La Esfera de Marskid

Ethan J. Connery



Dibujo alienígena de YFoley (Pixabay)
— Rediseñado por Connery —

Este cuento es sobre dos niños de verdad, que —como todos los niños— gustaban de aprender y de jugar. Uno se llamaba Rick y al otro lo llamaremos “Marskid”, pero entre ellos no se conocían porque eran diferentes:
  • Rick era blanco y Marskid era de color verde.
  • Rick vivía en la Tierra y Marskid vivía en el espacio.
  • Rick creció en el pasado y Marskid venía del futuro.
  • Rick era humano y Marskid era marciano.
Si hasta aquí no te has perdido °-° continuamos...

Sucedió que un buen día de primavera —de esos del siglo XX. ¡Que tiempos aquellos!— Rick caminaba por un sendero en lo profundo de un bosque. Buscaba fósiles, pues —como todo Scout—  amaba explorar sitios remotos y acampar en los cerros.

Estando así el niño —en sus andanzas y medio perdido entre las montañas— apareció en lo alto del cielo una nubecilla dorada. La pequeña nube se escapó de sus papás mayores (los grandes cúmulos tormentosos que desafían a los viajeros) y bajó para descansar un rato de tanto volar por el mundo.

Cuál sería la suerte de Rick cuando se encontró con la pequeña nube, cansada en el camino, y ambos se hicieron amigos. Conversaron largamente aquella tarde junto a una fogata. Llegada la noche se quedaron dormidos, y así —medio en sueños— la nubecita invitó al niño a volar para conocer la Tierra desde las alturas.

El pequeño Rick —sentado ya en su nube voladora— se elevó hacia el cielo nocturno, volando lejos, muy lejos...  Más allá de los montes cercanos... Más allá de las montañas... Incluso más allá de las nubes tormentosas y del propio firmamento estrellado. Y así —volando, volando— ambos amigos llegaron más allá del tiempo...
— ¿Dónde estamos? —preguntó Rick en un momento especial.
— Este es el mundo sin tiempo —respondió la nubecita— Aquí es donde todo sucede y nada sucede. Es el túnel vacío que siempre está lleno. Un lugar de paso donde nada se escucha pero todo lo oyes.
— No entiendo mucho lo que quieres decir —dijo Rick— pero la brisa es cálida y eso me reconforta.
Cuando ya habían volado lo suficiente, la nubecita dorada comenzó a descender hacia lo que parecía ser una gran ciudad colmada de luces y cristales que iluminaban el silencio de la noche. La nube se posó en la cima de un enorme edificio. Era tan alto, pero tan alto que a Rick le pareció más bien una montaña.

Del suelo surgió una luz blanca y un simpático amiguito emergió como por arte de magia.
— Hola Rick. ¡Bienvenido a la Tierra! —dijo el personaje (que era tan pequeño como el niño, pero a diferencia de éste, su color era verde y tenía una extraña vocecita que se oía en todas partes).
— ¡Hola! —respondió educadamente Rick— Vengo en son de paz.
Rick levanto su brazo mostrando la palma de su mano derecha.
— ¡Lo sé! —respondió su nuevo amigo— Mi nombre es §☼'Øß⌂×, pero si no puedes pronunciarlo llámame como gustes.
— Suena difícil. ¿Está bien si te llamo “Marskid”? °-°
— Me agrada — dijo §☼'Øß⌂×, y a partir de entonces Rick le llamó Marskid (el niño marciano).
Ambos niños se dieron la mano mientras la nubecita giraba en torno a ellos.
— ¡Ven! —propuso Marskid mientras montaba en la nube voladora— ¡Ven a conocer la Tierra del Futuro!
Y los tres amigos se fueron conversando muchas cosas mientras volaban sobre la Ciudad Celestial, recorriendo bellísimos laberintos de luz que producían dulces melodías al paso de la nube. Miles de estrellas de colores atravesaban el cielo. Algunos colores eran tan increíbles que Rick nunca los había visto en su vida.

