Los Árboles de Piedra
Los monitos de plastilina que aparecen
arriba son de Cristina Gómez Taboada

Había una vez un curioso mundo, un mundo curioso y extraño. Sus campos eran de piedra. De piedra, sus flores. De piedra, sus ríos. Con cañas de piedra, hombres de piedra pescaban peces de piedra. Aquellos hombres tenían brazos de piedra, cuerpo de piedra, cabeza de piedra y corazón de piedra. "Corazón de piedra" no tenía, allí, ningún significado especial; porque sus corazones estaban llenos de hermosos sentimientos. Con ellos amaban a todos los seres de piedra, que vivían en aquel extraño mundo de piedra.

. Era éste, sin duda, el mundo más curioso y más extraño que se haya conocido. La vida discurría tranquila y feliz. Hasta que, cierto día... empezaron los problemas. Por todas las calles, por todas las plazas, sólo se oía una voz:
— Los niños están tristes.
Después de muchos comentarios, después de muchas discusiones, preguntaron a los niños. Y los niños dijeron:
— Queremos árboles. En nuestro parque.
Entonces, en medio de la reunión, se levantaron tres voces:
— Yo los traeré.
— Y yo.
— Y yo también.
Y los tres jóvenes más aventureros se pusieron en camino. Iban en busca de aquellos árboles que tanto necesitaban los niños para ser felices.

Al cabo de un mes volvió el primero. Traía sobre sus hombros un pino. Caminaba doblado por el peso. Y, con grandes ceremonias, lo pusieron en el parque. Pero, al poco tiempo, el pino, plantado sobre piedras, murió.

Dos meses más tarde volvió el segundo. Traía sobre los hombros un cactus. Y plantaron el cactus con el mismo ceremonial, con la misma alegría. Pero el cactus tampoco pudo vivir en aquel suelo de piedra.

Tres meses después, regresó el tercero. Caminaba de prisa, porque no traía ningún peso sobre sus hombros. Y, cuando todos estuvieron a su alrededor, les dijo:
— He encontrado árboles de piedra. Pero no pude cortarlos. ¡Se necesita la ayuda de todos!
Y allá se fueron con el tercer joven aventurero. Se necesitaba la ayuda de todos; por eso iban todos: la piedra de los caminos, hecha a tragar polvo; la piedra que trabajaba en el molino; la piedra que había nacido para estatua y la que estaba hecha para lucir en un precioso anillo.

Y cruzaron ríos, campos de flores y mariposas; montañas verdes cubiertas de árboles que no podían vivir en su mundo de piedra. Y siguieron adelante y llegaron al mar. Y, cuando estuvieron sobre las rocas que formaban la orilla, todas las piedras se unieron:

La piedra del camino, el canto rodado de los ríos, la piedra del molino, la que había nacido para estatua y la que estaba hecha para brillar en una sortija. Todas, unidas de manos, se engarzaron. Y entonces, cuando ya estaban cerca del mar, comenzaron a descender. Al cabo de unos minutos, llegaron a los bosques de coral. Y, con ayuda de los peces martillo y los peces sierra, cortaron árboles de coral, aquellos hechos a medida de su mundo de piedra.

Y en medio de una gran fiesta y en medio de bailes y canciones, los llevaron al parque. Todos sonreían porque, juntos, habían hecho un buen trabajo, y eso les daba mayor fuerza y seguridad. Y las risas de los niños, contentos porque a su parque ya no le faltaba de nada, les unieron mucho más de lo que ya estaban.

