Pepito y la Fiesta de Don León
Rita María Albrecht

Ilustración sin firma de autor desconocido


Don León se veía grandioso. Tenía una melena larga y voluminosa que envolvía su cabeza como una nube dorada. Sus ojos eran de un color ámbar y tenía una expresión muy amable e inteligente.
— Buenas noches, don León —dijeron Lola y Lulé (que eran dos foquitas, amigas de Pepito).
— Buenas noches —tartamudeó Pepito intimidado.
Don León era verdaderamente una personalidad impresionante y Pepito se sintió súbitamente muy nervioso.
— Buenas noches —respondió don León con voz amable— ¿Cómo estás, Lulú? ¿Y tú, Lola?
— Muy bien, gracias, don León —respondió Lola cortésmente después de haber ejecutado una reverencia profunda y muy elegante— Gracias, estamos bien.
— Se les trata bien, espero.
— No tenemos razones para quejarnos, don León. Es verdad que es un poco molesto tener la boca llena de agua todo el día. Pero de una manera u otra una tiene que ganarse la vida, y en fin, estamos trabajando en uno de los rincones más lindos de Santiago.
— Veo que me han traído a alguien de visita. ¿No es Pepito?
— Sí, don León. Buenas noches.
— Te conozco hace ya muchos años, Pepito —dijo, todavía sonriendo— Vives en la avenida El Cerro, frente al teleférico, ¿verdad?
— Sí, don León. El teleférico es muy lindo.
— ¿Y te gusta nuestra fiesta?
— ¡Ay, la encuentro fantástica! —gritó Pepito entusiasmado— Nunca lo hubiera esperado: una fiesta en el Parque Forestal, a medianoche.
— Bueno, bueno —dijo don León, satisfecho— Espero que continúes gozando. Seguramente vamos a vernos de nuevo antes de que se vayan.
— Gracias, don León —dijo Lulú— Con mucho gusto.
Pero antes de poder bajar las escaleras, oyeron un grito lleno de rabia y se quedaron parados de horror. La orquesta interrumpió abruptamente su función. Todo el mundo estaba empujando y tratando de ver qué sucedía.
— Caramba —gritó Lulú— Es el vendedor de pan.
— ¡Socorro! —gritó en voz alta— ¡Socorro: me han robado todos mis panes! Don León, por favor ayúdeme. ¡Me han robado mis panes! Toda la canasta. ¡Ay, ay! ¿Qué voy a hacer? ¿Qué mundo es este que roba a un hombre viejo?
Sollozando buscaba su pañuelo y se sonó con mucho ruido.
— Siéntate y cálmate primero —le tranquilizó don León— En seguida enviaré a que busquen al ladrón.
No necesitó mucho tiempo para encontrar al culpable. Después de dos minutos se oyeron lamentos y voces excitadas que se acercaban. El barrendero que antes estaba parado detrás de Pepito empujó por entre la muchedumbre. En su mano derecha en alto portaba "algo" chiquitito, blanco, que trataba de liberarse.
— ¡Ladrón desalmado! —gritó el vendedor de pan— ¡Monstruo! Me tienes que pagar eso. Robar a un hombre viejo...
— Póngalo en el suelo —ordenó don León.
— Se arrancará —advirtió el barrendero— Es un verdadero diablo. No quería devolverme los panes: rasguñó, mordió y gruñó.
— Póngalo en el suelo —ordenó don León de nuevo. No huirá.
El barrendero puso al ladrón a los pies de don León.
— ¡Pero si es un perro! —gritó Pepito, sorprendido.
— Un cachorrito —dijo don León, compasivo— ¿Alguno de ustedes lo conoce?
Se dirigió luego a la muchedumbre.
— Hace cuatro o cinco días lo vi por primera vez —dijo uno de los vendedores de helado— Aquí en el Parque.
— ¡Está perdido, el pobre chiquitín! —gritó la vieja señora— Seguramente ha tenido hambre el pobrecito.
— ¡Es un ladrón sinvergüenza, nada más! —gritó airadamente el vendedor de pan— Insisto en que se lo entregue a la policía.
— Pero no se puede entregar a la policía un chiquitín tan simpático, ¡bárbaro! —protesto la señora vieja.
— Ay —jadeó el vendedor de pan— No lo puedo, ah. ¿Y qué hay de mis panes? ¿Ud. los va a pagar?
— Pagar, pagar, pagar, ¿No tiene otra cosa en la cabeza? ¿Cómo puedo yo pagar sus panes si no tengo dinero?
— Bueno, yo tampoco lo tengo —respondió el vendedor de pan.
Don León intervino para calmar las emociones:
— Si él está perdido —dijo— No nos queda más que encontrar a su familia. Estoy seguro que te pagarán tus tres panes.
