El Primer Cuento
Oriana Martínez E. & Antonio Ross M.

Arte rupestre de Klaus Hausmann

Imagina una noche en la Prehistoria. Oscura y negra. Lluvias torrenciales. Relámpagos y truenos. Inmensos árboles agitándose y doblando sus figuras ante el ímpetu del viento huracanado que, silbante, rompe los oídos. Imagínalo. Allá, al fondo, una pequeña luz en la montaña, suave, tenue, como una estrella lejana. Acércate, mira... y escucha...

Una fogata y un animal asándose lentamente sobre ésta... Hace calor en la caverna. Hombres rudos vestidos con pieles de animales están juntos, cerca de la lumbre, expectantes, ansiosos. De pronto, uno de ellos, el cazador, comienza a relatar, y cuenta la cacería. Muestra sus heridas, aún frescas, en brazos y piernas. Los demás lo miran, lo admiran, pendientes de la proeza que les dará el sustento. Viven, sufren, vibran con él en las correrías, en la emboscada del animal, hasta el enfrentamiento final, cuando el cazador, habiendo debilitado al animal, desangrándolo, haciéndolo correr, lo enfrenta, en el combate definitivo.

La fiera embiste. El hombre la espera a pie firme, resiste el salvaje choque, y con sus fuertes brazos rodea los cuernos del animal. El hombre es elevado por los aires, pero no suelta a su presa. Carga todo el peso de su cuerpo a un costado, hasta hacer doblar la cerviz de la bestia. Ésta bufa, resopla, trata de enderezar su cabeza dominada por ese peso inesperado, pero se le doblan las rodillas y... no puede. Cae. El hombre ha triunfado.

Su auditorio —mujeres, niños, los otros hombres— escuchan entusiasmados el combate. No han perdido ni un detalle. Ni una imagen. Algunos de ellos, quizás los con más imaginación, hasta escucharon los bufidos de la bestia y los gritos del hombre.
El primer cuento ha sido contado.
Allá lejos, en una cueva perdida en el tiempo,
miles de años atrás...

Fin
El Trazador Tramposo
Gudor Ben Jusá · Adaptación de Svanhildr MacLeod

En tiempos del Antiguo Egipto (cuando aun reinaba el faraón "Keops" de la IV Dinastía) una pequeña aldea, en las cercanías de Menfís, se había inundado debido a la crecida del río Nilo. Sus habitantes —la mayoría granjeros— abandonaron sus casas y parcelas, y para cuando el río se retiró, volvieron a la aldea a reconstruir lo que las aguas se había llevado.

Un granjero —casado y con dos hijos— se dirigió hacia el trazador: el hombre enviado por el Municipio para demarcar las parcelas, en base a las medidas conservadas en el plano original de la aldea.
— ¡No te vayas a equivocar con el tamaño de mi parcela! —le exigió con firmeza.
El terreno del reclamante había sido pentagonal, lo que significa que su nueva parcela debía tener también cinco lados; cada uno de un largo diferente y bien estipulado en los registros.

Para cuando el trazador marcó los vértices sobre la arena, el granjero tuvo la sensación de que su nueva propiedad era más pequeña, y así se lo hizo notar. El trazador volvió entonces a calcular el perímetro, usando pasos de camello para contar las distancias, y marcando líneas rectas con un palo en la arena. Así terminó uniendo los mismos vértices demarcados, indicándole al granjero de que efectivamente cada lado medía lo mismo que las longitudes registradas en el plano.
— Como has podido comprobar; todo está en orden —le afirmó el trazador, sonriendo con malicia.
— Conforme —respondió el granjero— cercaré mi parcela, entonces.
El trazador se despidió con una reverencia irónica y se marchó a medir la siguiente parcela. En tanto, el granjero se puso a trabajar en su nuevo cerco, y para cuando llegó la noche el vallado estaba casi listo, así que se fue a dormir.

A la mañana siguiente el granjero se levantó temprano a terminar su labor, pero al salir de su choza improvisada, se puso a apreciar su parcela, reviviendo la sensación de que algo de espacio faltaba.
— No sé —le dijo a su esposa— nuestra propiedad sigue pareciéndome más pequeña que antes de la inundación.
La esposa, entonces, tomó cinco varillas —de esos juncos que crecen junto al río— y las cortó a medidas escaladas con las dimensiones de su parcela. Luego las dispuso sobre la arena, simulando el contorno del terreno.
— ¡Mira! —le dijo a su esposo— Si bien nuestra parcela tiene cinco lados, eso no significa que mida lo mismo que antes.
— ¡Pero si cada lado se midió según los registros! —le indicó el esposo.
— Así es —le respondió la mujer, de mente más ágil que el marido— la parcela tiene las mismas cinco medidas de antes, pero ya no está rodeada por un círculo perfecto.
Dicho esto, trazó una elipse alrededor de las 5 varillas, haciéndole notar que con las mismas dimensiones de los lados, se podían construir pentágonos con áreas diferentes.
— ¡El trazador nos ha timado! —exclamó el granjero, molesto por haber caído en la trampa.
Así, el granjero y su esposa fueron al Municipio a reclamar por los metros perdidos. Grande fue la sorpresa de los esposos al enterarse de que en los planos sólo figuraba constancia de las longitudes de los lados de las parcelas, mas no de sus ángulos interiores: dato al que apenas se le daba alguna importancia al momento de trazar y cercar los terrenos.

Como el trabajo ya se había hecho y el granjero lo había aceptado en su momento, no le permitieron exigir una revisión, pues implicaba también modificar otras varias parcelas cuyos dueños estaban "conformes".

Entonces la mujer del granjero se puso a pensar en una forma para que —en caso de una nueva inundación— el trazador no pudiera volver a robarles terreno. Y se dio cuenta de que las únicas parcelas imposibles de alterar eran las que tenían un contorno triangular, ya que por muy diferentes que sean sus lados, siempre tendrán la misma área y los mismos ángulos interiores a la hora de reproducir sus longitudes originales.