Fin
El Ratón sin Cola
Isabel Mézquita de Aguilar
Ilustración de JenDigitalArt

Un travieso ratoncito se divertía molestando al gato. Un día logró derramar el plato de leche en que el gato bebía. Furiosa, el gato persiguió al ratón, dispuesto a comérselo, pero sólo logró arrancarle la colita y se quedó con ella.
— Te la daré —dijo el gato—, si repones la leche que me tiraste.
El ratoncito fue a ver a la vaca.
— Vaquita, regálame un poco de leche para que se la dé al gato y él me devuelva mi colita.
— Te la daré —dijo la vaca—, si me traes un poco de masa fresca.
El ratoncito fue a pedir la masa fresca a la cocinera.
— Panchita, regálame un poco de masa fresca para que se la dé a la vaca, obtenga de ella un poco de leche y se la dé al gato a cambio de mi colita.
— Te daré la masa —respondió la cocinera—, si me traes el maíz para que la prepare.
El ratoncito fue en busca del labrador y le dijo:
— Amigo, regálame un poco de maíz para que se lo lleve a la cocinera para que me prepare masa fresca, y yo se la dé a la vaca, obtenga de ella un poco de leche y se la dé al gato a cambio de mi colita.
— Con gusto te lo daría, si no fuera porque la falta de lluvia ha retrasado la cosecha.
El ratoncito se quedó muy triste y empezó a llorar amargamente. El labrador, apenado, empezó a llorar también, y unidas las lágrimas corrieron por los surcos regando el maíz, que comenzó a dar unas hermosas mazorcas.

El labrador, muy contento, empezó a cosechar y le dio al ratoncito una buena bolsa de maíz. Así que el ratoncito se fue corriendo para llevar el maíz a la cocinera, que en un momento le molió y preparó la masa fresca.

Llevó la masa fresca a la vaca, que se la tragó en un abrir y cerrar de ojos, y así pudo dar leche al ratoncito. El gato, al ver tanta leche, le dio al ratoncito su colita, y el ratoncito se la pegó.

Fin
Por Favor
Alicia Aspinwall, 1896


Algunos nombres de personajes han sido cambiados
para proteger la identidad de los protagonistas.

Érase una vez un ser diminuto llamado "Porfavor" que vivía en la boca de un niño... y la razón de un nombre tan curioso es que este "ser" era una palabra. O sea: había nacido en forma de palabra.

La verdad es que los porfavores son una civilización completa de seres que viven en la boca de todo el mundo, ya que cada persona tiene su propio porfavor, aunque a veces la gente se olvida de que viven allí. Para que los porfavores estén sanos y felices, deben salir a menudo de la boca para que puedan tomar aire y respirar, así como los peces de una pecera necesitan, de cuando en cuando, subir a la superficie. Los porfavores respiran tanto oxígeno como los seres humanos para vivir.

El porfavor del que os voy a hablar vivía en la boca de Patricio, pero eran contadas las veces que tenía la oportunidad de salir. El pobre Porfavor vivía encerrado porque Patricio no lo dejaba salir, pues —lamento decirlo— él era un niño grosero, y nunca se acordaba de decir "por favor".
— ¡Dame pan! ¡Pásame el agua! ¡Quiero ese libro! –así era como Patricio pedía las cosas.
Era habitual que sus padres y hermanos se disgustaran con él, porque dejaba que Porfavor se pasara los días sentado en su boca, esperando la oportunidad de salir. Y como Porfavor no salía, cada día estaba más debilitado. Por otro lado, Patricio tenía un hermano llamado Luis, que era mayor que él; de unos diez años, y era tan educado como grosero era su hermano. Así que su porfavor disponía de mucho más aire, y por eso era fuerte y feliz.