— No tiene familia, don León —dijo el barrendero— Le han abandonado.
— ¡Ven! —llamó Pepito al cachorro— Ven, por favor y no tengas miedo. No permitiré que te hagan daño.
— Yo quiero mi dinero —insistió el vendedor de pan.
Lentamente el perrito levantó la cabeza y olfateó la mano de Pepito.
— No oigas al vendedor de pan, yo te protegeré —le consoló Pepito.
El perrito le miró atentamente por entre sus rizos desgreñados, y de súbito, se levantó y se sentó en su falda, lamiendo su mejilla con su lengüita rosada.
— Insisto en que se le entregue a la policía —regañó el vendedor de pan nuevamente— ¿Es que basta con ser atractivo para hacer todo lo que uno quiere?
— Pero se estaba muriendo de hambre, don León —imploró Pepito— Además es tan chiquitito. No sabe lo que es bueno y lo que es malo. Aquí en el Parque seguramente va a morirse de hambre, todavía es demasiado chico para defenderse de los perros más grandes, que también buscan comida.
Olvidando su timidez, rogó Pepito:
— Don León, yo puedo llevarlo a mi casa. Y si el vendedor de pan tiene un poco de paciencia le pagaré los tres panes, de mi mesada.
— ¿Tus padres no se opondrán cuando llegues con un perro a la casa? —Preguntó don León.
— ¡No! Estoy seguro que no —dijo Pepito, y observando la incredulidad de don León, añadió rápidamente— Cuando oigan lo que pasó, van a aceptarlo. Por favor, no permita que lo entreguen a la policía. Ya ha tenido tan mala suerte y es todavía tan joven. Por favor, don León.
— Desgraciadamente no puedo ayudarte mucho. Es el vendedor de pan quien tiene que tomar la decisión.
— Pero puede rogarle, don León —solicitó Pepito.
— ¿Porqué no se lo pides tú, directamente a él?
— Necesito el dinero para vivir —rezongó el vendedor de pan— Nosotros los pobres no podemos permitirnos caridad.
— Pero uno puede mantener su buen corazón —dijo don León— Además lo has oído: Pepito te pagará los panes. Tienes que tener solamente un poco de paciencia.
El vendedor gruñó algo que no parecía ni sí, ni no.
— Don León —intervino el barrendero— ¿Porqué no hacemos una colecta? Tres panes no cuestan una fortuna. Estoy seguro de que podremos reunir la suma.
Y así fue. Don León entregó al vendedor de pan la suma reunida y acarició al perrito blanco que se encontraba acurrucado en los brazos de Pepito.
— ¿Cómo vas a llamarlo? —preguntó don León.
Pepito miró a su nuevo amigo.
— Mmm —dijo luego— Creo que se llama "Toqui".
#
De pronto Pepito abrió sus ojos, y oyó todavía muy, muy lejos la música. Frente a su camita se encontraba su mamá y el doctor Bermúdez:
— Estaba donde don León, mamá —murmuró Pepito todavía medio dormido— ¿Sabías, mamá, que Lola y Lulú pueden hablar?
La mamá de Pepito miró angustiada al doctor Bermúdez. Sin embargo, éste, para tranquilizarla, movió la cabeza en signo negativo. Pero de repente se oyeron gruñidos, ladridos, rasguños en la puerta y entró algo blanco chiquitito, entró como torbellino a la habitación y se abalanzó sobre la cama. Lamió impetuosamente la cara, el cuello y los brazos de Pepito.
— ¡Ay, Toqui! —gritó Pepito, feliz— ¡Aquí estás! ¡Siéntate, Toqui! ¡No! ¡No! ¡No! ¡Déjalo. Me hace cosquillas. Déjalo! ¿No es lindo, mamá? —Preguntó Pepito— Lo he encontrado en la fiesta de don León. El vendedor de pan quería entregarlo a la policía. Puede quedarse con nosotros, ¿verdad, mamá? ¡Por favor, di que sí, mamita!
— ¿De dónde viene? —preguntó el doctor Bermúdez— Nunca lo he visto antes aquí.
— Esta mañana lo encontramos en el jardín, delante de la ventana de Pepito. Se quedó todo el tiempo sin moverse —respondió la mamá de Pepito.
— Bueno —dijo el doctor Bermúdez, quien observó pensativamente a los dos en la cama— Parece que se conocen muy bien.
— Sí, pero yo no lo comprendo —dijo la mamá de Pepito un poco preocupada— ¿Cómo lo encuentra Ud., doctor? ¿Está un poco mejor?
— ¿Un poco? —Exclamó el doctor, sonriente— ¡Véalo! En pocos días estará completamente repuesto.
Fin