Con esa idea en mente, los esposos subdividieron su terreno pentagonal en tres parcelas, para lo cual trazaron dos nuevos cercos interiores dentro del recinto, partiendo desde un mismo vértice hacia otros dos vértices en el lado opuesto a ese vértice. Posteriormente fueron al Municipio y registraron la parcela central triangular para ellos —como matrimonio— y las otras dos parcelas triangulares adyacentes restantes a nombre de cada uno de sus dos hijos, respectivamente.

Los vecinos de la aldea, al darse cuenta de lo que había pasado con la parcela del granjero, comenzaron a imitar el recurso, recurriendo al Municipio para subdividir sus parcelas en triángulos imposibles de alterar, puesto que la mayoría tenía terrenos pentagonales y trapezoidales.  Fue así como finalmente exigieron a los trazadores municipales que registraran también los ángulos interiores de las parcelas, para que nunca más alguien se quede sin su pedazo.

Desde entonces, la división en triángulos —o triangulación— se ha aplicado en la confección de planos, siendo utilizada hasta nuestros días por nuestros modernos topógrafos.

Fin
Gazapito quiere comer Torta
Marta Brunet

Resulta que una vez había un conejito blanco llamado Gazapito. Y resulta que era muy goloso y siempre estaba robándole a su mamá —Largas Orejas— zanahorias y betarragas, que para los gazapos es algo tan exquisito como los chocolates y los caramelos para los "niñitos del hombre". Y aparte de los castigos que mamá Largas Orejas le imponía al descubrir sus merodeos por la despensa, sufría Gazapito unos tremendos dolores de estómago, tan tremendos que a veces requerían la intervención de doña Rata Sabia Yerbatera.

Y como a pesar de los castigos y de los dolores no escarmentaba, pues resultó que al fin enfermó gravemente y hubo que ponerlo a régimen estricto de yuyitos tiernos y agüita de boldo. Bueno...

Resulta que una tarde estaba muy triste Gazapito pensando en lo amarga que era la existencia sin un poquito de zanahoria o de betarraga que la endulzara, y dando suspiros y más suspiros se quedó medio dormido debajo de una gran col, en la huerta de don Pedro Pérez, que lindaba con el bosque. Y a poco despabilóse muy asustado, oyendo cercanas voces de niños.

Una de las voces decía:
— Qué torta más rica! Es de pura almendra... Y tiene huevo mol...
Gazapito sabía que las tortas eran dulces, condimentadas con azúcar que, según doña Rata del Campo, era lo más delicioso en la despensa del "señor hombre". Y al pobre goloso de Gazapito se le hacía la boca agua al ver que los niños de don Pedro Pérez daban grandes mascadas a unas tortas redondas y blancas. Porque Gazapito, al oír hablar de comida y de dulce, había separado un poco las hojas de la col y asomaba un ojo curioso de mirarlo todo.

Entonces a Gazapito le dio verdadero antojo por comer torta redonda y blanca, con almendra y huevo mol. Y tan preocupado se quedó que esa noche no pudo dormir, y en su inquietud daba vueltas y más vueltas en su cama de suave musgo, y al fin, pasito, salió de la cueva en que vivía con mamá Largas Orejas y sus hermanos Gazapillo y Gazapeta.

En cuanto a papá —Ojo Colorado— había muerto en un accidente de caza (no había que hablar de esto delante de mamá Largas Orejas, porque le daban ataques de pena y agitaba las manitas desesperadamente, lo mismo que si tocara el tambor).

Resulta que Gazapito se internó esa noche en el bosque, moviendo las orejas a cada ruido que le traía el Viento, arriscando la naricilla, desazonado por cada olor desconocido, representándosele en cada cosa aquella torta blanca y redonda con almendra y huevo mol...

Y en esto... ¡Oh!..., sorpresa, Gazapito vio ante sus ojos, en el fondo de un hoyo al cual se asomara por casualidad, pues nada menos que una torta blanca y redonda, que tenía que ser de almendra con huevo mol y todo. Y dando un brinco...

¡Zas! ¡Brrr!

Gazapito cayó al fondo del hoyo, justamente sobre la torta redonda y blanca.

Y resulta que como el hoyo era mucho más profundo que lo que imaginara, ese "¡Brrr!" que tú ves, lo dio Gazapito de susto. Pero lo lamentable fue que al hacer "¡Zas!" se percató de que con la impresión le había pasado una cosa terrible, que no se puede contar, pero que lo obligaba a levantarse en la punta de las patitas para no mojar la bata de piel blanca que llevaba puesta.

Y todo acongojado, sin acordarse más de la torta, ni de las almendras, ni del huevo mol, se echó a llorar a toda boca, como el conejito chiquitito que era. Además, el hoyo estaba muy oscuro y el miedo aumentaba sus sollozos.