La nubecita dorada bajó aun más, descendiendo hacia el suelo de la Tierra del Futuro hasta aterrizar en un gran círculo de luz. Muchas personas, de todas las razas conocidas y desconocidas, se habían reunido ahí.
— ¡Traemos un emisario del siglo XX! —exclamó Marskid a viva voz, dirigiéndose a las gentes que habían ido a ver— ¡Pasa amigo: preséntate!
— ¡Hola, que tal! —exclamó Rick, con alguna timidez—  Me llamo Rick. Gracias por invitarme a este lugar... es muy hermoso y tranquilo. El laberinto luminoso me recuerda a mis verdes bosques en un día soleado. ¡Me gusta mucho la Tierra del Futuro!
Las personas y seres de otros mundos sonrieron y conversaron animadamente con Rick. Hablaban diferentes idiomas, pero de alguna forma todos entendían lo que Rick les quería decir. Les parecía fascinante que un viajero del tiempo les acompañara.
— Gracias, Rick. —dijo Marskid, cuando terminó la charla, y agregó a grandes voces—  ¡Ahora llevaremos a nuestro nuevo amigo a conocer la Tierra Dilémica!
La gente entristeció al oír esto, y el niño del siglo XX —aunque maravillado por todo lo que vivía— desconocía la causa de esa tristeza. Sabía que iba a otro lugar, lejos de aquel maravilloso mundo, de modo que se despidió  de todos a la manera de los humanos del siglo XX: levantó sus manos y las agitó en el aire.
— ¡Adiós y gracias por todo, me gustaría regresar algún día! —clamó a viva voz mientras se alejaba en compañía de Marskid; montados en la siempre leal nube voladora.
De pronto Rick levantó la mirada; llamada su atención por una ola de aire. En las alturas surgió un vacío circular gigante y obscuro, rodeado de una intensa luz escarlata. Un anillo de fuego  —similar a un eclipse— creció a medida que descendía del cielo nocturno, posándose alrededor de donde volaba la nubecita con sus pasajeros. El anillo los envolvió cubriendo todo el lugar hasta cerrarse debajo de ellos. Estaban viajando a otro mundo.

Los tres amigos (nubecita, marciano y humano) se encontraron de pronto en un vasto desierto con montañas llanas y cuevas abandonadas. El cielo había desaparecido y así toda la gente. Sólo se sentía un viento frío a medida que el polvo se levantaba. Un tormenta de arena acechaba inquietante en medio de la noche más obscura que el niño de los bosques del siglo XX había visto en su vida.