Aclaración
2ª Parte de un relato Chileno-Alemán (la 1ª Parte está perdida).
El fondo de la ilustración fue cambiado por hallarse borroso °-°
Palitroche

Una mañana, Tommy y Annika entraron en la cocina de Pippi y le dieron los buenos días, pero ella no les contestó. Estaba sentada sobre la mesa con el Señor Nelson en el hombro. Sonreía con una expresión feliz en la cara pecosa.
— Buenos días —dijeron de nuevo Tommy y Annika.
— Estoy pensando en lo que acabo de descubrir —murmuró Pippi con voz soñadora.
— ¿Qué has descubierto? —preguntaron sus amiguitos.
A ellos no les sorprendía que Pippi hubiera descubierto algo; lo único que querían saber era de qué se trataba.
— ¿Qué es lo que has descubierto, Pippi? —preguntaron con ansiedad.
— Una palabra nueva —contestó Pippi, y se los quedó mirando como si acabara de verlos en aquel mismo momento— ¡Una palabra estupenda!
— ¿Qué clase de palabra? —preguntó Tommy.
— Una palabra maravillosa. Una de las mejores que he oído en mi vida.
— ¡Dínosla!
— “Palitroche" —dijo Pippi.
— ¡“Palitroche"! —repitió Tommy— ¿Qué quiere decir?
— ¡Ojalá lo supiera! Lo único que sé es que no quiere decir aspiradora.
Tommy y Annika se quedaron pensativos. Finalmente, Annika dijo:
— Pero si no sabes lo que quiere decir, no te sirve de nada.
— Eso es lo que me preocupa —dijo Pippi.
— ¿Quién decidió el significado de las palabras?
— Probablemente se reunieron unos cuantos viejos profesores —explicó Pippi— e inventaron palabras tales como: “tina", “mordaza", “ristra", y cosas así. Sin embargo, nadie se preocupó de descubrir una palabra tan bonita como “palitroche". ¡Qué suerte que yo haya dado con ella! ¡Apuesto a que descubriré lo que significa!
Pippi se puso a meditar con la mano debajo de la barbilla y los ojos cerrados.
— ¡“Palitroche"! Me gustaría saber si se podría llamar así a la punta del palo azul de una bandera.
— Los palos de las banderas no son azules —corrigió Annika.
— Tienes razón. Entonces no sé lo que quiere decir. Quizá se le pueda llamar así al ruido que haces con los zapatos cuando andas por el barro. A ver cómo suena:
“Cuando Annika anda por el barro puede oírse un maravilloso palitroche."
No. No suena bien. 
“Puede oírse un maravilloso chipichap."
¡Eso sí que suena bien!
Y rascándose la cabeza, Pippi añadió:
— Esto se está poniendo difícil. ¡Pero lo he de averiguar! Quizá sea algo que pueda comprarse en las tiendas. ¡Vamos a preguntarlo!
A Tommy y a Annika les pareció muy bien, y Pippi fue a buscar su monedero, lleno de monedas de oro.
— “Palitroche" suena como si fuera una cosa bastante cara. Será mejor que vaya a buscar más dinero.
Cuando tuvo el bolso bien repleto de monedas, Pippi levantó el caballo y lo sacó del porche. El Señor Nelson saltó sobre su hombro.
— ¡Aprisa! Si no nos apresuramos, puede ser que se hayan terminado todos los “palitroches" cuando lleguemos. No me sorprendería que el alcalde hubiese comprado el último que quedaba.
Cuando los chiquillos de la pequeña ciudad oyeron galopar al caballo de Pippi, corrieron felices a su encuentro, porque todos la querían mucho.
— ¿Adonde vas, Pippi? —le preguntaban a gritos.
— Quisiera comprar un “palitroche" —dijo Pippi— Pero que sea bueno y crujiente.
— ¿“Palitroche"? —repitió una linda señorita que estaba detrás del mostrador— Creo que no tenemos.
— Pues deberían tenerlos. En todas las tiendas bien surtidas los despachan.
— Sí, pero los hemos agotado —dijo la señorita, que nunca había oído hablar de “palitroches", pero que no quería admitir que su tienda no estuviera tan bien surtida como las otras.
— ¡Ah! Pero ¿han tenido “palitroches"? —exclamó Pippi ansiosamente— Dígame cómo son. ¿Tienen rayas rojas?
La señorita se ruborizó y dijo:
— No. De todos modos, ahora no tenemos ninguno...
— Entonces tengo que seguir buscando. No puedo volver a casa sin un “palitroche".
La próxima tienda era una ferretería. El vendedor los saludó cortésmente.
— Quisiera comprar un “palitroche" —le dijo Pippi— Pero que sea de la mejor clase. De los que se usan para matar leones.