Andaba por allí, volando, en el bosque y cerca del hoyo, una mariposa llamada Falena, que al oír a Gazapito preguntó asomándose al boquetón negro:
— ¿Quién llora?
— Yo. Gazapito, que me caí por casualidad..., de puro distraído...
— No es verdad — dijo misiá Rana Vieja, que todo lo sabía y era muy chismosa—; se cayó porque el tonto quería comer torta... La torta que vio en el fondo del hoyo...
— ¡Cállese, la acusete! —dijo el señor Grillo, que no porque hablara dejó de darle cuerda a su reloj.
— ¡Tengo miedo! ¡Tengo miedo! —decía entre tanto Gazapito.
— Voy a avisarle a tu mamá. ¿Dónde vives? —preguntó Falena.
— No, no. No hay que decirle nada a mamá, que me castigará por haber salido sin su permiso —contestó entre sollozos Gazapito.
— Avísele, avísele —gritó misiá Rana Vieja—, para que le den su merecido por meterse en casa ajena. Para que le den sus buenos coscorrones...
— No, por favor, no le digan nada... Pero sáquenme de aquí... ¡Tengo miedo! ¡Tengo miedo!
Entonces Falena —que es muy buena a pesar de cierto atolondramiento que se le reconoce—  fue a avisar a las señoritas Luciérnagas, para que vinieran a iluminar el hoyo y pudiera Gazapito salir fácilmente. Estas señoritas Luciérnagas son bailarinas de oficio y están siempre dando representaciones nocturnas al aire libre, vestidas con coseletes de azabache y luciendo sus lindos ojos de luz celeste. Y como también son muy serviciales, vinieron en seguida e iluminaron el hoyo formando guirnaldas y ruedas y estrellas de cinco puntas, todo ello con esos ojos lindos de luz celeste que ya te dije que ellas tienen.

Le dio entonces a Gazapito una vergüenza enorme, ya que todas se iban a enterar de lo que le había pasado y que, tú sabes, eso que lo obligaba a ponerse de puntillas para no mojar la bata de piel blanca. Pues bien resulta que al ver con claridad lo que había en el hoyo, se dio cuenta Gazapito de que era aquello una poza, vivienda de misiá Rana Vieja, y de ahí sus protestas. Y que lo que creyera una torta no era otra cosa que la señora Luna Llena reflejada en el agua, y que esta agua en que se empinaba no era eso terrible que él creyó que le había pasado con el susto al caerse...

Ya con más bríos y sin ninguna vergüenza, Gazapito se dispuso a salir del hoyo, pero no alcanzaba a saltar hasta afuera. Entonces pasó una cosa maravillosa, que te sorprenderá: pues nada menos que las raíces de un gran Sauce Llorón que por allí asomaban, se fueron moviendo lentamente hasta tomarse de la mano unas con otras, formando una escalera, por donde ágil y retozón subió Gazapito.

Y resulta que al poner éste pie afuera, Falena se posó en su mejilla, con la intención tal vez de darle un beso, pero el caso fue que Gazapito sintió un cosquilleo en la nariz, dando un estornudo formidable:
— ¡Achís!
Y entonces despertó lleno de sobresalto —con la noche encima, y una gran estrella dorada mirándolo atentamente—, debajo de la col donde se había dormido. ¡Porque todo esto no había sido otra cosa que un sueño!

Fin
Hansel, Gretel y el Fantasma
Muñecos de Rose Art Studios

Parte 1
Todo comenzó unos 9 años después de la aventura original: Hansel y Gretel habían crecido, y como buenos hijos, ayudaban a su padre en las labores de la casa. Un día de primavera estaban ordenando la bodega cuando el padre de los adolescentes encontró un viejo cofrecito de hierro.
— ¡Vaya! —exclamó— ¿Qué tenemos aquí?
El hombre intentó abrir el cofre, pero sus intentos fueron infructuosos. Como no recordara poseer tal artilugio, llamó a sus hijos para dilucidar el misterio de la caja y su contenido.
— Hansel, Gretel... ¿De dónde ha venido este cofre?
— ¿Es una adivinanza? —preguntó Hansel.
— ¿O un nuevo cuento? —complementó Gretel.
— No, chicos —respondió su padre— Me refería a que si acaso tenéis alguna idea de cómo ha llegado a parar este pequeño cofre a nuestra bodega.
— ¡Aaaah! —exclamaron— Pues no —admitieron.
Desconcertado, el hombre agitó la pequeña caja junto a su oído, procurando no forzarla para no dañar su contenido, ya pudiera ser valioso.
— No suena nada —observó— ¿Será que está vacío?
— ¡Seguro contiene algo! —curioseó Hansel.
— ¿Quizá haya sido de mamá? —propuso Gretel.
Esas últimas palabras tocaron el corazón de todos, que le tomaron aprecio a la caja, hasta que Hansel dijo:
— Pero... ¿Y si hubiera sido de nuestra madrastra?
La idea no gustó a nadie y el cofre ya no era tan estimado, hasta que Gretel observó:
— O peor... ¡Podría haber sido de la bruja del bosque!
La nueva sugerencia puso a todos helados de espanto. Tanto así que al padre de los chicos se le resbaló el cofre, dejándolo caer.
— ¡Cuidado! —exclamaron Hansel y Gretel.
¡¡Slamdunk!!
Impactó pesadamente la caja.
— ¡Corran niños! —gritó el padre.
— ¡Guaaaa! —gritaron todos, huyendo hacia el bosque y con los brazos en alto.
La familia vigiló la bodega desde lejos durante varios minutos, pero como éstos pasaran y no se oyeran ruidos, supusieron que el cofre era inofensivo. Regresaron con cautela y comprobaron que todo seguía tan desordenado como cuando salieron.
— Parece que todo está bien, después de todo —dijo el padre, y ordenó— Hansel: lleva el cofre a casa del cerrajero para que lo abra y entonces conoceremos su contenido. Si acaso hay algo de valor en su interior decidiremos si vale la pena conservarlo o venderlo.
— ¿Yo? Pero... ¿Porqué yo? —preguntó Hansel, que siempre había sido muy servicial, pero consideraba que el asunto del cofre era algo fuera de lo habitual.
— Eres mayor que tu hermana —le dijo su papá.
— ¡Vale! Pero tú eres mayor que yo —observó Hansel, y agregó— Además, no hay evidencia que asegure que la caja no perteneció a la bruja espanta-niños.
— Ya, pero sólo esta mañana me pediste que no te tratara como niño, porque ya te sentías mayor...
El adolescente se llevó la mano a la cara.
— Yo llevaré el cofre al cerrajero —afirmó Gretel— que había llegado a conocer a la bruja "un poco más" que Hansel.
El padre de los chicos palideció.
— ¡No... tu eres mi niña, mi linda hija Gretel!
— Papá, los tiempos han cambiado: las chicas también podemos hacer el "trabajo sucio", y a esta edad ya no le temo a las brujas —reclamó Gretel.
— ¡Un momento! —refutó Hansel, que había ganado valor con la conversación— Lo lógico es que lo lleve yo: soy mayor que Gretel.
— De ninguna manera —argumentó Gretel— ¡Las chicas somos tan valientes como los chicos!
— Niños, niños... no es competencia —reafirmó su autoridad el papá— Yo soy vuestro padre y es mi deber protegerlos: me haré cargo del cofre.
— Está bien, papá —acataron los hijos.
— ¿Y porqué mejor no llevo yo misma mi cofre a casa del cerrajero? —propuso el fantasma de la bruja, que había seguido atentamente la conversación °-°
Un escalofrío recorrió las espaldas de nuestros protagonistas, quienes —calados de pavor hasta los huesos— reconocieron al espíritu de la bruja, parada detrás de ellos.
— ¡¡Guaaaaa!!
El griterío debió escucharse desde lejos, pues la familia corrió por sus vidas, buscando protección en la espesura del bosque.
— ¡Guajajajaja! —rió el fantasma de la bruja— Que bueno que os quedasteis con mis tesoros, porque habéis liberado mi espíritu de la prisión al dejar caer tan estrepitosamente ese cofre, que para que lo sepáis: era una puerta al inframundo. ¡Y vosotros acabáis de romper el sello! Y aunque ahora estoy debilitada pronto me recuperaré, y estaré penando en vuestra casa... ¡Guajajajaja!
Desde lejos, la familia respondió:
— ¡Esperpento, no te tememos! —le gritó Hansel, arribado a un árbol.
— ¡Bruja fea y sinvergüenza, recuerda quién te echó al horno! —le gritó Gretel, tras una roca.
— ¡Al cabo que nos íbamos a cambiar de casa! —le gritó el papá de los chicos, que en el repentino escape se había empapado en un charco de lodo.
El fantasma de la bruja sólo reía de las afrentas, imaginando una pronta venganza. La familia se reunió en el bosque:
— ¡Y ahora qué haremos, papá! —exclamó Gretel.
— ¡No podemos dejar que la bruja se apodere de la casa! —lamentó Hansel.
— ¡Tranquilos, niños! —les infundió valor el papá— Ya la haremos salir de una u otra forma.
La aparición salió de la bodega y empezó a rondar los alrededores de la casa, buscando una forma de incrementar su poder. La familia tomó, entonces, la decisión unánime de buscar apoyo en el pueblo más cercano —al otro lado del bosque—, y antes de que el espíritu del inframundo se recuperara por completo, partieron de camino; llevando una bolsa con emparedados y botellas de leche para el largo trayecto que les esperaba.