Un día, durante el desayuno, el porfavor de Patricio sintió que debía salir a tomar aire fresco aunque tuviera que escapar. Así que en un momento que Patricio abrió su boca, su porfavor huyó fuera y se escondió para poder inspirar aire profundamente. Después de haber respirado se echó a correr por la mesa y entre los platos, y de un brinco saltó dentro de la boca de Luis. Pero como Luis ya tenía en su boca a un porfavor viviendo allí, el dueño de casa se enfado con el intruso:
— ¿Qué haces aquí? —exclamó— ¡Fuera, éste no es tu sitio! ¡Esta boca es mi casita y tú ya tienes una!
— Ya lo sé —contestó el porfavor de Patricio — Yo vivo al otro lado, en la boca del hermano del dueño de su boca. Pero soy muy desdichado porque Patricio nunca me usa... ¡No puedo salir y respirar aire fresco como hacen todos los buenos porfavores! Estaba pensando que quizá serías tan amable de permitir quedarme aquí un día o dos, hasta que me sienta más fuerte...
°-°
— Ya veo, está bien —le respondió comprensivamente el porfavor de Luis al ver a su vecino pasando malos tiempos— no hay problema entonces, por supuesto te puedes quedar: yo me encargaré de que te recuperes, y cuando mi dueño me utilice saldremos los dos juntos a hablar, después de todo dos porfavores son mejor que uno. Luis es muy cortés y no creo que le importe repetir una palabra de más. Quédate el tiempo que necesites.
— Muchas Gracias —respondió el porfavor de Patricio, que ya no era más de Patricio porque ahora era de Luis.
Sucedió entonces que esa noche, a la hora de cenar, Luis quería mantequilla y dijo:
— Papá, ¿me pasas la mantequilla, por favor–por favor?
— Claro —contestó su padre— Pero, ¿no eres demasiado educado?
Luis no alcanzó a responder pues justo se había vuelto hacia su madre a decirle:
— Mamá, ¿me das un pancito, por favor–por favor?
Su madre se rió.
— Te daré el pancito, cariño. Pero, ¿por qué dices "por favor" dos veces?
— No sé lo que me pasa —respondió Luis— Es como si las dos palabras salieran solas de mi boca.
Y agregó:
— Clara (dirigiéndose a su hermana) por favor–por favor, ¿puedes acercarme el agua?
Su hermana también se rió.
— Bueno, bueno —comentó el padre— No hay nada de malo en que este mundo sea más educado y que se empleen muchos "porfavores".
Mientras eso le pasaba a Luis, Patricio seguía pidiendo:
— ¡Dame un huevo! ¡Quiero leche! ¡Pásame la cuchara! —tan groseramente como era su mala costumbre.
Pero de repente se calló, pues escuchaba a su hermano repitiendo mucho "por favor-por favor"... lo encontró divertido y quiso imitarlo:
— Mamá, ¿me das un pancito, mmm-mmm?
Patricio intentaba decir "por favor", pero no podía. Nunca podría imaginar que su pequeño porfavor estaba viviendo ahora en la boca de Luis. Así que volvió a intentarlo y pidió la mantequilla:
— Mamá, ¿me acercas la mantequilla, mmm-mmm?
Eso fue todo lo que pudo decir.

Así pasó la tarde, y todo el mundo se preguntaba qué les pasaba a los dos niños, que uno hablaba de más y el otro se había quedado sin palabras. Al llegar la noche, estaban cansados y Patricio se sentía tan contrariado que su madre les mandó a la cama temprano.

A la mañana siguiente y tan pronto como se sentaron a la mesa, el porfavor de Patricio —viendo a su dueño cansado— decidió volver a su casa, porque a pesar de todo lo quería, y ya había tomado tanto aire fresco el día anterior que se sentía fuerte y feliz otra vez. Así que agradeció a su amigo porfavor y no tardó en volver a refrescarse desde la boca de Patricio, porque éste dijo:
— Papá, ¿me pelas la naranja, por favor?
— ¡Oh, caramba-caramba! —exclamó su papá— La palabra salió con una facilidad sorprendente, y sonó tan bien como la de Luis.
Luis, por su parte, estaba pronunciando un solo "por favor", así que desde aquel día, el pequeño Patricio fue un niño educado y por lo mismo, terminó ganándose el respeto y apreciación de la gente.

