Alejo, el Cangrejo Aventurero
Para la tía Mabel · Por Ethan J. Connery

El pequeño Alejandro —a quién todos llamaban amistosamente "Alejo"— vivía con su tío en una isla lejana dónde sólo habitaban criaturas del mar. Su casa era una concha de caracol gigante que su tío había encontrado a la orilla de la playa cuando él apenas era un bebé. La conchita era lo suficientemente amplia por lo que disponían de dos habitaciones, un baño, una cocina y un comedor. Se preguntarán, ¿cómo es que se puede vivir en un caparazón de caracol?. Eso es porque Alejo y su tío no eran personas como nosotros, eran cangrejos.

Alejo había sido muy feliz viviendo con su tío que lo había criado desde guaugüita y que siempre tenía historias interesantes para contarle ya que había sido explorador de los siete mares cuando joven, pues vivió largo tiempo pegado al ancla de un barco viajero hasta el día que llegó a la isla, dónde decidió quedarse porque le pareció muy pacífica y bonita.

En definitiva su tío era un buen cangrejo y su única falta era que —a pesar de haber vivido más que muchos cangrejos de su especie— había tenido muy pocos amigos en la vida. Pues (aparte del mismo Alejo) su tío tenía una sóla amiga que era una cangreja ermitaña que vivía al otro lado de la playa y a quién visitaba una vez al año cuando le bajaba la nostalgia. En esa isla eran los únicos cangrejos de esa especie. Asi es... el tío de Alejo era un cangrejo ermitaño: de esos que viven encerrados en conchas y caparazones.

Alejo, por su lado, no era ermitaño ya que había sido adoptado, y por su naturaleza tenía muchos amigos entre las tantas criaturas que habitaban su querida playa. Tenía amigos peces, mariscos, moluzcos y otros cangrejitos de mar que vivían muy felices haciendo de las suyas y corriendo a patita pelada en medio de los cangrejitos de su especie. Pero como su tío vivía encerrado él también pasaba largo tiempo encerrado.

—¡Ojalá mi tío pudiera ver lo lindo que es tener buenos amigos! —le decía siempre Alejo a sus amigos, quiénes tenían miedo del viejo tío ya que por ser ermitaño era muy diferente al resto de cangrejos de la isla.

Aunque Alejo se había acostumbrado a vivir encerrado, cada día nacía en él un extraño espíritu de aventura. Entusiasmado por las historias que le contaba su tío soñaba con explorar la isla junto a sus amigos y vivir aventuras de piratas. Por eso cada vez que Alejo tenía tiempo libre —después de hacer las tareas— le pedía permiso a su tío para salir a jugar con sus amiguitos cangrejos.

Sucedió entonces que un día Alejo salió a jugar con sus amigos y en ese juego encontraron flotando en el mar una botella con tapón y un papel en su interior. Alejo, pensando que era un mapa del tesoro, fue el primero en ir a buscarla. Pero nada más aferrarse a la botella, llegó una corriente marina y se lo llevó tan lejos hacia el mar que sus amigos no pudieron darle alcance y volvieron a la playa resignados y tristes, pensando que nunca más volverían a ver a su amigo a quién consideraban el más aventurero de todos.

—¡No puede ser, Alejo se ha perdido! —decían unos cangrejitos.
—¡Se lo ha llevado la mar! —decían los mariscos y moluzcos.

Todos estaban muy asustados pensando en que nunca más le verían, hasta que un pecesito dijo:

—¡Hay que avisarle al viejo ermitaño, es el único que ha recorrido los siete mares y además es el tío de Alejo, debemos avisarle de inmediato!

Todos miraron con susto al pecesito pues nadie se atrevía a acercarse al viejo cangrejo ermitaño... ¡mucho menos se atrevían a decirle que perdieron a su pequeño sobrino en un tonto juego de piratas!

—¡Ya poh! ¿Quién será el valiente que le avisará al viejo? ¡Yo no cuedo salir del agua porque soy pez y el viejo vive a la orilla de la playa!
—¡Nosotros tampoco podemos! —dijeron los moluscos y marizcos pequeñitos que se encontraban ahí sin permiso de sus papás.
—Esta bién... ¡Yo iré! —exclamó finalmente el cangrejo más chiquito de todos.
—Pero, ¿no tienes miedo? —preguntaron los otros.
—No. Una vez perdí una perla que llevaba de regalo a mi mamá y me puse a llorar. Entonces apareció el viejo y me preguntó qué me pasaba. Al principio tuve miedo y luego le conté lo que había perdido. El viejo fue a su concha de caracol y me regaló una perla más grande y bonita para que se la llevara a mi mamá, pero me dijo que dejara de llorar.
—¡Bah! —dijo un molusco— Lo hizo para que dejaras de llorar, ¡nada más! A mi se me hace que es un viejo cascarrabias.
—No creo —respondió el pequeño cangrejito— mi mamá fue muy feliz con el regalo así que le debo ese favor.

El pequeño cangrejito se fue corriendo a la casa del viejo y todas las criaturas de la playa se fueron corriendo tras él y se quedaron cerca de la concha de caracol para ver qué pasaba.

—¡Tío cangrejo, tío cangrejo! —gritó el pequeño cangrejito desde la entrada— ¡Alejo ha desaparecido, se lo ha llevado la mar!

Casi como un delfín, el tío saltó desde el interior de la concha gigante al oir la mala noticia. Los otros animales se asustaron y se agazaparon en la arena mientras miraban escondidos.