Parte 2
Era Julio de 1994 y el cometa Shoemaker-Levy 9 impactaba al planeta Júpiter, formando una serie de destellos anillados que perdurarían durante horas en la superficie de aquel mundo gaseoso. Los astrónomos estaban fascinados.

— ¡Guau! —exclamó Yar Ztnats— ¡Las composiciones creadas por la Sección de Diseño de Misiones del Laboratorio de Propulsión a Reacción de la NASA, usando cálculos orbitales de la Sección de Navegación, son sencillamente espectaculares!
— Es verdad, aunque esto del espacio está un poco fuera de nuestra "jurisdicción" —espetó Retep Namkcnev.
El Dr. Namkcnev, junto a su equipo de científicos, habían sido invitados de honor para presenciar el evento astronómico en las dependencias de la NASA.
— No deja de ser un fenómeno fascinante —analizó otro colega, el Dr. Noge Relgneps.
— Lo que aún no entiendo es porqué las credenciales que nos dieron están escritas al revés —observó el 4º integrante: el especialista Notsniw Eromeddez.
— Carl Sagan me dijo que fue error del diseñador gráfico —le explicó Noge.
Finalizado el evento y las tertulias, el grupo dejó las dependencias de la NASA para regresar a sus labores habituales, al interior de un enigmático edificio del casco antiguo de la ciudad de Nueva York. La secretaria, Eninaj, les tenía un nuevo trabajo:
— Mientras ustedes veían la Luna, un cliente llamó a la central.
— No era la Luna: era un Supercometa estrellándose en un Superplaneta.
— Lo que sea. El cliente pedía ayuda urgente debido a extraños incidentes en su fábrica de chocolates.
— ¡Iremos de inmediato! °-°
Los expertos se quitaron sus corbatas y cambiaron sus elegantes trajes por una sofisticada indumentaria de fumigación. Abordaron su vehículo para emergencias, y haciendo sonar la sirena, salieron disparados hacia la dirección proporcionada por la atractiva Eninaj. Llegados a la fábrica, comprobaron que estaba deshabitada, pues habían evacuado a todo el personal.
Los expertos activaron sus instrumentos:
— ¿Hay alguna señal? —preguntó Notsniw.
— Aparte de nuestra verde y nauseabunda mascota: tenemos actividad espectral tipo 10.
— Una fábrica de chocolates... ¡Menudo lugar para una actividad espectral tipo 10!
Un ruido a sus espaldas llamó la atención de Notsniw, quien con su "fumigador" disparó accidentalmente un rayo de energía hacia un contenedor de acero inoxidable: el contenido explotó en un achocolatado tsunami de dulzura que escurrió en dirección del grupo, manchando a los expertos. Un mapache se escabulló por un tubo que daba al exterior.
— ¡Lo siento, chicos! —se disculpó— Creo que hoy no es mi día.
Estaba por ser elogiado cuando inesperadamente se apareció en medio del grupo la actividad espectral tipo 10. Los expertos saltaron ante la impresión, pero inmediatamente activaron cada uno sus fumigadores, lanzando ingentes rayos de energía que fueron a parar a diferentes maquinarias de la fábrica, dejando literalmente "la crema".
La mascota del equipo aprovechó de ingerir la mayor cantidad de chocolate posible. No obstante —antes de que la fábrica quedara inutilizable— el Dr. Namkcnev lanzó una caja conectada a un largo cable, debajo de la actividad espectral, que yacía apresada entre los rayos. Presionó un botón rojo que terminó activando la trampa: finalmente el fantasma estaba atrapado en el contenedor.
— ¡Bien hecho, Noge!
— Otro trabajo bien terminado para los "Samsatnafazac".
— Déjalo ya, Egon: olvida las credenciales.
— Lo siento... Otro trabajo bien terminado para los Cazafantasmas.
— ¡¡Siiii!! —exclamaron todos.
Los Auténticos Cazafantasmas volvían a usar sus nombres.
Inesperadamente la trampa que contenía al recién atrapado fantasma comenzó a agitarse con fuerza, hasta que logró soltarse de la mano de Egon Spengler, liberando al espectro tipo 10.
— ¡Recórcholis, muchachos! —exclamó Peter Venckman— ¡Es más fuerte de lo que suponemos: cuidado con él!
— ¡No puede ser! —gritó Ray Stantz.
— ¡Maldición! —profirió Winston Zeddemore.
El fantasma les enfrentó:
— ¡Un momento, Cazafantasmas! —les dijo— He venido en son de paz.
— ¿Acaso hablas? ¿Pretendes aparentar ser amable?
— Si y no —dijo el fantasma— Verán: estoy aquí con una misión.
— Claro, todos dicen lo mismo. ¡No te creemos!
Egon Interrumpió:
— Un momento, Peter, el indicador muestra energía benigna; es como un detector de mentiras que está diciéndonos que la actividad espectral tipo 10 nos está diciendo la verdad. Me parece que deberíamos escucharlo.
— Está bien —Peter se dirigió al espectro— ¡Pero sólo porque lo pide Egon! Dinos... ¿Qué misión es esa? Y te advierto que si tramas algo te aniquilaremos con nuestros rayos de protones.
El espíritu se apresuró a contestar, después de todo, la fama de los Cazafantasmas había trascendido las barreras del tiempo y el espacio.
— Veran señores —comenzó a explicar amablemente la aparición— Yo soy el "espíritu de la Navidad futura"... de hecho, ya nos conocemos: ustedes me atraparon una vez y luego me liberaron, y esta es la segunda vez que lo hacen.
— ¡Ah, ya veo, eras tú! Perdónanos: no nos acordábamos... puedes irte cuando quieras. —le respondió Peter, recordando que hablaba con un espectro de los buenos.
— Gracias. Me alegra que me recuerden. Aún así no puedo irme sin antes explicarles que me han enviado por ustedes.
— ¿Por nosotros? ¿Quién?
— Verán señores: ¿Alguna vez han oído hablar de Hansel y Gretel?
— Si, claro... es un cuento clásico. A todos nos han contado la historia cuando niños. —dijo Peter.
— De hecho, leí el cuento la semana pasada en CuentosClasicos.org —reconoció Ray.
El fantasma de la Navidad futura asintió sonriendo, y prosiguió:
— Bien. Lo que ocurre es que ese cuento está basado en una historia de la vida real.
— ¿Quieres decir que Hansel y Gretel de verdad existieron?
— Así es, pero la leyenda que todos conocemos ha sufrido un vuelco: la bruja ha regresado en forma de espíritu y está recuperando su poder. Ya se hizo con el control de la casa de los niños, y el padre de éstos ha pedido ayuda al Alcalde del pueblo para expulsar a la "ocupa", pero como se trata de un caso paranormal el Municipio les envió a consultar al mago Merlín, pero el hechicero ya tenía demasiado trabajo luchando con Morgana, así que le "tiró la pelota" a Santa Claus y éste último me contactó para saber cómo lidiar con el problema... y claro: me acordé de ustedes.
— ¡Vaya Odisea! —exclamó Peter Venckman— Pero estás hablando de algo que sucedió hace mucho... ¿Cómo se supone que podamos ayudar?
— No hay problema: recuerden que soy el fantasma de la Navidad futura y tengo el poder de viajar en el tiempo. Puedo regresar al pasado y llevarles conmigo.
Los Auténticos cazafantasmas se reunieron en círculo para resolver:
— ¡Bien, muchachos! Este caso sí es un trabajo a nuestra medida profesional.
— ¡Viajar por el tiempo suena cool!
— Estoy de acuerdo, además Hansel y Gretel son de los buenos.
— Merecen todo nuestro apoyo.
— También sería bueno para el currículum.
— ¡Está decidido!
Peter Venckman se dirigió al fantasma de la Navidad futura:
— ¡Aceptamos el encargo!
— Muy bien —dijo la aparición— entonces les trasladaré al siglo XV.
— ¡Un momento, fantasma! Antes de que partamos debes saber que podríamos necesitar de todos nuestros recursos...
En tanto esa conversación se daba en la Nueva York de 1994, en el siglo XV los niños y su padre habían llegado al pueblo a pedir auxilio al Alcalde, quien les envió a una choza en el bosque encantado para consultar con el mago Merlín, y éste —que padecía exceso de trabajo— usó una bola de cristal para comunicarse con Papá Noel (en el Polo Norte), quien a su vez invocó al espíritu de la Navidad futura pidiéndole consejo, y claro: éste se acordó que en el futuro existían los Cazafantasmas, dedicados al negocio de atrapar y almacenar fantasmas.