Fin

Otro día les contaré el cuento de los "carambas"
y de porqué el papá de los niños repitió:
¡caramba-caramba! ☺
Voces a lo largo de una tierra
Alicia Morel Chaigneau



Ilustración de "Cárdenas"

Fue una noche de otoño, cuando se escucharon esas dos voces inmensas y profundas que atraviesan la tierra chilena. Una noche oscura y silenciosa, poco después de las cosechas. Cuando todo se echa a dormir, los campos y sus rastrojos, los árboles deshojados, las vetas del agua, fue posible oírlas.

Lado a lado, conversaron la Cordillera y el Mar, aprovechando la tregua de la tierra. Muchos años habían pasado tratando de encontrarse; la Cordillera se empinaba con sus cumbres canosas y el Mar, al otro costado, alzaba sus olas y sus peces y se comía las playas para poder besar los pies de la gran Montaña.

El Mar bramó:
— Aaah, aaah, me gustaría lamer tus rocas, morder las frutas que crecen en tu falda, conocer tus dulces ríos, Cordillera de los mil volcanes que me haces señas con tus llamaradas.
La Cordillera le contestó con sus ecos lentos y graves:
— A mí me gustaría caminar sobre tus aguas, inmenso Mar, como un barco con las velas desplegadas... Pero nos separa esta tierra angosta y larga. ¿Dónde podríamos juntarnos?
— Se me ocurre que yo podría saltar como los corderos —gritó el Mar moviendo sus olas— Probaré por el norte donde antaño dejé mi sal.
— No creo que con saltos de cordero puedas atravesar el gran desierto de Atacama y la Pampa del Tamarugal, amigo Mar. Es verdad que antaño fue tu lecho y que dejaste tus señales por todas partes, pero aquí la tierra es más ancha y mis montañas se alzan a su mayor altura. ¡Podemos mirarnos en los días despejados!
— ¿Es muy terrible el desierto, madre Cordillera?
— Es duro este desierto, salobre como tus aguas.
Nunca llueve, pero la camanchaca humedece con sus neblinas los cerros de la costa y crecen por allí unos pastos salvajes, unos cactus, unas hierbas espinudas que sirven de alimento a los guanacos. El desierto arde en el día y se hiela en la noche; miles de senderillos lo cruzan en todas direcciones; son los hombres que se echaron a andar tras un tesoro, es la soledad que busca compañía.
— En el desierto hay muchos tesoros escondidos y otros a flor de tierra. Allí dejé el salitre y encubrí los metales preciosos y las piedras finas, y las profundas vetas del agua.
— Sí, lo sé —murmuró la muy alta—, los hombres han apreciado más los metales que el agua, cuyas venas descienden de mis faldas y se sumergen bajo el desierto. Pero no todo es aridez, amigo Mar, tengo por ahí diseminados, unos riachuelos que riegan fértiles quebradas y algunos oasis, donde olivos y limoneros dan frutos exquisitos. Tengo un río de aguas salobre, el único que el desierto no mata, y desemboca en las playas, endulzando. Y en mis valles cordilleranos hay prados de verde alfalfa donde se apacientan rebaños de llamas, vicuñas y ovejas.
El Mar se llenó de espumas y murmuró roncamente:
— Yo quisiera ser como una oveja para llegar hasta ti y pacer en tus laderas.
— No puedes llegar a través del desierto. Los puertos te vigilan con sus faros. Más al sur, tal vez podamos reunirnos.
— Me vigilan con sus ojos amarillos Arica, Iquique, Antofagasta, Caldera y Copiapó...
— Espera, este último nombre me dice algo —musitó la Cordillera— Copiapó es el primer río de aguas dulces que baja de mis vertientes interrumpiendo el desierto. Luego vienen seis ríos más que riegan mis valles transversales, seis nombres verdes: Huasco, Elqui, Limarí, Choapa, Ligua, Aconcagua.
— ¿Crees tú, madre Cordillera, que puedo llegar hasta ti a través de los floridos valles?— Es más fácil que yo arribe a tus playas junto con los dulces ríos y las estrías de mis montañas. Así tendrás mis frutos más deliciosos, y los aguardientes que producen los soles a través del cielo más transparente de América.
Dijo el Mar:
— Siento que caen a mis aguas las constelaciones desde La Silla y el Tololo y mis profundidades sorben las luces de Orión y de Sirio. ¡Creo que por fin podremos juntarnos!
— Oh, no, ansioso Mar, porque ahora viene el orgulloso Valle Central que se extiende a través de seis regiones, desde la cuesta de Chacabuco hasta Puerto Montt. Valle encerrado entre cordilleras: una alta, que soy yo y otra bajita, que es hija mía y bordea la costa.
— ¿No podría atravesar yo esa Cordillera de la Costa con el salto de mis delfines?
La Cordillera rió largamente.
— No te ilusiones, amigo Mar. Esa que yo llamo mi hija, levanta lomas y cerros que te impedirán el paso. Más al sur, se llama Nahuelbuta y he de decirte que durante la noche cruje y repite de loma en loma el susurro de sus araucarias y sus robles, sus bosques que el hombre pretende domar y matar, y se defiende como los pumas y los zorros que allí habitan.
— Quisiera conocer el Valle Central, Madre nuestra.
— Tienes razón en desearlo porque es una tierra de maravillas.
A lo largo de su verdor las cuatro estaciones se marcan con el colorido de sus flores y sus frutos, diferentes a medida que se avanza de norte a sur. Al comienzo, su clima templado no tiene igual; ríos despeñados bajan de las quebradas y los sueños producen toda la gama de los frutales y hortalizas. La fuerza de estos ríos ilumina todo el valle, moviendo turbinas, y llenando represas. Esta es la zona más poblada y alegre, y aquí está la cuna de los bailes, de los rodeos y las mantas.

