Los 3 Cerditos y la Lámpara Maravillosa

Ethan J. Connery

Será cierto lo que se cuenta, que este cuento ni pretende ni aparenta, pero a mí me lo narraron de forma que se entienda, que aunque ni rima ni resalta: es la verdad científica exacta. La historia es sobre tres cerditos que vivían en el campo. Todos hermanables y unidos. Mutuamente apoyaban sus labores camperas. Su casita siempre limpia y ordenada los enorgullecía completamente y debiera. Pues muy bien complementaban.

Un puerquito era inventor y construía lo que necesitaban; desde zapatitos para pezuñas hasta camisas llevaban. Otro cochinito era cocinero y por tanto, cocinaba; esas cosas ricas que a todos gustaban. Y por último, un cerdito escritor, quién redactaba; de inventos y recetas, pero de vez en cuando, algún cuento en su momento de poeta.

Y así durante años crecieron a la par, hasta que ya grandes decidieron marchar. Tiraron una moneda, y como no saliera cara, cada cual tendría su propia morada. Un día simplemente partieron: fila india por el bosque a construir sus casitas, porque así lo quisieron.

Pero —y aquí es donde la rima se acaba— los senderos del bosque se enrevesaban, y sucedió que en un momento de la travesía tomaron —sin quererlo— diferentes caminos, llegando cada uno a lugares muy distantes. Para cuando se dieron cuenta, se encontraban solos, aislados y con hambre: se habían perdido.

De esta suerte, Puerquito inventor llegó a una campiña; con muchas frutas, verduras y setas. Todas muy grandes que crecían en el área. Pero como no era cocinero, no pudo hacer más rica cena que lo dejara dormir y soñar feliz y contento. Por su parte, cochinito cocinero llegó a una montaña; llena de árboles, piedras y lianas. Muy útil y convenientemente estaban dispuestas. Pero como no era inventor, no pudo hacer una choza que le protegiera del frío para dormir y soñar feliz y contento.

Pasó —entonces— que el cerdito escritor llegó a un paraje muy diferente. Más allá del bosque, la campiña y la montaña. Una hermosa playa se extendía, sinuosa y sugerente, limitando al mar con sus arenas doradas. El océano brillante y azulado se perdía en la distancia. Poco le importaba a este cerdito la comida o el techo; así que llegada la noche se echó a dormir bajo una inspiradora morada.

Al día siguiente el sol brilló nuevamente en lo alto cuando el cerdito escritor despertó en la arena. Una duna tibia lo cubría, pero él bien lo sabía: su viaje apenas comenzaba. Un largo trayecto le esperaba para encontrar a sus hermanos perdidos. Estaba con ese pensamiento en mente, cuando una gran ola se acercó justo a donde reposaba.

¡¡Fussssh!!

Rompió la ola en la playa. Sorprendido el cerdito alcanzó a saltar hacia atrás, antes de que el agua lo empapara, y para cuando el maretazo se retiró, en la arena quedó depositada una lámpara de aceite... como esas doradas y curvas que venden en los mercados de Oriente.
— ¡Una lámpara maravillosa! —exclamó— ¡Como en los cuentos de Aladino!
El cerdito tomó el tesoro entre sus pezuñas, apreciando su agraciada y exótica forma ondulante: se sentía con suerte.
— ¡Que elegante diseño: ha sido bien elaborada. Sin duda sorprenderé a mis hermanos cuando los encuentre!
De pronto se le ocurrió que de verdad sería mágica, así que la frotó esperando que un genio apareciera. Aunque mucho intentó no pasó nada. Así que cansado se echó nuevamente en la arena a tomar otra siesta, porque sí: era dormilón. Ya había empezado a roncar otra vez, cuando una palmadita en la cara lo despertó.
— ¡Pssst! Amigo... ¡Despierta! —dijo una vocecita chillona.
Cerdito escritor se levantó sobre su colita resortera. Frente a él un genio de Oriente flotaba en el aire, como omnipresente. Pero a diferencia de los genios comunes, que son muy grandes, éste era chiquito... incluso más pequeño que el cerdito.
— ¿Quién eres tú? —preguntó, despistado.
— ¿Cómo quién? ¡Soy el mago de la lámpara! ¿No me acabas de llamar?
— ¡Oh, ya veo! —respondió asombrado el cerdito— Pero harto rato pasó, y como no aparecieras en tiempo prudente, supuse que la lámpara era de aceite, común y corriente.
— Es verdad —reconoció el mago— Es que yo también estaba durmiendo dentro de la lámpara y me costó despertar.
— ¿Tenías mucho sueño?
— No sabría decirte: llevo cincuenta años durmiendo allí, así que estoy un poco fuera de práctica —se disculpó el geniecillo.
Que la respuesta causó gracia al cerdito, no hay duda, pues preguntó entusiasmado:
— ¿Y me concederás un deseo?
— En realidad tres puedo concederte —le explicó el mago— Pero antes presentémonos, ya que no he conversado con nadie en mucho tiempo, y el trato es más educado si nos dirigimos por nuestros nombres verdaderos.
— Me llamo "Cerdito". ¡Mucho gusto, Sr. genio!
— Eso me vale. ¡Un placer conocerte, Cerdito! Mi nombre es "Genio".
Ambos se dieron la mano (o más bien: la pezuña y el humo), e inmediatamente se voltearon a mirar hacia afuera de este cuento... hacia la cara del lector que los iba imaginando... lo miraron con sus ojos saltones: harto rato y directo a la cara °-° como si supieran que el lector sabía que de ellos y de él mismo se trataba. Luego los personajes volvieron a lo suyo.