Parte Final
El espítiru de la bruja se había hecho tan poderoso que además de la bodega y la casa, toda la parcela y parte del bosque estaban bajo su influjo de poder. El Ecto-1 arribó al pequeño pueblo del siglo XV a través de un "vortex" inter-temporal.
— ¡Uuu uuu uuu! —Sonaba la sirena del carro.
Las gentes del pueblo huían despavoridas ya que nunca antes habían visto un automóvil, que era —por lo demás— ruidoso.
— ¡Con vuestro permiso, amables pobladores! —exclamaba Peter Venckman a través de la ventana— ¡Estamos en misión especial!
— ¡Santos protones! Juraría que estuvimos a punto de chocar con un DeLorean volador que viajaba en sentido contrario por ese vortex —aseguró el Dr. Spengler.
— ¡Naaaah! —respondieron al unísono sus compañeros.
El Ecto-1 esquivó hábilmente una carreta llena de heno, en su loco recorrido hacia el bosque por el que vivían Hansel y Gretel. Temerosas, curiosas y fascinadas, las gentes del pueblo les siguieron, pues el mago Merlín les había avisado que hechiceros poderosos, de tierras lejanas, llegarían al pueblo aquella tarde.
Atraídos por el escándalo de la bruja, otra muchedumbre se había aglomerado alrededor de la parcela cuando el Ecto-1 llegó a escena. La sirena se detuvo y Los Auténticos Cazafantasmas descendieron del vehículo, seguidos del fantasma de la Navidad futura, el mago Merlín, Santa Claus, Hansel, Gretel, el padre de dichos adolescentes... y Pegajoso.
— ¡Ningún hechicero me detendrá! —gritó el poderoso espíritu de la bruja, lanzando un rayo hacia los recién llegados. Merlín lo detuvo en el acto.
— ¡No soy yo de quien debas cuidarte, bruja! —le respondió el mago.
— Okey, chicos... ¡Es hora de mostrarle al siglo XV lo que puede hacer el buen Rock & Roll de los '80s! —exclamó Peter Venkman.
— Pero si acabamos de llegar de los '90s —observó Winston Zeddemore.
— ¿Y eso qué? ¡Lo clásico nunca pasa de moda!
Pegajoso extrajo un enorme Stereo que había llevado oculto en su ecto-estómago y apretó un botón. El tema musical de los Cazafantasmas comenzó a tocar en el preciso momento en que los rayos de protones se alzaron al cielo, colisionando con el campo de fuerza que mantenía el espíritu de la bruja. Las explosiones de energía contrapuestas fueron espectaculares. Los habitantes del siglo XV desconcertados ante la tecnología ochentosa gritaban entusiasmados...

— ¡¡Pero qué clase de magia tan poderosa es ésta!! —gemía la bruja.
— No es magia: es energía de punto espectral de protones "alfa" conducida por un campo magnético de positrones ionizados de frecuencia elevada —respondió Egon Spengler.
— ¡Atrapemos a esa bruja espanta-niños! —propueso Ray.
— ¡A por ella, chicos! —exclamó Winston.
— Hansel y Gretel... ¡Es ahora o nunca! —gritó Peter Venckman.
Aprovechando un agujero en el campo de fuerza mágica, Hansel lanzó la trampa caza-espectros hacia el centro del recinto. Un largo cable conectaba el artefacto con un botón rojo a los píes de Gretel, quien de un pisotón accionó la trampa, proyectando un haz de luz amarilla hacia el cielo. La caja comenzó a tragarse al espíritu de la bruja, quién se resistía a ser absorbida.
—¡No puede ser! ¿¿Quién demonios son uste... aaaargh... Gretel: tú otra vez, noooo!! —fue el último grito desesperado de la malvada, antes de desaparecer por completo al interior de la caja, que se cerró automáticamente... echando humito.
♪ ♫
Un grito multitudinario y jubiloso, además de un aplauso interminable y vigoroso, recorrió las filas de curiosos. Los habitantes del pueblo estaban encantados de haber presenciado una batalla épica entre "hechiceros" y como nunca antes se había contado en los cuentos de hadas.
Esa noche todos los presentes celebraron una gran fiesta junto a la casita del bosque, a la que también fueron invitados los Ewoks.

Fin
Los 3 Cerditos y la Lámpara Maravillosa
Ethan J. Connery

Será cierto lo que se cuenta, que este cuento ni pretende ni aparenta, pero a mí me lo narraron de forma que se entienda, que aunque ni rima ni resalta: es la verdad científica exacta. La historia es sobre tres cerditos que vivían en el campo. Todos hermanables y unidos. Mutuamente apoyaban sus labores camperas. Su casita siempre limpia y ordenada los enorgullecía completamente y debiera. Pues muy bien complementaban.

Un puerquito era inventor y construía lo que necesitaban; desde zapatitos para pezuñas hasta camisas llevaban. Otro cochinito era cocinero y por tanto, cocinaba; esas cosas ricas que a todos gustaban. Y por último, un cerdito escritor, quién redactaba; de inventos y recetas, pero de vez en cuando, algún cuento en su momento de poeta.

Y así durante años crecieron a la par, hasta que ya grandes decidieron marchar. Tiraron una moneda, y como no saliera cara, cada cual tendría su propia morada. Un día simplemente partieron: fila india por el bosque a construir sus casitas, porque así lo quisieron.

Pero —y aquí es donde la rima se acaba— los senderos del bosque se enrevesaban, y sucedió que en un momento de la travesía tomaron —sin quererlo— diferentes caminos, llegando cada uno a lugares muy distantes. Para cuando se dieron cuenta, se encontraban solos, aislados y con hambre: se habían perdido.

De esta suerte, Puerquito inventor llegó a una campiña; con muchas frutas, verduras y setas. Todas muy grandes que crecían en el área. Pero como no era cocinero, no pudo hacer más rica cena que lo dejara dormir y soñar feliz y contento. Por su parte, cochinito cocinero llegó a una montaña; llena de árboles, piedras y lianas. Muy útil y convenientemente estaban dispuestas. Pero como no era inventor, no pudo hacer una choza que le protegiera del frío para dormir y soñar feliz y contento.