El Mar dio un gran salto y bramó:
— Quiero tener una manta de colores.
— ¿No te bastan los arcoíris?
— Quiero entrar por los ríos hasta el valle de la cueca...
— Espera un poco, avancemos más al sur —se asustó la Cordillera—, donde corre el Biobío, padre de las lluvias, padre de la raza mapuche. ¿No oyes crecer las selvas? Aquí empiezan las maderas preciosas, echa sus perfumes la savia de arrayán y del ulmo, empiezan a nacer los copihues enredados en los robles. Los choroyes dan voces al bosque y las luciérnagas danzan en las noches de verano.
El Mar dio un gran suspiro y trató de empinarse, cayendo estruendosamente sobre las playas.
— Pero, madre Cordillera, ¿cuándo vas a mostrarme tus tesoros, cuándo vamos a poder jugar, tú chapoteando en mis aguas, yo, mojando tu cabeza?
— Aquí, amigo Mar, porque ya hemos llegado a las islas. ¡Mira que abundancia de lagos, de archipiélagos! Tú me persigues por los canales, pero yo me agacho y me levanto y juego hasta desaparecer bajo tus puras aguas.
Así, el Mar invadió la tierra, saltando, lanzando gritos, formando collares de espuma en torno a las islas.
— Toma mis perlas, las ostras, los erizos; mis anémonas azules y rojas. Te he traído sierras de plata y atunes de oro. ¡Cuánto me gusta gritar en torno a Chiloé, inundándola de ecos!
— Escucha a los que siembran la papa y a los que hacen las cosechas, a los que pescan y a los que tejen y bordan.
— Mis pincoyas te cantan, madre Cordillera, y un barco fantasma despliega sus velas sobre tus cumbres.
Agradecida, la Cordillera se bajaba cada vez más, murmurando:
— No te olvides de Aisén, amigo Mar. Es una región que se está abriendo, con sus llanos y sus montes, sus lagos y sus ríos navegables, sus soledades y sus pastores. Yo la amo, y alzo aquí mis glaciares más antiguos y mis montes más bellos. ¿Has visto los flamencos y los cisnes que surcan sus cielos?
— Veo sus nubes viajeras, los témpanos que navegan en la lagua San Rafael, los vientos furiosos y desbocados.
— Y aquí está Magallanes —suspiró la Cordillera con sus última fuerzas— Brilla como sus faros y promete darnos el oro negro, el petróleo y la riqueza de sus ganados de ovejas, sus infinitos llanos donde el viento no tiene piedad de los retorcidos árboles.
Y estas fueron las últimas palabras de la Cordillera. En Cabo de Hornos se sumergió bajo el Mar, que gritó victorioso:
— ¡Por fin estamos juntos! Mis olas brillan oscuras por la gran profundidad. Pero allá lejos, más allá del Mar de Drake, veo de nuevo brillar tus cumbres de plata y cristal; madre Antártica, protectora de esta larga tierra que tiene todos los climas, todos los frutos y maravillosas promesas.
Las dos grandes voces guardaron un gran silencio. Entonces volvió a alzarse el murmullo del Mar:
— Tengo un regalo para ti, hermosa Cordillera, tengo una isla adelantada de los mares del sur que canta como un caracol marino. Quiero prenderla a tu oreja antigua para que oigas una canción extraña. Se llama Rapa Nui, Ombligo del Mundo y grandes estatuas de piedra miran hacia los mares.
La Cordillera, en respuesta, hizo brillar la alegría de sus nieves eternas, dispensadoras de los ríos. Y su voz y la del Mar siguieron y siguen aún resonando a lo largo de esta tierra de Chile. Sólo falta que callemos y atendamos para que podamos escucharlas mejor.