Ante el desolador paisaje Rick se sintió abandonado. Se dio cuenta que ya no estaba en la nubecita, sino que sus píes se posaban sobre el suelo arenoso. Miró hacia atrás y vio que Marskid y la nube estaban detrás de él.
— ¡Menos mal que no te fuiste! —exclamó Rick, afligido y con miedo.
— ¿Porqué me iría? —preguntó extrañado Marskid.
— A veces las personas abandonan a otras —explicó a su vez, Rick.
— Pero yo no soy una persona... o al menos no un ser humano —le dijo el niño marciano— ¿Tú me abandonarías en mi lugar?
— No, por supuesto que no... ¡Somos amigos!
Marskid asintió y apoyó una mano en el hombro de Rick.
— Somos amigos: tú lo has dicho.
El niño extraterrestre abrió su otra mano y una luz emergió de su palma, iluminando el entorno.
— ¿Qué es este lugar y qué son esas cuevas?
— Escucha con atención, Rick: ahora estamos en la Tierra Dilémica... podrías llamarla “una tierra sin nombre porque no hay nadie para pronunciarlo”. Como ves, no hay vida aquí; sólo arena. No hay plantas, ni árboles, ni aves o animales. No hay arroyos ni lluvias. Todo eso quedó atrás hace mucho junto con tu pueblo desaparecido por la guerra y el deterioro medioambiental. Mi pueblo tampoco existe en esta versión de la realidad. Al menos no en la forma que yo lo concibo. No hay esperanza en este lugar: sólo los fantasmas de un pasado glorioso y caído en decadencia habitan estas oscuras moradas.
El niño de los bosque no quería creerlo. Se sentía desolado.
— ¿Quieres decir que éste es el futuro de mi Tierra? —preguntó temeroso.
— Sólo si lo llevas contigo. —le aclaró Marskid, y la nubecita dorada brilló tres veces para hacerle entender a Rick de que Marskid decía la verdad.
Los amigos montaron nuevamente la nube y volaron a través del yermo inhabitado y las tormentas de arena. Los vientos huracanados los sacaban de curso, pero ambos se aferraban con fuerza a la nubecita. Rick miraba a su alrededor, esperando encontrar algún indicio de civilización... él era Scout —un explorador— y sabía bien dónde buscar. Pero de nada le sirvió. Por más vueltas que dieron por el mundo sólo veían dunas interminables y algunos promontorios de roca gastada emergiendo en los rincones. En esa “Tierra” el Sol nunca se elevaba ni se ponía, ni la Luna acompañaba con su brillo en las eternas noches heladas, pues las nubes de tormenta cubrían por completo al planeta.
— Volvamos a las cuevas, por favor. —pidió humildemente Rick— Es lo más parecido a una casa que he visto en esta última travesía.
— Es verdad, es suficiente. —respondió Marskid, y el niño extraterrestre comenzó a brillar.
— ¡Estás brillando como la nube! —exclamó sorprendido Rick.
— Yo y la nube somos uno y el mismo. —le explicó Marskid.
En ese instante el niño extraterrestre se fundió con la nube, que ahora brillaba con un dorado tan perfecto que a Rick le pareció que montaba una fogata encendida. Los amigos volaron a toda velocidad hacia las cuevas, y en un momento a Rick le pareció que sus manos se fundían también con la nube. Levantó sus manos, asustado.
— “¡Ha ha ha!”
Rick creyó escuchar a Marskid riendo debajo de él.
— ¿Qué eres en realidad? —preguntó Rick— Pareces una nube de vapor de agua, pero hace un rato te pude tocar. ¿Cómo puedes existir así?
— Soy energía. —le reveló Marskid— Todos lo somos.
— ¿Energía? ¿Quieres decir, como electricidad?
— Eso es sólo una parte ínfima... somos algo mucho más grande.
— Explícame, por favor, quiero saber. —solicitó nuevamente, Rick.
— Somos cómo la luz de las estrellas: viajamos a través de los mundos amados; aquellos donde hay vida y aquellos que son poblados.
— ¡Pero te puedes transformar en un niño como yo!
— Sí... la materia, la energía, la vida, la inteligencia y la consciencia es lo mismo en el universo, pero en diferente grado de evolución.
Rick asintió con la cabeza, tratando de entender. Él era sólo un niño y aun le quedaba toda una vida para conocer el mundo y descubrir por su cuenta los secretos del universo.
— ¿Sobrevivirá mi pueblo, la gente de la Tierra? —preguntó finalmente.
— ¿Qué te dice tu corazón?
— ¡Que lo haremos! Que los humanos exploraremos otros planetas y, tarde o temprano, visitaremos las estrellas como hacen los tuyos.