Pasó —entonces— que el cerdito escritor llegó a un paraje muy diferente. Más allá del bosque, la campiña y la montaña. Una hermosa playa se extendía, sinuosa y sugerente, limitando al mar con sus arenas doradas. El océano brillante y azulado se perdía en la distancia. Poco le importaba a este cerdito la comida o el techo; así que llegada la noche se echó a dormir bajo una inspiradora morada.

Al día siguiente el sol brilló nuevamente en lo alto cuando el cerdito escritor despertó en la arena. Una duna tibia lo cubría, pero él bien lo sabía: su viaje apenas comenzaba. Un largo trayecto le esperaba para encontrar a sus hermanos perdidos. Estaba con ese pensamiento en mente, cuando una gran ola se acercó justo a donde reposaba.

¡¡Fussssh!!

Rompió la ola en la playa. Sorprendido el cerdito alcanzó a saltar hacia atrás, antes de que el agua lo empapara, y para cuando el maretazo se retiró, en la arena quedó depositada una lámpara de aceite... como esas doradas y curvas que venden en los mercados de Oriente.
— ¡Una lámpara maravillosa! —exclamó— ¡Como en los cuentos de Aladino!
El cerdito tomó el tesoro entre sus pezuñas, apreciando su agraciada y exótica forma ondulante: se sentía con suerte.
— ¡Que elegante diseño: ha sido bien elaborada. Sin duda sorprenderé a mis hermanos cuando los encuentre!
De pronto se le ocurrió que de verdad sería mágica, así que la frotó esperando que un genio apareciera. Aunque mucho intentó no pasó nada. Así que cansado se echó nuevamente en la arena a tomar otra siesta, porque sí: era dormilón. Ya había empezado a roncar otra vez, cuando una palmadita en la cara lo despertó.
— ¡Pssst! Amigo... ¡Despierta! —dijo una vocecita chillona.
Cerdito escritor se levantó sobre su colita resortera. Frente a él un genio de Oriente flotaba en el aire, como omnipresente. Pero a diferencia de los genios comunes, que son muy grandes, éste era chiquito... incluso más pequeño que el cerdito.
— ¿Quién eres tú? —preguntó, despistado.
— ¿Cómo quién? ¡Soy el mago de la lámpara! ¿No me acabas de llamar?
— ¡Oh, ya veo! —respondió asombrado el cerdito— Pero harto rato pasó, y como no aparecieras en tiempo prudente, supuse que la lámpara era de aceite, común y corriente.
— Es verdad —reconoció el mago— Es que yo también estaba durmiendo dentro de la lámpara y me costó despertar.
— ¿Tenías mucho sueño?
— No sabría decirte: llevo cincuenta años durmiendo allí, así que estoy un poco fuera de práctica —se disculpó el geniecillo.
Que la respuesta causó gracia al cerdito, no hay duda, pues preguntó entusiasmado:
— ¿Y me concederás un deseo?
— En realidad tres puedo concederte —le explicó el mago— Pero antes presentémonos, ya que no he conversado con nadie en mucho tiempo, y el trato es más educado si nos dirigimos por nuestros nombres verdaderos.
— Me llamo "Cerdito". ¡Mucho gusto, Sr. genio!
— Eso me vale. ¡Un placer conocerte, Cerdito! Mi nombre es "Genio".
Ambos se dieron la mano (o más bien: la pezuña y el humo), e inmediatamente se voltearon a mirar hacia afuera de este cuento... hacia la cara del lector que los iba imaginando... lo miraron con sus ojos saltones: harto rato y directo a la cara °-° como si supieran que el lector sabía que de ellos y de él mismo se trataba. Luego los personajes volvieron a lo suyo.

Cerdito explicó a Genio que si bien su nombre era Cerdito, sus hermanos se llamaban correspondientemente "Puerquito" y "Cochinito", y de esa forma todos eran perfectos marranos. Ni uno más ni menos gorrino que el otro. El mago escuchó atentamente esta descripción y su posterior relato, así se enteró de sus motivaciones viajeras y de porqué el chanchito estaba tan solitario en esa playa desierta.
— ¿Qué me sugerirías en mi situación? —Preguntó el cerdito escritor, que deseaba reencontrarse con sus hermanos.
— Mi sugerencia es que nunca le pidas una sugerencia a un genio, o perderás un deseo en forma de sugerencia... por lo demás: te quedan sólo dos deseos.
A Cerdito le sorprendió la respuesta, y atinó que debía pensar bien lo que decía de ahora en adelante, así que se puso a pensar. Y así pensó y pensó... largo rato pensó, hasta que finalmente dijo:
— Okey.
El mago puso cara de espanto.
— ¡Acabas de perder tu segundo deseo! —le reprochó.
— ¡Espera, espera! —reclamó Cerdito— ¡Eso es injusto: si sólo dije "okey"!
— Sí —respondió el genio, agachando la cabeza como quién no quiere la cosa— Pero eso significa que estás conforme con tu segundo deseo... ¡Así que sólo te queda uno!
Estaba por ponerse rojo, Cerdito, cuando notó que el genio lo miraba de reojo:
— ¡Era broma, era broma! —rió el pícaro geniecillo.
Era evidente que el mago de la lámpara tenía un sentido del humor poco común para los de su especie; por lo corriente más formales y matemáticos en sus tratos.
— ¡¡Ufff!! —suspiró aliviado el cerdito, y replicó— ¡No hagas eso de nuevo!
Genio se llevó la mano a la cara.
— ¡Noooooo! ¡Ahora si que perdiste tu segundo deseo! —exclamó afligido— ¡Y ésta vez no puedo hacer nada para remediarlo! Lo que sí, puedes estar seguro que no volveré a hacer eso de nuevo.
Contento no estaba Cerdito, pues se dio cuenta que al pedirle eso había perdido su segundo deseo. Se dio una palmadita en la cara por ingenuo.
— ¡Pero si no estaba deseándolo! —reclamó de nuevo.
— ¿Entonces no deseas que bromee en cuanto a la cantidad de tus deseos?
— ¡Mejor hablemos de otra cosa o perderé mi último deseo! —exclamó Cerdito.
— "Otra cosa" —dijo el genio que fue desvaneciéndose en el aire junto con la lámpara, al tiempo que se despedía, sonriendo— ¡Ha sido un placer hacer tratos contigo!
Cerdito escritor no lo podía creer: había perdido su último deseo, y lo peor de todo es que seguía perdido, al igual que sus hermanos.
— ¡Oye, autor! —gritó enojado Cerdito hacia el cielo— ¿Qué clase de cuento tan ridículo es éste? ¡¡Acabas de quitarme tres deseos que bien me los había ganado!!
 El Autor de esta historia quedó pasmado: su personaje le estaba reprochando sin su consentimiento.
— ¡Ya déjate de juegos semánticos y escribe algo cuerdo! ¿Cómo se supone que terminará este cuento? —reclamó de nuevo Cerdito a su autor— ¡Te exijo que te hagas presente!
Porque no podía ser de otra manera, el autor se dio cuenta de que estaba jugando con su personaje. Así que el escritor humano se puso más serio y luego de pensarlo detenidamente, decidió abrir un Vórtex hacia el reino de los cuentos perdidos, donde naturalmente vive Cerdito y su cuento. Bien merecía el personaje una explicación coherente, por lo que este autor se fue a disculpar.
*