Fin
La Ranita y el Cuervo
Fábula de la Tradición Oral
Versión de Svanhildr MacLeod
Ilustración del Artista Cántabro
Fernando Sáez González (1921-2018)

Era primavera en un hermoso bosque de robles y coníferas, cerca de Los Alpes. Una brillante laguna azul —en medio de la espesura— daba cobijo a diferentes especies de animales. Una ranita que vivía con su mamá, entre las tiernas plantas y musgos que crecían junto al agua, se había escapado de su casa para explorar el mundo, y así había llegado nadando al otro extremo de la laguna.

Un cuervo que pasaba por ahí, cansado de tanto vuelo, se fue a dar un chapuzón al sol de la tarde. Estaba bañándose en las aguas estancadas, cuando vio a la ranita que nadaba en dirección a la playa. El cuervo no lo pensó dos veces, y cuando ésta saltó a la arena, la atrapó de una de sus patitas con la intención de comérsela, pero como no quería ser molestado se la llevó volando al tejado de un antiguo granero abandonado.

La ranita aventurera, que a pesar de haber sido atrapada era muy ingeniosa, comenzó a reírse sin parar, como si le hubieran contado un chiste. Eso descolocó al cuervo, que le preguntó intrigado:
— ¿Porqué te ríes, linda rana? ¿Te hace gracia que seas mi cena?
— No, amigo cuervo, nada de eso —le respondió la ranita— Es que pensé que me llevarías a otra parte, menos al techo del granero donde vive mi mamá. Seguramente ella aparecerá en cualquier momento...
El cuervo pensó que no era buena idea comérsela ahí, así que tomó a la ranita y se la llevó volando hasta la canaleta de agua de una cabaña cercana. El viento comenzaba a soplar, y el cuervo se disponía a engullir a la rana, cuando ésta comenzó a reír de nuevo, con más fuerza todavía.
— ¿Porqué tanta risa otra vez, linda rana?
— Por nada, amigo cuervo —dijo la ranita— La verdad es que es una tontera, pero mi tío que vive al otro lado de esta canaleta, suele venir a chapotear para acá cuando hay viento, y cómo le había avisado que hoy vendría a visitarle, lo más probable es que se aparezca en cualquier momento...
Al cuervo le pareció una respuesta razonable, y como quería comer tranquilo, tomó nuevamente a la rana y se la llevó volando hasta los píes de un pozo; junto a un apacible huerto y apartado de la casa y el granero.
— "Nadie me molestará en este lugar" —pensó el cuervo.
Ahí estaba: a punto de comerse a la ranita el cuervo hosco, cuando ésta recordó que a los cuervos les gusta coleccionar baratijas, y por ende; aman la belleza. Así que exclamó:
— ¡Pero que bello eres, hermoso cuervito!
— Gracias —respondió éste— pero deja de hablar porque te voy a comer.
— Si, si... está bien, pero sólo quería decirte que aunque eres hermoso, y tus plumas son de un negro brillante, se nota mucho que tu pico está desafilado; sería bueno que lo afilaras de vez en cuando.
