El Anillo del Gigante

Cuento Tradicional Español


Ilustración del Artista Cántabro
Fernando Sáez González (1921-2018)

Había una vez una niña muy pobre que iba con frecuencia a recoger leña al monte. Un día que se le hizo tarde por haber encontrado unas fresas silvestres, se le echó la noche encima, debiendo abandonar su leña, pues se perdió y sólo añoraba encontrar el camino de vuelta a su casita.

Así se puso a andar y andar... La noche era oscurísima, había nevado y el camino estaba muy malo. A lo lejos divisó una lucecita y se encaminó hacia allá. La luz provenía de una casa, a cuya puerta había un gigante.
—Señor gigante —dijo la niña temblando de frío y de miedo—, me he perdido y estoy muy cansada y no sé dónde pasar la noche. Si tú quisieras hospedarme esta noche en tu casa...
—¡Oh!, sí sí, desde luego, pequeña —dijo el gigante, manifestando satisfacción.
El gigante se volvió hacia la puerta y gritó con voz de trueno:
—¡Pólvora, ábrete!
Y la puerta se abrió hacia afuera. Y pasaron la niña y el gigante, quien volvió a gritar:
—¡Pólvora, ciérrate!
Y la puerta se cerró. La llave en la cerradura dio dos vueltas, y un candado se enganchó solo en un pestillo. Y la niña y el gigante pasaron a la cocina y se sentaron junto a una enorme chimenea, negra de sucia a causa del hollín que se había acumulado, pues el gigante era un cíclope desordenado que nunca hacía las tareas del hogar. El fuego era grandísimo, las llamas rojas como la sangre de un toro enfurecido, y en las trébedes había una gran olla negra de la que emanaba un gran vapor.

La niña no estaba tranquila porque el gigante era sombrío, muy sombrío; tenía un solo ojo en la frente, como todo cíclope, y sus dientes  eran muy largos, tan largos que daba miedo verle sonreír. Después de un rato el gigante ordenó a la niña:
—Ahí tienes un carnero que acabo de matar. Descuartízalo y mételo en la olla y prepara algo delicioso, porque en adelante vivirás conmigo. No intentes escapar, porque el día que lo hagas en vez de carne del carnero, te cocinaré a ti, porque tu carne es más sabrosa.
El gigante se fue a acostar, mientras la pobre niña, sollozando, preparaba la cena.
—¡Cuando tengas la cena lista, me la llevas a mi cuarto! —le gritó desde su habitación el gigante, siguiéndole una risa malvada.
Pero el gigante debía estar muy cansado, porque pronto sus ronquidos hicieron retemblar toda la casa. La niña preparó la cena y sobre las brasas del fuego depositó un hierro puntiagudo hasta que se puso al rojo vivo. Cenó tranquilamente, pensando qué hacer, y terminada la cena, se fue a echar un vistazo por la casa.

De las paredes colgaban muchas pieles de cordero, así que explorando un pasillo llegó a una puerta, y al abrirla descubrió un corral cerrado en el que habían muchas ovejitas y algunos carneros. La niña, entonces, regresó junto al fuego, y, tomando el hierro candente, se dirigió al dormitorio del gigante, procurando pisar de puntillas para no despertarle. Cuando llegó junto al lecho del perverso cíclope, levantó el hierro y con todas sus fuerzas lo clavó en su único ojo.

El grito que dio el gigante debió llegar al otro extremo del mundo y la casa retumbó de tal forma que casi se les cae encima. El gigante primero se retorció de dolor en el lecho, y después se levantó de un salto, profiriendo injurias y jurando vengarse de la niña, mientras golpeaba las paredes de la casa.