Un Vórtex —también llamado "vórtice" o "portal"— es un remolino de magia por el que uno puede pasar (como a través de un túnel o espejo) hacia El Reino de los Cuentos Perdidos: un universo paralelo donde el tiempo no existe y la imaginación no tiene fronteras. Ahí habitan nuestros personajes más queridos. Las personas que conservan y cultivan a su "niño interior" —sin importar su edad— tienen el poder de abrir aquel pasaje extraordinario, ya que todos hemos estado ahí alguna vez... en nuestros propios sueños. Más adelante les redactaré un manual detallado sobre cómo abrir un Vórtex desde el planeta Tierra ☺ — El autor.

*
Conoció a su autor —pues— nuestro protagonista, pues el hombre atravesó el Vórtex desde la Tierra de los humanos al universo de la fantasía, llegando justo a la playa donde se encontraba Cerdito, que ya sabemos: también era escritor.
— ¡Hola Cerdito! —saludó amablemente, Ethan J. Connery, que acababa de convertirse en personaje de su propio cuento.
— ¡Que tal! —correspondió el cerdito, curioso— ¿Tú eres mi creador?
— En este cuento, sí —respondió Ethan— De verdad, lamento haber desperdiciado tus deseos... ¿Me perdonarás?
— ¡Claro! Tú me creaste y es lo menos que podría hacer yo. Pero a falta de ese mago tramposo que me enviaste, requiero de tu ayuda.
— No hay problema, Cerdito. Aunque no puedo intervenir directamente en este mundo, sí puedo imaginar lo que te hace falta para que completes cabalmente tu aventura.
— Entiendo —asintió el cerdito... ¡Dame esos cinco!
Y personaje y autor chocaron las palmas. En ese momento una segunda gran ola se estrelló en la playa, dejando a los píes de nuestros personajes una nueva lámpara maravillosa:
— ¿Otra vez? ¡Creí que harías algo diferente!
— Pues, ¿qué habrías hecho tú, Cerdito?
— No sé... quizás me hubieras enviado un globo aerostático para volar por encima de la playa, de la montaña y la campiña, de manera de buscar a mis hermanitos desde arriba.
— ¡Es una buena idea! Se nota que eres un colega escritor —observó Ethan— Eres muy imaginativo. Me pregunto a donde van a parar los cuentos que tú mismo imaginas.
— Algún día te contaré ese secreto —contestó Cerdito escritor, guiñando un ojo.
Ethan J. Connery hizo una reverencia a Cerdito antes de desaparecer, de regreso por el Vórtex hacia la Tierra de los humanos. El portal se cerró en el aire, y Cerdito quedó solo otra vez. Tomó entre sus pezuñas la nueva lámpara mágica y la frotó con su brazo, pero en lugar de salir un genio de la boquilla, comenzó a salir un globo rojo que se fue inflando hasta alcanzar el tamaño de una casa. Del globo colgaba un canasto lo suficientemente grande como para contener a varios cerditos a la vez. Cerdito no lo dudó un instante y saltó dentro de la canasta, llevándose su lámpara maravillosa: el globo comenzó a elevarse.
— ¡Estupendo! —se regocijó, y de algún lado sacó un telescopio para mirar hacia abajo.
Su ánimo bien alto estaba ahora, y así llegó hasta la montaña, donde encontró a su hermano "Cochinito" —el cocinero— que de tanto explorar el área había aprendido a inventar cosas. Se alegraron los chanchitos de encontrarse de nuevo, y entre los dos siguieron su camino aéreo hacia la campiña, donde encontraron a su otro hermanito, "Puerquito" —el inventor— que de tanto recorrer las hortalizas había aprendido a cocinar ricos platos que saborearon entre todos.

Creador y protagonistas quedaron contentos, pues los tres cerditos regresaron en globo aerostático a su casita en el campo. Pero al poco tiempo les volvió a parecer chiquita. Así que tiraron una moneda, y como no saliera cara, cada cual tendría su propia morada, decidieron... Pero un lobo que vagaba en el bosque se enteró de sus planes, y ahí comienza la clásica historia de los tres cochinitos y el lobo feroz ☺

Fin
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