—¡¿Hacia dónde?! —exclamó el viejo.
—¡Hacia el mar, tío cangrejo. Alejo encontró una botella flotando y se aferró a ella, pero una corriente se lo llevó muy lejos y ya no podemos verlo!

El viejo cangrejo miró hacia el horizonte, buscando ver alguna señal de la botella, pero no se veía nada. Imaginó lo peor y una tristeza muy grande se apoderó de su corazón, rompiendo a llorar desconsolado. Sus grandes lágrimas saladas cayeron sobre la arena.

Los otros animales al ver la reacción del pobre cangrejo ermitaño se pusieron muy tristes y se avergonzaron por haber pensado que el viejo era un cangrejo cascarrabias. Algunos, más sentimentales, se pusieron a llorar... ya que Alejo había sido un cangrejito muy querido porque era de corazón bondadoso.

—¡Vamos a rescatar a Alejo el cangrejo! —gritó de pronto entusiasmado el pequeño cangrejito.
—¡Si, vamos! —dijeron unos.
—¡Vamos todos! —dijeron otros— ¡A salvar a Alejo!

El viejo ermitaño sintió un poco de consuelo al ver tanta amabilidad y determinación de las otras criaturas de la playa. Todos querían salvar a su sobrino.

—Gracias amigos —dijo humildemente el viejo— yo ya soy demasiado viejo para estas aventuras.

A pesar de la gran pena que le invadía, el viejo sintió —por primera vez en su vida— que tenía muchos amigos.

Entre todos los animales de la playa comenzaron a mover un gran pedazo de tronco de palmera. Querían usarlo a modo de barco —como hacen los humanos— para que los animales más valientes navegaran a lo lejos en busca de Alejo. Pero la palmera era muy pesada y a pesar que eran muchos no lograron moverla más que unos cuandos centímetros sobre la arena.

—¡Es imposible, apenas podemos moverla y no llegaremos a tiempo, a este paso Alejo llegará a Punta Arenas!

Los animales no tenían idea de qué hablaba el viejo, pero se imaginaban un lugar lejano y lleno de misterio, como las tantas historias que Alejo les había contado acerca de las aventuras de su viejo tío. Los animalitos no se iban a dar por vencidos, así que usando todas sus fuerzas lograron finalmente arrastrar la palmera hasta la orilla de la playa. Metieron su "barco" al mar y tío cangrejo fue el primero en subirse, seguido de unos cuantos cangrejos adultos valientes. Provistos de ramas y hojitas de palmera comenzaron a remar mar adentro, llamando a gritos al pequeño Alejo. De seguro que si estaba por ahí les escucharía.

—¡No hay rastro de él! —se quejaba el tío.
—¡Ya lo hallaremos, no se preocupe! —le animaban los otros cangrejos, entre ellos el cangrejito más chiquito que también había demostrado ser un valiente.

Y así estuvieron toda la tarde navegando hasta que se hizo de noche y salió la Luna llena. De pronto con el brillo de la Luna algo comenzó a brillar a lo lejos, parecía que venía en dirección al barco de palmera.

—¡Es Alejo, es Alejo el cangrejo! —gritaban los aventureros, muy emocionados.
—¡¡Alejo!! —Se alegró tío Cangrejo, al divisar a su sobrino de lejos, quién venía montando sobre un delfín muy astuto al que Alejo le había pedido ayuda en altamar.
—¡¡Tío!! —Gritó muy alegre Alejo cuando pudo alcanzar finalmente la improvisada embarcación.

El viejo tío ermitaño se abrazó como nunca con su querido cangrejito, y junto a todos los valientes cangrejos que navegaron en esta aventura, regresaron hacia la isla, impulsados por el delfín que había tenido la buena voluntad de ayudar a los expedicionarios. En la isla, una gran fiesta les esperaba, pues las noticias bajo el agua corren muy rápido y todos ya se habían enterado que Alejo se había salvado.

La fiesta fue grande y toda la playa celebró muy alegre el rescate de Alejo: los peces saltaban felices, los delfines hacían sus acrobacias y juegos, los mariscos y moluzcos escuchaban atentamente la historia del rescate y hasta una ballena azul apareció lanzando un torrente de agua a los cielos para deleite de todos. La Luna aun brillaba en lo alto y todo parecía perfecto hasta que alguien preguntó:

—Oye Alejo, ¿y qué pasó con la botella?
—Se hundió en el océano, pero alcancé a recuperar el papel que había dentro —dijo Alejo.
—¿Y lo tienes contigo? —preguntaron todos con curiosidad.
—Claro, aquí lo tengo.
—¡Pues muéstralo, hombre! —pidieron todos muy entusiasmados.
—Esta bien, esta bien...

Alejo sacó el papel que guardaba bajo su tenaza y lo abrió sobre la arena. Los presentes se acercaron, incrédulos. No era un mapa del tesoro como todos habían creído: era un poema. Y decía así:

"Este será otro año,
ven a verme viejo ermitaño.
Gracias por la perla,
no imagino ni perderla.
Tengo mucho que hacer,
pero ya te quiero ver.
Vente en una almeja,
tu amiga la cangreja."

Se dice que esa noche nadie vió adonde fue el viejo cangrejo ermitaño, pero todos aseguran que fue a visitar a su amiga la ermitaña cangreja, montado en una almeja. Ya.... pero, ¿y qué pasó con Alejo? Pués quedó tan feliz de haber sido rescatado que bailó y bailo esa noche de Luna hasta que todos los habitantes de la playa se aprendieron el nuevo baile.

El baile del aventurero Alejo, el cangrejo.
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