Pinocho

Carlo Collodi

Había una vez un hombre que vivía en una humilde casa. Se llamaba Geppetto y vivía solo, lo cual le molestaba mucho. Un buen día Geppetto fue al encuentro de su amigo Cereza, de oficio carpintero, y le dijo:

— ¿Podrías darme un trozo de madera? He pensado construir una marioneta para tener compañía.

El maestro Cereza le ofreció de todo corazón un espléndido trozo de su mejor madera, y Geppetto muy satisfecho, volvió a su casa y se puso a trabajar. Su taller estaba lleno de juguetes articulados: musicales, animales, soldados, todos ellos tallados en madera, y más verdaderos que los reales.

— Voy a hacer el muñeco más bonito del mundo —decía Geppetto— y le llamaré Pinocho.

Geppetto trabajó hasta muy tarde. Un último toque de pincel... y ya está terminado.

Muy feliz, puso su muñeco sobre la mesa y se fue a dormir. Ya dormido, Geppetto tuvo el más maravilloso de los sueños; delante de él estaba el hada Melusine que le concedía todos los deseos.

— Amable hada —imploraba Geppetto— dame un niño de verdad para mi...

Al amanecer el escultor se despertó sobresaltado, saltó de la cama y se acercó a su muñeco. De repente, los ojos de Pinocho empezaron a moverse, sus brazos y piernas se agitaban. Geppetto no podía creérselo, Pinocho estaba vivo.

— Buenos días —le dijo con lágrimas en los ojos de la emoción— yo me llamo Geppetto, pero si quieres puedes llamarme papá.

Pinocho, muy contento, le dio un simpático beso, y empezó a correr por toda la casa.

Al día siguiente Geppetto compró un diccionario a Pinocho, y le dio las últimas onzas de oro que le quedaban.

— Sé bueno en la escuela —le recomendó Geppetto, mientras veía alejarse a su hijo.

Pinocho no se daba prisa. El soñaba despierto, con la nariz levantada, cuando escuchó la música. Un teatro ambulante se había instalado en la plaza del pueblo, y bajo la enorme carpa estallaban las risas de los niños. Pinocho olvidó sus promesas y vendió su libro para asistir al espectáculo.

Al final de la representación, Pinocho se dio cuenta que ya era la hora de volver a casa. Le quedaban algunos céntimos, y pensó devolvérselos a Geppetto, confesándole su falta y esperando que su padre le perdonara.

Pero en el camino se cruzó con dos extraños personajes: un zorro cojo y un gato que parecía ciego. El zorro, que reconocía entre mil el ruido de las onzas de oro, se dirigió a Pinocho.

— Yo conozco la manera de aumentar tu fortuna. Ponte cerca del gran roble, planta tu dinero y mañana, al alba, recogerás el doble.

Pinocho ingenuo, pero fascinado ante la idea de ser rico, corrió hacia el sitio indicado. En ese momento un pequeño grillo que caminaba silbando bajo los faroles y que fue testigo de todo cuánto ocurría, corrió junto a Pinocho para advertirle que el par de rufianes le habían contado esa mentira con el propósito de robarle. Como Pepe Grillo —que era así como se llamaba el personaje— era un grillo, el gato y el zorro no lo vieron pues los grillos son muy pequeños.

Mientras tanto se hizo de noche, y Pinocho empezó a inquietarse. Si al menos pudiera ver a su padre tan desgraciado sin él, no sería tan imprudente. Imaginaros su miedo cuando él vio que los dos pillos le esperaban escondidos con aire amenazador. Pinocho escondió las onzas de oro en su boca, pero los dos compinches, más astutos, lo ataron fuertemente a al roble. Pepe Grillo corría desesperado llamando al hada Melusine, pues siendo tan pequeño no había otra cosa que pudiera hacer para ayudar al desdichado de Pinocho. Finalmente los malandrines consiguieron su botín y le robaron todo su dinero antes de desaparecer en el bosque.

Pinocho se lamentaba, cuando el hada finalmente escuchó los llamados de Pepe Grillo. El hada buena Melusine se le acercó:

— ¿Qué haces colgado ahí arriba? ¿Y qué ha pasado con las onzas de oro que tu padre te confió?
— Oh, yo las he perdido —contestó Pinocho.

No había acabado de hablar cuando su nariz se alargó...

— Malo, malo... —dijo Pepe Grillo— A este niño le hacen falta unas buenas nalgadas.
— ¿Pero qué me pasa? —gritó Pinocho.
— Debes saber que cada vez que tu cuentes mentiras, tu nariz se alargará más y más —le explicó el hada.