Cerdito explicó a Genio que si bien su nombre era Cerdito, sus hermanos se llamaban correspondientemente "Puerquito" y "Cochinito", y de esa forma todos eran perfectos marranos. Ni uno más ni menos gorrino que el otro. El mago escuchó atentamente esta descripción y su posterior relato, así se enteró de sus motivaciones viajeras y de porqué el chanchito estaba tan solitario en esa playa desierta.
— ¿Qué me sugerirías en mi situación? —Preguntó el cerdito escritor, que deseaba reencontrarse con sus hermanos.
— Mi sugerencia es que nunca le pidas una sugerencia a un genio, o perderás un deseo en forma de sugerencia... por lo demás: te quedan sólo dos deseos.
A Cerdito le sorprendió la respuesta, y atinó que debía pensar bien lo que decía de ahora en adelante, así que se puso a pensar. Y así pensó y pensó... largo rato pensó, hasta que finalmente dijo:
— Okey.
El mago puso cara de espanto.
— ¡Acabas de perder tu segundo deseo! —le reprochó.
— ¡Espera, espera! —reclamó Cerdito— ¡Eso es injusto: si sólo dije "okey"!
— Sí —respondió el genio, agachando la cabeza como quién no quiere la cosa— Pero eso significa que estás conforme con tu segundo deseo... ¡Así que sólo te queda uno!
Estaba por ponerse rojo, Cerdito, cuando notó que el genio lo miraba de reojo:
— ¡Era broma, era broma! —rió el pícaro geniecillo.
Era evidente que el mago de la lámpara tenía un sentido del humor poco común para los de su especie; por lo corriente más formales y matemáticos en sus tratos.
— ¡¡Ufff!! —suspiró aliviado el cerdito, y replicó— ¡No hagas eso de nuevo!
Genio se llevó la mano a la cara.
— ¡Noooooo! ¡Ahora si que perdiste tu segundo deseo! —exclamó afligido— ¡Y ésta vez no puedo hacer nada para remediarlo! Lo que sí, puedes estar seguro que no volveré a hacer eso de nuevo.
Contento no estaba Cerdito, pues se dio cuenta que al pedirle eso había perdido su segundo deseo. Se dio una palmadita en la cara por ingenuo.
— ¡Pero si no estaba deseándolo! —reclamó de nuevo.
— ¿Entonces no deseas que bromee en cuanto a la cantidad de tus deseos?
— ¡Mejor hablemos de otra cosa o perderé mi último deseo! —exclamó Cerdito.
— "Otra cosa" —dijo el genio que fue desvaneciéndose en el aire junto con la lámpara, al tiempo que se despedía, sonriendo— ¡Ha sido un placer hacer tratos contigo!
Cerdito escritor no lo podía creer: había perdido su último deseo, y lo peor de todo es que seguía perdido, al igual que sus hermanos.
— ¡Oye, autor! —gritó enojado Cerdito hacia el cielo— ¿Qué clase de cuento tan ridículo es éste? ¡¡Acabas de quitarme tres deseos que bien me los había ganado!!
 El Autor de esta historia quedó pasmado: su personaje le estaba reprochando sin su consentimiento.
— ¡Ya déjate de juegos semánticos y escribe algo cuerdo! ¿Cómo se supone que terminará este cuento? —reclamó de nuevo Cerdito a su autor— ¡Te exijo que te hagas presente!
Porque no podía ser de otra manera, el autor se dio cuenta de que estaba jugando con su personaje. Así que el escritor humano se puso más serio y luego de pensarlo detenidamente, decidió abrir un Vórtex hacia el reino de los cuentos perdidos, donde naturalmente vive Cerdito y su cuento. Bien merecía el personaje una explicación coherente, por lo que este autor se fue a disculpar.
*