La niña, que ya había tenido la precaución de registrar la casa, corrió a esconderse al corral junto a las ovejas, pero el gigante, suponiendo adonde iba, la siguió, palpando las paredes para no tropezar, y se puso en medio de la puerta del corral, con las piernas entreabiertas. Las ovejas, al verse libres, se lanzaron apretadamente buscando la salida, y pasaban por entre las piernas de su amo, quien las tocaba una a una, dejándolas pasar mientras decía:
—Esta es blanca, esta es negra... y este un carnero...
Y esperando que pasara la niña, vociferaba, mientras rechinaba los dientes:
—¡Ya verás tú, ya verás tú, pequeña bribona, te encontraré y te zamparé de un bocado!
Pero la niña, que era muy lista, cogió una piel de carnero y se metió en ella y se dispuso a pasar entre las ovejas. Cuando le tocó el turno, el gigante palpó la lana y los cuernos, y creyó que era un carnero, pero se quedó con la piel entre las manos.

Lleno de rabia, el gigante quiso vengarse de la niña, pero ella ya estaba ya fuera del corral y sólo podía lograr su intento mediante la astucia, así que riendo le dijo:
—¡Tu treta me ha sorprendido, niña! Y porque has sido ingeniosa en tu ardid, yo te perdono —le dijo, aparentando amabilidad—, y para que veas que es verdad lo que te digo te obsequiaré este anillo.
El gigante tomó un anillo que tenía en su dedo, y se lo tiró a la niña. El anillo cayó sobre la blanca hierba y parecía un gusanillo de luz por el brillo que despedía. La niña, temerosa de otro posible engaño, se resistía a cogerlo, pero tanto brillaba que al fin la curiosidad la llevó a tomarlo entre sus manos. Pero el anillo era mágico y éste se achicó rápidamente hasta cazar uno de sus deditos, entonces el anillo empezó a cantar con voz profunda:
—¡Aquí estoy, mi señor! ♪ ¡Por aquí voy, mi amo! ♫
Y el gigante pudo seguir a la niña. Y aunque la niña corría el gigante la seguía, porque el anillo seguía repitiendo:
—¡Aquí estoy, mi señor! ♪ ¡Por aquí voy, mi amo! ♫
La niña quiso sacárselo del dedo y arrojarlo al fogón, pero por más esfuerzos que hizo no pudo desprenderse del fatal anillo, que cada vez se ajustaba más a su dedito. Cuando la niña llegó a la puerta de la casa, pasó su manita, que era muy pequeña, por debajo de la puerta, y el anillo al sentirse en el exterior de la casa, comenzó a cantar:
—¡Ha escapado, mi señor! ♪ ¡Está afuera de la casa, mi amo! ♫
A lo que el gigante, exclamó:
—¿Cómo has logrado salir? ¡No huirás de mi, pequeña bribona! ¡Pólvora, ábrete!
Y en el instante el candado se soltó del pestillo, la llave dio dos giros a la cerradura, y la puerta se abrió hacia fuera, liberando la mano de la niña, quien corrió con todas sus fuerzas al exterior de la casa, mientras el anillo repetía:
—¡Aquí estoy, mi señor! ♪ ¡Por aquí voy, mi amo! ♫
Así llegó corriendo a un río que iba muy crecido por las lluvias que habían caído. Y al gigante le faltaba ya muy poco para alcanzarla. Entonces la niña recordó que en su faltriquera llevaba una navajilla con la que cortaba las ramitas del monte. La sacó al instante y se cortó el dedo a la altura del anillo, sacó el anillo y lo arrojó al río. Y el anillo, desde el fondo, seguía repitiendo:
—¡Aquí estoy, mi señor! ♪ ¡Por aquí voy, mi amo! ♫
El gigante, como no veía nada, cayó al agua, pero la corriente era demasiado fuerte y lo atrapó, ahogándose en un remolino espantoso º-º ...así, herida pero a salvo, la niña encontró el camino al pueblo, llevándose su dedito a casa de un doctor, quien esa misma noche se lo pegó y lo curó. La niña se prometió que nunca más llegaría tarde a su casita para no perderse de nuevo en el bosque, y el resto de esa noche se quedó en el pueblo.

A la mañana siguiente, cuando volvía a su casa, descubrió con asombro que las ovejitas y carneros que ella había liberado, habían seguido las huellas en la nieve que había dejado la niña la noche anterior, y habían llegado hasta su casa, por lo que la niña reunió a los animalitos y las pastoreó en su propia colina, y no volvió a ser pobre nunca más.

Fin