Pinocho estaba muy triste:

— Me gustaría tanto ser un niño de verdad.
— Quizá yo pueda ayudarte —le dijo el hada— Pero para ello, yo quiero que tu seas obediente y que vayas a la escuela.

Arrepentido Pinocho decidió volver a casa.

Pero he aquí que al borde de la carretera se encontró con un bribonzuelo que le persuadió para acompañarle al país de los placeres, en dónde podría jugar todo el día sin que los adultos le llamaran la atención.

Pepe Grillo le recordó a Pinocho lo que le había pasado por desobedecer y le aconsejó en vano de que no le hiciera caso al bribonzuelo, pero Pinocho que deseaba ser un niño de verdad estaba encantado con la posibilidad de jugar con otros niños de su edad. De esta forma y sin tomar en cuenta los consejos de Pepe Grillo, Pinocho se fue corriendo con el bribonzuelo.

Pepe Grillo, alarmado al ver que Pinocho desaparecía en la penumbra, corrió a la ciudad para buscar al padre del niño de madera, Geppetto, quién se encontraba en su casa angustiado debido a que Pinocho aún no llegaba.

Tras unas cuadras recorridas por Pinocho en las obscuras calles, llegó la roulotte del gran Stromboli tirada por pequeños asnos.

— ¡Venid con nosotros niños, yo os convertiré en artistas y jugaréis todo el día, se acabó la escuela! —les decía el gordo Stromboli.

Pinocho y su compañero se dejaron convencer y subieron en la roulotte que estaba llena de niños pequeños. El viaje duró toda la noche, y una vez allí, Pinocho no se arrepintió de su decisión. En el país de jauja el se divertía mucho, olvidando a Geppetto. Una mañana, cuando se lavaba, no se reconoció en el espejo; en su cabeza habían nacido dos largas orejas de asno cubierta de pelos.

— ¡Y ahora yo tengo una cola de asno! —gritó Pinocho— Pero... yo soy un asno.

Pinocho recordó lo que le había dicho Pepe Grillo a quién había abandonado, y enloquecido de miedo, huyó del gran país de los placeres.

Pero al amanecer Stromboli envió a sus mejores hombres para atraparlo, pues como Pinocho era un muñeco de madera que hablaba y jugaba como cualquier niño, se convertiría en una buena atracción para el circo del gordo Stromboli.

Para escaparse de ese triste destino, Pinocho se tiró al mar... pero un asno no sabe nadar.

— ¡Me voy a ahogar, nunca volveré a ver a mi papá!

Fue entonces cuando una banda de pequeños peces, enviada por el hada Melusine, picotearon toda la piel del asno, y liberaron a Pinocho. Convertido en un pequeño muñeco de madera se dejó llevar por las olas, cuando una enorme ballena abrió su boca y lo engulló.

Pinocho cayó. Cayó lejos, al fondo del vientre de la ballena, cuando al fin, vio a un señor muy triste, que llevaba una vela en la mano. Pinocho reconoció a Geppetto y se arrojó a sus brazos. El hada buena Melusine había querido que en su desgracia, él volviese a encontrar a su único amigo. Geppetto, loco de alegría, le explicó como la ballena se lo había tragado cuando él daba vuelta al mundo en su busca.

Después de haber digerido bien, la ballena parecía estar cansada. Como ella bostezaba, Pinocho y Geppetto aprovecharon para escaparse.

— Rápido, rápido, va a cerrar la boca— les gritó Pepe Grillo, quién enviado por el hada Melusine, en esos momentos volaba por ahí.
— Acercaros a mí —les gritó un atún— Yo os llevaré cerca de la orilla.

Después de un largo viaje, ellos llegaron por fin a casa...

Pasaba el tiempo y Pinocho se esforzaba en ser obediente, colmando de orgullo y felicidad a su papá y a Pepe Grillo, quién se había convertido en su mejor amigo. Trabajaba seriamente en la escuela, y ahora sabía leer y escribir.

Entonces Melusine, el hada buena, decidió que había llegado el momento de transformar la marioneta de madera en un verdadero jovencito. Cuando Pinocho se dio cuenta que se parecía a todos sus compañeros, abrazó con ternura a su padre, y agradeció, de todo corazón, al hada Melusine.

Y así acaban las aventuras de Pinocho; la historia de un pequeño muñeco de madera, ya que la del niño no ha hecho más que empezar...

Fin