La niña de nieve

Basada en la versión de Louis Leger
del relato tradicional de Snegúrochka

Una vez, en plena Navidad, eran dos viejecitos que vivían solos, junto a la nieve de la montaña. Esa tarde, mientras la abuela Marousia rodeaba de brasas la marmita dónde hervía la sopa, entró el viejo Yuchko con un haz de leña y dijo a la abuela, que estaba muy triste:

-Ven, Marousia, y verás qué muñeco de nieve han hecho los niños.

Los dos viejos se asomaron a la ventana para ver el muñeco de nieve que habían hecho los chiquillos. Al verle tan barrigudo y gordinflón los dos viejecitos se rieron mucho y dijeron que los chiquillos eran el mismísimo diablo. Marousia tomó la mano al viejo Yuchko y le dijo:

-Ven, vamos nosotros a hacer otro muñequito de nieve.
-¡Qué cosas tienes! ¿No ves que ya somos viejos para jugar como chiquillos?
-Y eso qué importa -dijo la viejecita

Los dos viejecitos salieron de la casa, y a la entrada del bosque empezaron a amontonar nieve sobre nieve hasta que tuvieron una masa amorfa.

-Bueno, esto es el cuerpo -dijo el viejo.
-La cabeza déjamela a mí -rogó la vieja.

Y haciendo una bola la colocó encima del cuerpo.

-Ahora dos puñaditos para las mejillas y una pizquita para la nariz, y dos grandes huecos para los ojos -terminó la vieja.

Y el viejo, al verlo surgir como del ensueño, se puso a bailar con la vieja junto al muñeco que acababan de hacer. De pronto, los dos viejecitos se detuvieron y miraron con asombro a su muñequito. Los dos huecos de los ojos se pusieron azules y de ellos nacieron dos pupilas. La cara ya no estaba blanca, sino rosada y en la boca apareció una deliciosa sonrisa. Un soplo de aire hizo estremecer la nieve, que se deshizo en una larga y bella cabellera bajo un gorrito de piel, y el vestido blanco cayó en suaves pliegues hacia el suelo. El tosco muñeco se había convertido en una graciosa chiquilla.

Los viejecitos creyeron que estaban soñando; pero no, la niña se movía y les tendía lo brazos para besarlos. Y ellos se acercaron a ella y la cogieron en sus brazos y sintieron el tibio calor de su cuerpecillo y la besaron como se besa a un hijo y la llevaron a casa. Marousia empezó a dormir a la niña con una canción, puso a secar su gorrita en la campana de la chimenea y sus lindos zapatos blancos los dejó junto al fuego. Y así se fueron a acostar los dos viejos aquella noche. Y en silencio dijo el viejo a la vieja:

-¡Ya tenemos una niña, Marousia! Hay que cuidarla muy bién. La llamaremos Nieves, pues de la nieve ha nacido.

Al día siguiente se despertaron con cierto temor, pensando que todo no hubiera sido más que un sueño, pero no, la niña estaba allí, sonriente y cariñosa como un angel. Y los viejos la vieron ir a jugar con otros niños y eran muy felices.

Pasó algún tiempo. El invierno ya se iba y la tierra se tornaba verde. Una mañana Yuchko, que estaba pendiente siempre de la niña, observó que ésta se levantó muy pálida.

-¿Te encuentras mal, hijita? -le preguntó con cierta inquietud.
-No -contestó la niña muy triste-, pero me falta la nieve y yo no puedo vivir sin ella.

Y el rudo Yuchko prometió a la niña llevarla al día siguiente a lo alto de la montaña para que jugara con la nieve que quedaba entre los picos. Pero al día siguiente Nieves dijo a los dos viejecitos:

-¡Ay, padrecitos! Siento aquí dentro como si al respirar este aire tan tibio se me deshiciera el corazón. ¡Quiero estar entre la nieve!
-No te preocupes -dijo Yuchko-, yo te llevaré a la nieve.

Y tomándola en sus brazos salieron los tres hacia la montaña. En el camino se sentaron a descansar en un claro del bosque, y el viejo preguntó a al niña:

-¿Cómo te encuentras, hijita? ¿Quieres jugar con las flores?

Nieves no contestó. Estaba desfallecida. Un rayo de sol penetró entre los árboles e hirió el cuerpecillo de la niña como si fuera una espada. La niña cerró los ojos y su cuerpo empezó a gotear como si sudara, y el viejecito, que la tenía en brazos, se dio cuenta de que la niña se estaba deshaciendo como una bola de nieve. Al poco tiempo el viejecito se encontró con los brazos empapados y ya no vio a la niña. Sólo había un charquito de agua sobre la fresca hierba. Los viejitos se santiguaron y sin hablar una palabra volvieron a casa. Se habían quedado sin niña.

Esta historia pudo terminar trístemente aquí, pero según cuentan algunas gentes del pueblo, han visto a los viejecitos subir las altas montañas cuando las nieves faltan después de cada invierno.