidad, se sorprendió al encontrar en su festival, a muchas familias celebrando con multitud de huevitos de colores. Curiosa, se acercó a un niño a preguntar, pero para que no la reconociera se disfrazó de su mamá:
— ¿De dónde habéis sacado esos hermosos huevos de colores? —preguntó.
— Son regalos de la diosa primavera, mamá. Míralos... ¡son hermosos! —respondió el pequeño Erick.
La respuesta sorprendió a la diosa.
— ¿Dices que Ostara te los ha regalado? —preguntó desconcertada.
— ¡Sí! Los ha escondido en el bosque para que nosotros los encontráramos.

Y Erick regaló a Ostara una cesta llena de huevos, creyendo que hablaba con su mamá. La diosa los aceptó, besó a Erick en su frente y luego fue a explorar el bosque para descubrir el misterio de los huevos de colores. Estaba en ello... buscando huevitos ocultos, cuando se encontró cara a cara con la liebre.

— ¡Osterhase! —exclamó Ostara.
La liebre, que vestía una rústica caperuza roja y camisa de lino color azurita, se inclinó ante la diosa:
— ¡Oh, que dichoso encuentro! Mi corazón goza de gratitud ante vuestra presencia, Ostara, mi salvadora y diosa de los teutones. Soy tu humilde servidor.
La diosa comprendió que, en agradecimiento por haberle salvado la vida, Osterhase había decidido obsequiar a sus protegidos, los huevos que pusiera aquel año. Pero como las liebres tienen grandes camadas, no había caído en la cuenta del número de huevos que podía llegar a poner... los cuales podían ser muchísimos, ahora que no era pájaro.

Habiendo sido tanto ave como liebre, también conocía mucho más sobre el mundo, y gracias a eso se había hecho un artista, un artesano, y un perfecto pintor de huevos. Osterhase recordaba con nostalgia los colores de sus plumas, y al hacerlo, mágicamente aparecía el tinte imaginado en el pelo de su pincel, a la hora de decorar los huevos.

Y si por cualquier motivo le faltaba algún color especial o vibrante, siempre los terminaba encontrando en la naturaleza; ya sea en los pétalos de las flores, las bayas silvestres u otros pigmentos naturales que usaba con destreza, realizando así pequeñas obras de arte admiradas por los niños.
— No esperaba esto cuando nos encontramos la primera vez, pero puesto que resultaste una sorpresa, mereces un premio por tu dedicación y entrega. —dijo la diosa.
— ¡Oh, de ninguna forma, mi Señora! —respondió la liebre— Con ver brillar la alegría en los ojos de los niños, es suficiente recompensa.
Ostara entendió que había creado a una criatura especial y agradecida, así que para cerrar el ciclo decidió otorgar a Osterhase una vida imperecedera, así como el dote de la dulzura y el poder de viajar por el tiempo.
— Desde hoy en adelante, tus huevos decorados, ocultos en el bosque, serán un símbolo de la vida, la renovación y la esperanza que viajan conmigo.
Humilde pero emocionada hasta las lágrimas, la liebre aceptó el segundo regalo de la diosa. Desde entonces se dice que una liebre —o quizás un conejo— esconde huevos de chocolate y otras delicias por el mundo, tan pronto llega la primavera al hemisferio norte. Del mismo modo, con la llegada del otoño en el hemisferio sur, el "conejo" se da un paseo por aquellos rincones donde los niños han oído esta leyenda. 

Cuenta algún escaldo olvidado por las eras, que incluso Frigga (madre de muchos de los dioses del panteón nórdico, reina de los Aesir y esposa de Odín) recibió como ofrenda algunos huevos de la canasta regalada por Erick a Ostara, en el majestuoso Fensalir: salón primordial en los alrededores del reino celestial de Asgard.

Con el paso del tiempo, el relato de Ostara & Osterhase, y sus dulces huevos decorados, se extendió por toda Europa, convirtiéndose en una querida tradición celebrada cada primavera en familia. La leyenda pasó luego a compartir espacio con las celebraciones cristianas de la Pascua de resurreción, llevando consigo el espíritu de renacimiento y alegría que Ostara también buscó.

Fin