El cuervo, que era vanidoso, pensó que la rana tenía razón, así que fue a buscar una piedra y comenzó a afilar su pico para comer su cena en las mejores condiciones. Mientras hacía eso, la rana fue dando saltitos para alcanzar el brocal del pozo, pero éste estaba muy alto y no lo alcanzaba.
— ¡Vamos, tú puedes! —se animaba a sí misma la ranita.
Usando su inteligencia y sus diminutas fuerzas, la rana dio muchos saltitos entre las rocas, hasta que por fin logró agarrarse de un tronco de "haya" caído. Trepó por el hasta alcanzar el brocal del pozo, zambulléndose posteriormente en sus aguas. En eso llegó el cuervo, que ya había terminado de afilar su pico, y vio que la rana no estaba. Así que voló hacia el brocal, y mirando al interior del pozo descubrió que la ranita nadaba en el agua.
— ¡Eh, linda rana! —le gritó— Ya regresé, ¿qué haces ahí?
— Tenía sed, amigo cuervo —le respondió la ranita— así que vine a beber un poco de agua. Espero no te moleste.
— No, claro que no —repuso el cuervo— pero ya puedes subir de nuevo. Mi pico está afilado y estoy listo para cenar.
— ¿Pero no sería mejor que bajaras tú, hermoso cuervo? —le observó la ranita— Yo no puedo escalar las paredes del pozo porque soy muy chiquitita, pero tú tienes alas y puedes venir a buscarme.
El cuervo, que ya tenía hambre de tanto esperar, creyó que la rana tenía razón, así que saltó al pozo para cazarla, pero como estaba oscuro y no tenía de donde agarrase erró en la caída, zambulléndose en el agua... ¡¡SPLASH!!
— ¡Ayúdame, rana, que me ahogo! —gritó el cuervo, desesperado, tratando de agarrarse de las paredes resbaladisas del pozo.
— Perdóname cuervito —respondió la rana— me da mucha pena: pero era mi vida o la tuya.
El cuervo se dio cuenta del engaño, y sabiéndose perdido hizo un último intento de agarrar a la rana para compartir su suerte, pero como ésta es un anfibio era hábil buceando bajo el agua, así que la ranita nadó y nadó al fondo del pozo, aguantando la respiración y lejos de las garras del cuervo, quién finalmente no pudo más y terminó ahogándose. Cuando todo hubo pasado, la ranita salió a flote y lloró por el destino del infeliz cuervo, pero se sintió agradecida de haberse librado de su enemigo.

Esa misma tarde llegó una tormenta y toda la noche estuvo lloviendo. El pozo acumuló tanta agua que ya en la madrugada terminó desbordándose, dejando libre a la ranita, que saltó fuera del pozo. Saltando y saltando entre la hierba, para pasar desapercibida, llegó a la laguna, encontrándose con su mamá que había estado buscándola, preocupada.
— ¡¡Mamitaaaaa!!
— ¡¡Mi ranitaaaa!!
Se abrazaron y croaron las ranitas, llorando de felicidad por el reencuentro.

Fin
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