— Guarda ese sentimiento, trabájalo y estará hecho. —dijo la nube, y Rick sintió que le guiñaba un ojo a pesar que como nube no tenía ojos (al menos no como los nuestros). °-°
La nube y su pasajero atravesaron un enorme sistema de cavernas.
— ¡Afírmate! —pidió Marskid en forma de nube, de niño marciano o lo que sea que haya sido— Volveremos a tu casa... ¡Mira hacia arriba!
— Aquí sólo hay rocas —dijo Rick, mirando el techo de la cueva.
— No, no... ¡Hacia adelante!
Rick divisó cuatro pequeñas estrellas azules que brillaban al fondo de la cueva. Pronto se dio cuenta de que en realidad iban hacia arriba y lo que estaba viendo era cielo. La nube dorada salió disparada  y fulgurante del pozo profundo, internándose hacia las estrellas. Las cuatro estrellas más grandes descendieron hasta posarse alrededor de los viajeros.
— ¡Puedo tocarlas! —exclamó el niño terrícola, sorprendido— ¡Puedo tocar las estrellas!
— Así es: somos polvo de estrellas. —explicó la luz.
Las estrellas se unieron y su luz se hizo tan pequeña como un grano de arena, para luego explotar en la forma de una perfecta esfera de cristal dorado que vibraba con la fuerza del viento, pues cada vez parecía que volaban más y más rápido.
— Debes llevarla a tu tiempo... a tu mundo. Guárdala en un lugar seguro. En tus bosques... En tus montañas... y cuando sientas que se acerca el tiempo de volver con nosotros, ve a recuperarla.
— ¿Para qué sirve?
— Es esperanza... el sentimiento compartido por todos los seres sintientes. Es lo que puede salvarnos a todos. Ya has conocido el futuro de tu planeta y tu pueblo. Estuviste en la Ciudad Celestial y conoces el desierto de la perdición. Ambos futuros están ahí adelante: de ti depende escoger el mejor futuro que puedas construir. Pero ten siempre presente que el futuro cambia... se mueve. Puedes hacer que el tiempo vaya en un sentido u otro. Sólo una parte de tu destino está escrito en el lenguaje del universo. La otra parte la escribes tú mismo, porque tú eres parte del universo.
— “Creo que entiendo.” —pensó Rick, pero no fue necesario decirlo pues Marskid le había escuchado en su corazón.
Nubecita dorada siguió volando con su ahora único pasajero a través de un vórtice de esperanza. Rick sostuvo la esfera entre sus manos.
— ¡Que extraño material! —exclamó.
La esfera giraba brillante en su mano, a voluntad.
— La esperanza es del material con que están hechos los sueños. —dijo Marskid hecho luz— La esfera te concederá un deseo. Cuando crezcas llegará el momento de pedirlo... sólo pídelo y la esfera te lo concederá por tu propia, auténtica y consciente voluntad. Procura cuidarla como aquello a lo que más ames, y sobretodo: no olvides dónde la guardarás.
— Gracias Marskid... eres un buen amigo, no olvidaré su destino.
Y así ocurrió que ambos niños regresaron a sus respectivos mundos. Convertido en un rayo de luz,  Marskid volvió a la Ciudad Celestial, en la Tierra del Futuro. Rick regreso a su Tierra, en el pasado... a sus queridos bosques del siglo XX. Volvió montado en su propia nube voladora, pues Marskid le había enseñado que el poder de los sueños ya eran parte de él. Rick guardó su esperanza en lo profundo de las montañas, atesorando aquella esfera que brillaba con el poder de cuatro estrellas. Pasaron entonces muchos, muchos años, hasta que la historia de Rick y Marskid se convirtió en leyenda...

Sucedió que un buen día de primavera —de esos del siglo XXI— una niña exploradora dirigía a un equipo de niños Scouts a través de un valle misterioso. Guiados por un viejo mapa hallado en el baúl de su abuelo, se habían adentrado en la espesura de los bosques... hacia lo profundo de las montañas. Habían oído un cuento sobre un niño que viajó al futuro, que había hecho amistad con un habitante de otro mundo, y que éste le obsequió un deseo a través de una esfera de cristal.

Se decía que ese niño nunca pidió el deseo porque el encuentro lo había colmado de esperanzas. Así, habría guardado su esfera a la espera que otros la encontraran. Ya era tarde cuando los pequeños Scouts levantaron sus carpas. Aquella noche todos soñaron con un pequeño extraterrestre que les sonreía en la distancia del tiempo y el espacio.

Fin