Un Vórtex —también llamado "vórtice" o "portal"— es un remolino de magia por el que uno puede pasar (como a través de un túnel o espejo) hacia El Reino de los Cuentos Perdidos: un universo paralelo donde el tiempo no existe y la imaginación no tiene fronteras. Ahí habitan nuestros personajes más queridos. Las personas que conservan y cultivan a su "niño interior" —sin importar su edad— tienen el poder de abrir aquel pasaje extraordinario, ya que todos hemos estado ahí alguna vez... en nuestros propios sueños. Más adelante les redactaré un manual detallado sobre cómo abrir un Vórtex desde el planeta Tierra ☺ — El autor.

*
Conoció a su autor —pues— nuestro protagonista, pues el hombre atravesó el Vórtex desde la Tierra de los humanos al universo de la fantasía, llegando justo a la playa donde se encontraba Cerdito, que ya sabemos: también era escritor.
— ¡Hola Cerdito! —saludó amablemente, Ethan J. Connery, que acababa de convertirse en personaje de su propio cuento.
— ¡Que tal! —correspondió el cerdito, curioso— ¿Tú eres mi creador?
— En este cuento, sí —respondió Ethan— De verdad, lamento haber desperdiciado tus deseos... ¿Me perdonarás?
— ¡Claro! Tú me creaste y es lo menos que podría hacer yo. Pero a falta de ese mago tramposo que me enviaste, requiero de tu ayuda.
— No hay problema, Cerdito. Aunque no puedo intervenir directamente en este mundo, sí puedo imaginar lo que te hace falta para que completes cabalmente tu aventura.
— Entiendo —asintió el cerdito... ¡Dame esos cinco!
Y personaje y autor chocaron las palmas. En ese momento una segunda gran ola se estrelló en la playa, dejando a los píes de nuestros personajes una nueva lámpara maravillosa:
— ¿Otra vez? ¡Creí que harías algo diferente!
— Pues, ¿qué habrías hecho tú, Cerdito?
— No sé... quizás me hubieras enviado un globo aerostático para volar por encima de la playa, de la montaña y la campiña, de manera de buscar a mis hermanitos desde arriba.
— ¡Es una buena idea! Se nota que eres un colega escritor —observó Ethan— Eres muy imaginativo. Me pregunto a donde van a parar los cuentos que tú mismo imaginas.
— Algún día te contaré ese secreto —contestó Cerdito escritor, guiñando un ojo.
Ethan J. Connery hizo una reverencia a Cerdito antes de desaparecer, de regreso por el Vórtex hacia la Tierra de los humanos. El portal se cerró en el aire, y Cerdito quedó solo otra vez. Tomó entre sus pezuñas la nueva lámpara mágica y la frotó con su brazo, pero en lugar de salir un genio de la boquilla, comenzó a salir un globo rojo que se fue inflando hasta alcanzar el tamaño de una casa. Del globo colgaba un canasto lo suficientemente grande como para contener a varios cerditos a la vez. Cerdito no lo dudó un instante y saltó dentro de la canasta, llevándose su lámpara maravillosa: el globo comenzó a elevarse.
— ¡Estupendo! —se regocijó, y de algún lado sacó un telescopio para mirar hacia abajo.
Su ánimo bien alto estaba ahora, y así llegó hasta la montaña, donde encontró a su hermano "Cochinito" —el cocinero— que de tanto explorar el área había aprendido a inventar cosas. Se alegraron los chanchitos de encontrarse de nuevo, y entre los dos siguieron su camino aéreo hacia la campiña, donde encontraron a su otro hermanito, "Puerquito" —el inventor— que de tanto recorrer las hortalizas había aprendido a cocinar ricos platos que saborearon entre todos.

Creador y protagonistas quedaron contentos, pues los tres cerditos regresaron en globo aerostático a su casita en el campo. Pero al poco tiempo les volvió a parecer chiquita. Así que tiraron una moneda, y como no saliera cara, cada cual tendría su propia morada, decidieron... Pero un lobo que vagaba en el bosque se enteró de sus planes, y ahí comienza la clásica historia de los tres cochinitos y el lobo feroz ☺

Fin