El vendedor los miró con desconfianza.
— Vamos a ver —dijo rascándose detrás de la oreja— Vamos a ver —Y sacó del cajón un pequeño rastrillo que entregó a Pippi.
— Esto es un rastrillo —exclamó, en el colmo de la indignación— Yo quiero un “palitroche". ¡No intente engañar a una inocente niña!
— Desgraciadamente, no tenemos lo que necesitas —dijo el vendedor riéndose— Pregunta en la tienda de la esquina, que venden baratijas.
— ¡Baratijas! —murmuró Pippi con desdén cuando salieron a la calle— Supongo que tampoco tendrán. Quizás, al fin y al cabo, sea una enfermedad. Vamos a preguntar al médico.
Annika sabía dónde vivía, porque hacía unos días había ido a vacunarse. Pippi llamó al timbre, y una enfermera abrió la puerta.
— Quiero ver al doctor —dijo Pippi— Es un caso muy grave. Se trata de una terrible y peligrosa enfermedad.
— Por aquí, por favor.
Cuando entraron los niños, hallaron al doctor sentado en su despacho. Pippi fue directamente hacia él, cerró los ojos y sacó la lengua.
— ¿Qué te pasa? —le preguntó el médico.
— Me temo que he pillado un “palitroche". Me pica todo el cuerpo, duermo con los ojos cerrados, algunas veces tengo hipo y el domingo me puse mala después de haber comido un plato de betún con leche. Tengo mucho apetito, pero a veces me atraganto y no puedo engullir la comida. Yo creo que tengo un “palitroche". ¿Es contagioso?
El doctor miró la sonrosada carita de Pippi y dijo:
— Creo que tienes más salud que la mayoría de la gente.
— Pero existe una enfermedad con este nombre, ¿verdad?
— No. Pero aunque existiera, dudo que tú la cogieras.
Pippi suspiró tristemente, se despidió del doctor y salió, seguida de Tommy y Annika. No lejos de Villa Mangaporhombro había una casa de más de trescientos años. En aquel momento tenía una de las ventanas del piso superior abierta, y Pippi señaló hacia allí diciendo:
— No me sorprendería que ahí hubiera uno. Voy a subir a ver.
Saltó a la cañería y trepó velozmente hasta la ventana e introdujo la cabeza dentro. Vio una gran sala y en ella dos señoras sentadas en unos sillones charlando tranquilamente. Imaginaos su sorpresa cuando, de repente, apareció en la ventana una cabeza de color rojo y una voz dijo:
— ¿Por casualidad hay por ahí algún “palitroche"?
Las dos señoras chillaron aterrorizadas.
— ¡Cielo santo! ¿Qué estás diciendo, niña? ¿De dónde sales?
— Quisiera saber si tienen algún “palitroche" por ahí.
— ¿Y qué es un... eso que has dicho? ¿Muerde?
— Me parece que sí —dijo Pippi, convencida— Tiene unos colmillos así de grandes.
Las dos señoras se abrazaron y empezaron a gritar. Pippi miró alrededor y dijo, desilusionada:
— No veo que le asomen los bigotes al “palitroche". Perdonen que las haya molestado —Y se deslizó por la cañería hasta el suelo.
— No existe ningún “palitroche" en esta ciudad —dijo a Tommy y Annika— Volvamos a casa.
Cuando iban a montar en el caballo, que los esperaba en el soportal, Tommy puso el pie sobre un pequeño escarabajo que se arrastraba por la arena del sendero.
— Ten cuidado. No pises a ese animalito —dijo Pippi.
Los tres miraron hacia el suelo. El bicho era menudo y tenía unas alas verdes que brillaban como si fueran de metal.
— No es un escarabajo, ni una mariquita —dijo Tommy.
— Ni tampoco una libélula —dijo Annika— Me gustaría saber qué es.
En el rostro de Pippi se dibujó una radiante sonrisa.
— ¡Ya lo tengo! ¡¡Es un “palitroche"!!
— ¿Estás segura? —preguntó Tommy dudando.
— ¿Crees que no voy a conocer un “palitroche" cuando veo a uno? ¿Has visto tú ninguno en tu vida?
Pippi puso el escarabajo en un sitio donde no pudieran pisarlo y le dijo tiernamente:
— ¡Mi querido “palitroche"! Ya sabía yo que al fin iba a encontrarte.
Hemos recorrido toda la ciudad buscándote, y estabas cerca de Villa Mangaporhombro.

Fin

Curiosidades
1) La versión para México cambia los nombres de los personajes por Pita (Pippi), Tomás (Tommy) y Anita (Annika).

2) Existe otro cuento llamado Palitroche (probablemente chileno) que no tiene nada que ver con esta historia. Puedes leerlo haciendo click aquí 👻
📱